BAJADA DEL AGRIO, Neuquén.- Los chinos salen lo justo y necesario. La última vez fue en noviembre, cuando abandonaron la estación espacial instalada en el medio del desiertopatagónico para validar sus registros de conducir en la municipalidad de este pueblo, a unos 20 kilómetros. No fue fácil. El español es indomable para el señor Li, que se presentó como el traductor, y los funcionarios locales ven el mandarín como una extrañeza que provoca la curiosidad de lo que no podría ser más remoto. El trámite se resolvió con señas, sonrisas y un apretón de manos. Los visitantes volvieron a la estación espacial y no hubo nuevos contactos desde entonces.
En Bajada del Agrio viven unos 2000 habitantes y es el pueblo más cercano al predio donde se erige una antena gigante pensada para observar el espacio, según los papeles. También es una de las localidades que entablaron más relación con los chinos desde que se asentaron en Neuquén, en 2014, pero el vínculo amistoso que incluyó hasta regalos se debilitó en los últimos años por la rotación frecuente de los científicos y traductores. En este lugar ya olvidaron cuántas veces escucharon nombres nuevos.
El tiempo y la escasa información sobre lo que pasa detrás de esas vallas, alambres de púa y cámaras de seguridad hicieron que el pueblo naturalizara la presencia de la estación, pero no ocurre lo mismo más allá de las fronteras de la provincia. El misterio que la envuelve desde su construcción permanece intacto, la convirtió en un foco de discusión internacional, y la Casa Rosada, a 1400 kilómetros de aquí, no tiene planes de modificar las condiciones del acuerdo bilateral impulsado por Cristina Kirchner cuando era presidenta y refrendado por Mauricio Macri.
Si bien el pacto contempla un uso científico de la estación que se limita a la exploración del espacio lejano, la base depende en última instancia del Ejército chino y tiene tecnología "dual": además de sus capacidades científicas, la antena también puede ser usada con fines militares. Por eso, las 200 hectáreas que ahora están bajo el mando del gobierno de Xi Jinping son motivo de roces geopolíticos con Estados Unidos y la Unión Europea (UE), que manifiestan con frecuencia su malestar por el avance de China en la región y su preocupación por el uso real de esa antena de 48 metros de altura, 35 de diámetro y 450 toneladas. Autorizada por el Congreso, la base estará instalada en la Argentina por medio siglo.
El miedo a lo desconocido
El río Agrio recorre la estepa neuquina y crea valles cuyo verde contrasta con el marrón infinito. En una de esas cuencas, a la que se accede únicamente por caminos de tierra y piedras entre cerros, está Bajada del Agrio, un pueblo de un puñado de manzanas, sin asfalto y con algunas acequias que se inauguraron con pompa tiempo atrás. Sobre la calle 25 de Mayo llama la atención una casa pequeña y recién pintada de un rosa que parece chillón al sol del mediodía. Es la municipalidad.
"Tampoco hay que tenerles miedo a los chinos", dice con desdén Mabel Pino, la intendenta. Ni por sus actividades ni por el eventual riesgo de contagio de coronavirus, que tuvo su primer brote en China. El aislamiento, en este caso, juega a favor. El equipo que vive actualmente en la estación llegó en noviembre, antes del brote, y no volvieron a China ni viajaron a un país con riesgo de contagio. Ni la municipalidad ni el gobierno argentino dispusieron, entonces, medidas preventivas en el lugar.
En el pueblo admiten que en un principio la construcción de la base había generado dudas y temor por la falta de información. Nadie les comunicó los detalles del proyecto y al poco tiempo se enteraron de que no muy lejos de allí, tras un largo y desparejo camino de pedregullo, se instalaron, además de la antena principal, pequeños edificios en tonos de marrón con techo a dos aguas y unidos por caminos de concreto donde los científicos trabajan, comen, duermen y hacen ejercicio.
Algunos vecinos conocen un poco más, como Rolando, que trabajó como ayudante de obra durante la construcción de la antena. Tímido, todavía le intriga cómo se vive ahí. "No sabés la cantidad de capas que tienen las paredes de esa antena. Son así de anchas", dice, y marca con los brazos lo que sería el espacio de un metro. "De ahí no entra ni sale ninguna señal de teléfono", agrega, para explicarlo en términos cotidianos. Cuenta que durante la obra sus jefes directos eran argentinos. No tuvo contacto con los asiáticos.
Ante el temor inicial, la municipalidad pidió formalmente que se organizara una visita a la estación y los chinos aceptaron. A medida que se construyó la relación con el pueblo, los funcionarios visitaron el lugar "varias veces" y aseguran que nunca vieron "nada raro", lo que comenzó a disipar las sospechas.
Lleva una media hora recorrer el camino que se abre de la ruta provincial 14. Una línea de tensión instalada exclusivamente para proveer de electricidad a la estación acompaña todo el camino hasta que desde atrás de una loma se divisa parte de la antena, una punta de hierro blanca.
Dos cámaras apuntan al que se acerca al portón gris. Al tocar el timbre de una especie de portero eléctrico, una voz femenina pide en inglés que el visitante deje un mensaje. Nadie contesta, nadie se deja ver.
