Tavo: mi primer amor adolescente
De chica era bastante tonta. Esta historia es de cuando tenía 17, así que por ese entonces todo lo que ahora creo lo creía mucho más: el amor imposible, "lo difícil es mejor "y un montón de pavadas de ese estilo. Andrés era mi vecino del piso diez y tenía muy buena onda en el ascensor. Sólo eso sabía de él.
En esa época se usaba ir a Puente Mitre y eran las primeras salidas de mi vida. Estaba bien: mujeres gratis con copa de champagne puente mitre incluida. Cuando lo vi en la pista de baile, lo reconocí en ese instante. Era el vecino del diez (de todos mis vecinos, era el menos lindo debo admitirlo pero la belleza no tiene nada que ver con el amor).
Me habló toda la noche. Estaba total y absolutamente borracho. "Me llamo Andrés, pero decime Tavo ¡Todos me dicen Tavo!". Yo, que por ese entonces tenía muchos problemas estéticos, lo amé. Cuando digo muchos no exagero: siempre fui flaca, pero no tenía curvas, el pelo estaba rebelde y erizado y tenía una alergia en toda la cara, algunos llegaron a preguntarme si me habían golpeado. No, eran manchones rojos en los parpados, arriba de la boca, por todos lados.
Entonces, estaba absolutamente anonadada de que este pibe me hablara toda la noche a mí, al patito feo de la cuadra. Sí, tengo la autoestima por el suelo y hago terapia para ver si eso cambia. Todavía no tuve éxito.
Nos hicimos amigos. En realidad, yo tenía otras intenciones. A las dos semanas del primer encuentro me invitó a la casa y me mostró fotos de su viaje de egresados. Estábamos solos en su cuarto pero no pasó nada.
Por ese entonces la papa era el ICQ y me la pasaba chateando con Tavo. Me mataba con mi hermano más chico para que me dejara usar la compu a la noche, no dormía y me iba directo al colegio. Teníamos turnos pero yo necesitaba charlar con mi vecino. Eran conversaciones infantiles, muy poco útiles. Me contaba qué había hecho en el día, me pasaba fotos y música. Yo pensaba que nos estábamos enamorando.
Las horas que chateé con él son irrisorias. Tantas que no me da la imaginación para contarlas pero sólo hacíamos eso: chatear. A veces me lo encontraba en la puerta y nos quedábamos charlando un rato o subía a su casa y me mostraba videos. Pero no más que eso. Yo, cada vez que lo veía temblaba.
A veces hacía algo muy patético: como sabía el horario en el que iba a salir de su casa, corría a la televisión para ver las imágenes que me regalaba la cámara de la puerta del edificio. Realmente estaba enferma por él. Era rara lo cosa, éramos "amigos" pero no existía la charla sobre otras personas. Tampoco la invitación a ser algo más. Ahora lo pienso y me rió pero en ese momento sufría.
Me fui de viaje de egresados, volví. Todo seguía igual hasta que llegaron las mágicas fiestas de egresados. Habíamos pasado como un año chateando para ese entonces.
Llegó mi fiesta. Me vestí con un disfraz de cavernícola y me tomé hasta el agua de los floreros. Esa noche era especial.
Y sí que lo fue. Para esa época la música de moda era la cumbia villera y Tavo y yo éramos medio expertos en la materia, de pibe cantina a la jarra loca había un sinfín de hits. Lo vi llegar y desde ese instante hasta que terminó la fiesta no nos separamos más. Me partió la boca contra la pared, en la barra, en todas partes. Pensé que había encontrado a mi primer gran amor, que iba a tener novio, que iba a tener mi primera vez con él y toda la parafernalia que uno se imagina cuando es adolescente.
Obviamente no pasó. Hubo más fiestas, más besos y después vino el silencio. Él se fue de vacaciones, cuando volvió me fui yo. Empezamos los dos la facultad -Tavo se había tomado un año sabático, era un año más grande que yo- y esa noche coordinamos para que me mandara un chocolate por el ascensor cuando salió a comprar puchos. Los dos estábamos desvelados, en lugar de vernos, me mandaba chocolates por el ascensor y lo arreglábamos por ICQ. Las señales eran evidentes.
Mi obsesión iba in crescendo, seguíamos chateando pero yo quería más. Para él no hacía falta y yo, como era una cobarde acomplejada, no le decía nada. La cumbia viró y se puso de moda la electrónica y con ella, las drogas. Tavo tenía un padre visitador médico y se le dio por mezclar pastillas con alcohol. Iba a Pacha, a la Cream y estaba muy en onda. Yo le tenía/tengo mucho respeto a las drogas, así que... me abrí.
Me abrí, sí, pero seguía creyendo que era el amor de mi vida. Pasaron como tres años desde que lo conocí hasta que tomé la decisión. Después de una seguidilla de desencuentros en los que él preguntaba qué onda yo con otro de los vecinos (así como en un ataque de celos), pero después no hacía nada, muchas fiestas, y buenas charlas, me cansé.
Escribí un mail lapidario que borré de la vergüenza que me dan mis propias palabras y firmé con el pedido explícito de que nunca más apareciera. Era un pedido de tregua, de que me diera la posibilidad de olvidar, porque a él no le pasaba lo mismo que a mí y todas cursilerías de ese estilo.
Me hizo caso. Nunca hablamos de ese mail. Nos cruzábamos en la calle, en un bar, en donde sea y Tavo miraba para abajo y yo me volvía a mi casa a llorar. Supe que estuvo en una granja para desintoxicarse muchos años después y que ahora trabaja en Emiratos Árabes.
Una noche me invitó una birra, pero habían pasado seis años de mi obsesión, ya era tarde.
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