
Puerto Banús, glamour y lujo a orillas del Mediterráneo
Estoy de paso, por Andalucía, por España toda y por la vida… y en ese paso, se me cayó el reloj de arena en las playas de Puerto Banús, el tiempo se detuvo hechizado por la luna de plata, el verde esmeralda y el sol de diamante.
Entre Marbella y San Pedro de Alcántara, recostado sobre las montañas y de cara al Mediterráneo, se muestra arrogante, con novecientos quince atraques, uno de los puertos más glamorosos de Europa, donde los yates desfilan descaradamente su danza de tamaño, color y bandera.
Delinean el Paseo Marítimo, bares, pubs, restaurantes, discotecas; lo recorro con esa lentitud voluntaria y feliz en total conciencia de que el hedonismo se me cuela por los poros, por el aire que trae aroma de castaños y cerezos, por mis ojos deslumbrados por el brillo y la apariencia.
Los autos gritan la identidad del poder, ostentando marcas que ejercen una atracción casi obscena.
Las casas exclusivas, las villas lujosas, viviendas modernas e inteligentes forman parte del estatus de sus habitantes.
Eva y Afrodita comen la manzana en algún jardín de espejos y esplendores.
Boutiques internacionales cautivan con la última tendencia.
Cada cosa está expuesta en orden de superlativos y cada persona camina, corre y trabaja en una burbuja de perfumes exóticos, ropa de firma y cocina de autor.
Reflexiono frente al azul acerado del Mediterráneo, vibro con su marcha y comprendo por qué la obra de Dalí, de casi tres toneladas, llamada Rinoceronte vestido con puntillas, fue destinada a la primera rotonda de ingreso al glamour.
Envíe sus relatos de viaje, fotos, consultas, sugerencias y búsquedas de compañeros de ruta al Suplemento Turismo, diario LA NACION, vía e-mail a






