Desprolijidad cuidada
Hace unos días entré a un local de Gola, y como ningún vendedor me acosó ni me hizo demasiadas preguntas, me quedé. Todo me parecía caro, pero la exitación que genera en el plástico la proximidad del aguinaldo hizo que elija una camisa que, obviamente, no necesitaba. Era linda, de rayas finitas y botones metálicos, ideal para los días en que alguna reunión requiere vestir más o menos bien. Fui a la caja, entregué la tarjeta y mi DNI, y elegí tres cuotas. Firmé el cupón y esperé a que preparen la bolsa. Me distraje mirando otra cosa -o los perfumes, o los cinturones o las billeteras que en los negocios suelen ubicar en la zona del mostrador, no sé bien qué- y me entregaron mi compra. Fue rápido, no vi ni cuando la doblaban ni cuando la metían en la bolsa; pero en camino hacia la salida del local abrí la bolsa y la miré: mi camisa estaba hecha un nudo.
-¿Y esto?- le pregunto a otro vendedor
-Se usan arrugadas, respondió.
Puedo entender los jeans rotos y comprender esas remeras que vienen con los cuellos y las mangas deshilachadas; e incluso las zapatillas sucias, porque forman parte de ese estilo prolijamente descuidado que algunos usan y les queda bien. Por más que se ponga de moda no bañarse ni lavarse el pelo, no lo haría. No soy de pelearme con las tendencias, porque sé que muchas me pasan por el costado; ni tampoco soy lo que se dice un "early adopter", es decir, una persona que esté buscando qué es lo último que se usa para ir a buscarlo. Quizás por eso me enteré ahí mismo, mientras seguía mirando mi camisa hecha un nudo en la bolsa, que esa era la última tendencia. Mirá vos.
Agradezco que los cazadores de tendencias se preocupen por el tiempo que pasamos algunos con los quehaceres domésticos, pero todavía prefiero seguir planchando mis propias camisas. Todavía recuerdo la primera vez que lo hice: mis viejos estaban de vacaciones y yo tenía un trabajo de saco y corbata, pero ni bien puse la prenda sobre la tabla supe cómo hacerlo. Había mirado a mi vieja hacerlo durante años, y eso fue todo lo que necesité. Años después, la exoneré a mi mujer de la tarea del planchado de camisas: creo que sólo por eso aún está conmigo. Y hace poco, cuando la plancha que tenía se rompió, me tomé el tiempo de ir yo mismo a elegir una. Me sedujo un modelo azul, con vapor y Ultragliss, que en ese momento no sabía de qué se trataba, pero que sonaba a que las arrugas iban a rajar asustadas como los mosquitos con el Raid. Para colmo, tiene una tecnología a la que le pusieron el atractivo nombre de Durilium, que nadie puede negar que suena re futurista. Cuando compro electrodomésticos me creo todo lo que dice la caja. La probé y me gustó: estoy feliz con mi plancha nueva.
-¿Pero se puede planchar igual?, le consulté
-Sí, claro, pero se usa así.
No es una obsesión, porque plancho cada tanto. Acumulo pilas y pilas de camisas que sufro cada vez que veo... pero qué placer cuando están todas listas y colgadas. Evito planchar jeans y remeras todo lo que puedo, porque eso lo hace cualquiera. Mi hijo necesita ver cómo se planchan las camisas: es posible que termine siendo una de sus armas de seducción. Mientras tanto espero que el marketing deje de decirnos cómo hay que usar las cosas. Sentado mientras se arruga mi camisa, pero espero.
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