"No sos vos, soy yo"
Contestó y así arrancó una rueda de mails inagotable. La primera salida fue increíble, hablamos mucho más que la primera vez. Me dijo que había cortado con la novia. Flora me iba relatando el minuto a minuto, él también estaba convencido de la magia de esa noche y quería seguir conociéndome.
Empezamos a frecuentarnos. Los rulos aparecían sistemáticamente en la puerta de la casa de mis viejos y caminábamos por la ciudad. Era todo muy adolescente, para variar: miradas, besos, conversaciones, películas. Lucas fue el primero que me invitó al cine, que me llevó a comer afuera, y que me hizo algún regalo simbólico.
Pasaban los días y tenía miedo de que se terminara, pero no pasaba, seguíamos juntos. El conflicto aparecía con el tema del teléfono. Nunca hablábamos por esa vía, era por MSN y a veces me dejaba hablando sola. No entendía bien qué pasaba con eso. Los mails eran místicos, nos veíamos seguido, nos encontrábamos por casualidad en diferentes espacios. Un día me llegó un mensaje que decía: "Pantalón a rayas". Me reí, él se estaba subiendo a un colectivo, se dio vuelta y me vio caminando por la calle. "Te reconocí por la vestimenta".
La primera vez que tuvimos sexo fue en mi casa. El histeriqueo no dio para más y escondidos en un cuartito de servicio terminamos lo que hacía dos meses veníamos iniciando. Al otro día y sin saberlo nos buscamos y encontramos. Él vivía en Olivos, yo en Caballito. Yo iba a ir a una fiesta en Martínez, no sabía qué iba a hacer él… Terminé caminando por Palermo con un amiga, medio perdidas entramos a un bar al azar. Había una sola mesa, nos sentamos. Cuando levanté la vista vi a Lucas en un banquito en la barra. El cosmos nos unía. Más tarde entendí que todo lo que te puede juntar, después te puede separar. Pero en nuestro imaginario el mundo conspiraba para que nos encontráramos.
Nos acostábamos en un sillón a ver películas y no nos podíamos despegar. Teníamos buen sexo, nos divertíamos. Hacía cuatro meses que habíamos empezado a salir y yo estaba absolutamente enamorada. No había fisuras, sólo la de los llamados.
Un día en medio de todo este idilio nos encontramos tarde en un bar. Tenía una cara rara. Estaba "oscuro". No entendía qué quería decir con eso. "A veces pienso en qué pasaría si dejara de vivir", me dijo cuando estábamos tirados en la cama esa noche. Él estaba cuidando la casa de un amigo y la usábamos como bunker. Fue todo raro, al otro día íbamos caminando por Belgrano, yo me tenía que encontrar con mi hermano, Lucas estaba ido, no me miraba. Mientras esperábamos (me acuerdo como si fuera hoy), me miró y me dijo: "No sos vos, soy yo. Perdón". O sea. La frase más cliché del mundo, de la persona más oscura del planeta (o al menos en ese momento, eso fue lo que me grafiqué).
Me subí al auto de mi hermano con sensación de fin. A la noche le escribí, yo estaba tirada pensando en él… él estaba en un asado, ya no tenía esa sensación de oscuridad, se la había ido. Claro, me la había fumado yo. Me sentí una boluda, él seguía como siempre… Yo me di cuenta de que algo tenía que cambiar…
A las dos semanas nos juntamos a charlar. Él temblaba...
LA NACION