El futuro presidente y la grieta
Parece claro que en el gobierno que asume el martes existen dos polos de poder. Uno reside en Cristina Kirchner, dueña de los votos, y se ha establecido en el Congreso. El otro lo encarna Alberto Fernández y se desplegará en el Poder Ejecutivo. Más allá del contrato que los une, la transición permitió vislumbrar las coincidencias y las tensiones que hay entre ambos. En buena medida, la suerte del país estará atada al modo en que se resuelvan estas últimas. Si es que hay dos voluntades, una prevalecerá sobre la otra a la hora de tomar las decisiones.
Como si reprodujera en su persona esta doble faz, por momentos el presidente electo también presenta dos caras contradictorias. Por un lado, se ha manifestado como un hombre tolerante capaz de aceptar las disidencias, un político razonable proclive al diálogo y a la conciliación. Por el otro, ha tenido reacciones que parecen ir en sentido contrario: gestos y dichos que clausuran la posibilidad de un entendimiento superador entre quienes piensan distinto. ¿Cuál es el verdadero Fernández? También él ha de resolver este interrogante cuando empiece a ejercer las funciones de gobierno.
La contradicción que lo habita queda en evidencia en su abordaje zigzagueante de un tema que, según afirma, lo preocupa: la grieta. Muchas veces se comprometió a trabajar para cerrarla. "No podemos vivir más en el país de la grieta -ha dicho-. Es un país delirante. Tenemos que darnos cuenta del delirio que fue eso, debería avergonzarnos". Este mismo sentido parece haber tenido el cordial encuentro que mantuvo anteayer con Horacio Rodríguez Larreta. En Twitter, el presidente electo destacó que la reunión con el jefe de gobierno porteño sirvió para "terminar con las divisiones y unir a la Argentina".
Respuesta a contramano
Sin embargo, durante el mismo día, y a través de la misma red social, envió un mensaje que apunta directo a la división, en tanto demoniza al adversario político. Fue en respuesta a un tuit en el que Marcos Galperin, el creador de Mercado Libre, le deseaba éxito en esta nueva etapa. A la mano tendida, Fernández le respondió con un golpe. No dirigido al empresario, sino al presidente saliente: "Gracias! Estamos dando vuelta una página de nuestra historia en la que políticas perversas arruinaron la producción y el trabajo. Dejaremos de lado la mentira y la ineptitud que marcó este tiempo. Y lo vamos a hacer entre todos y a favor de los marginados".
A la luz de aquello que lo precede, ese "todos" no suena convincente. Acaso de modo involuntario, con ese mensaje Fernández remite al discurso que caracterizó a la etapa más extrema del gobierno de su compañera de fórmula, donde la división entre los argentinos se cultivó de modo estratégico mediante la construcción de un enemigo, de acuerdo a los dictados de Laclau. El relato discriminó de forma banal entre "buenos" y "malos" e inyectó en la sociedad una dosis de odio que alimentó el fanatismo y la polarización, así como las fantasías de eternidad de la expresidenta.
La división ha sido un elemento consustancial del discurso kirchnerista. Para acabar con la grieta, entonces, habría que renunciar al relato. Fue precisamente la apelación al relato lo que traicionó al presidente electo en ese tuit caliente. Nadie le va a pedir a Fernández que reconozca los orígenes inmediatos de la división que hoy padece la sociedad argentina. Tampoco una autocrítica. Solo queda esperar que esa parte suya que cree en el diálogo y la tolerancia prevalezca sobre la irracionalidad.
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