La puerta se abre casi automáticamente cuando aparece en el horizonte un pequeño camión con un tanque de agua detrás y manejado por argentinos. El vehículo entra en la base y comienza su recorrido largo hasta una edificación ubicada a unos 200 metros. En el trayecto pasa por una construcción pequeña que en la puerta de vidrio tiene colgado un adorno rojo de papel recortado, una técnica artística típica de la cultura china, declarada patrimonio inmaterial de la humanidad por la Unesco. El portón se cierra.
Pino conoció personalmente la estación el año pasado. En el lugar vio un video institucional de los proyectos de la Agencia Espacial Nacional de China (CNSA), escuchó a los científicos hablar del lanzamiento de la sonda Chang’e 4, destinada a explorar el lado oscuro de la Luna, y vio maquetas de otras sondas espaciales chinas. Allí también les explicaron, a ella y a los otros invitados, que no es una base militar. "Es como ciencia ficción", cuenta.
Pisos de porcelanato, predominio del blanco, una pulcritud absoluta y decoración tradicional son las características de la descripción que hacen quienes estuvieron dentro de la estación. Como si fuera un extracto de China plantado en la Patagonia, en la base hay carteles en mandarín, como un cuadro gigante con la Gran Muralla China tallada en lo que parece ser bronce o un espacio para practicar Jiànzi, una suerte de bádminton para el que se usan las manos y los pies en vez de raquetas y que es común ver en los espacios públicos de China.
Pino gobierna el municipio desde diciembre, luego de ganar las elecciones de esta localidad del noroeste de la provincia bajo el sello del Movimiento Popular Neuquino (MPN). Antes era parte de Kolina, pero la agrupación de Alicia Kirchner perdió fuerza y presupuesto, lo que le dio al partido tradicional neuquino vía libre para ampliar aún más su hegemonía.
Pino sucedió a Ricardo Fabián Esparza, su marido, que hoy también trabaja en la municipalidad. Su escritorio está al lado del suyo.
"Si ellos quieren, escuchan lo que están haciendo ahora en la Casa Rosada. ¡Así nomás, eh!", bromea Esparza. La intendenta ríe y cuenta que la relación con los chinos llegó a ser bastante fluida y que incluso hubo intercambio de regalos. Tiene expuestos algunos en el despacho, como un plato de bronce con imágenes talladas de la historia de Xi’an, ciudad del interior de China. Allí tiene sede una de las agencias de control satelital que trabajan en la estación, donde hoy viven siete personas. También le obsequiaron un abanico tradicional de papel.
"Hacían muchos regalos", agrega efusivo Esparza, quien recuerda que durante su gestión recibió botellas talladas de licor de arroz. "¡Ganbei!", grita tras varios intentos fallidos de recordar la palabra con la que los chinos hacen chin chin.
El idioma siempre fue una barrera. Al principio, la persona que traducía los encuentros hablaba un español fluido, cuenta el exintendente. Lo llamaban Domingo porque su nombre en chino era complicado de pronunciar. Con el paso de los años hubo dos traductores más. Con el que está hoy, dice Pino, el éxito de la comunicación es casi imposible.
La preocupación por el uso de la antena
La instalación de la antena sumó un factor de preocupación diplomática en medio del avance sostenido de China en América Latina mediante ayuda financiera y proyectos de infraestructura.
El ejército de Estados Unidos advirtió sobre las capacidades de la antena china. El jefe del Comando Sur del Pentágono, Craig Feller, dijo el año pasado que "Pekín puede violar los términos del acuerdo con la Argentina de solo llevar a cabo actividades civiles" al tener en Neuquén "la habilidad para monitorear y potencialmente convertir en un objetivo las actividades espaciales de Estados Unidos y sus aliados".
Las palabras de Feller se sumaron a los reclamos que los equipos diplomáticos de Washington y de la Unión Europea le hicieron a la cancillería argentina luego de que en febrero de 2015 el Congreso aprobara el "acuerdo de cooperación" entre la Argentina y China para "la construcción, el establecimiento y la operación de una estación de espacio lejano en el marco del programa chino de exploración de la Luna".
La inquietud radica en las capacidades tecnológicas de la instalación. Según los pedidos de información, así como puede investigar los cuerpos celestes y monitorear las sondas chinas en el espacio, la antena tiene también la tecnología que se necesita para interceptar satélites artificiales que orbitan la Tierra. Es decir, llevar adelante maniobras de espionaje.
Uno de los argumentos del kirchnerismo para promover el pacto fue que existe una antena de la comunidad europea en Mendoza, a unos 40 kilómetros de Malargüe. La UE advirtió, sin embargo, que esa base depende de una agencia especial y no del Ejército, como la de China.
Pekín negó desde un primer momento que tuviera esas aspiraciones y justificó la elección de Neuquén por ser el lugar "más favorable" del Cono Sur para realizar tareas científicas de ese calibre.
Al mismo tiempo, una vez que se autorizó la actividad china, Estados Unidos reactivó la construcción de un centro, también en Neuquén, dedicado a la "Operación de Asistencia Humanitaria y Desastres Naturales", financiado por el Comando Sur (dependiente del Departamento de Defensa), que estaba previsto desde 2009, cuando todavía no estaba en los planes el desembarco chino en la provincia. El centro norteamericano, que según Washington no tiene fines de vigilancia, se autorizó con una inversión de US$1,3 millones. Un costo mínimo si se compara conlos US$50 millones que demandó la estación espacial.
En un intento de responder a las dudas, Pekín incluso accedió a renegociar el acuerdo a pedido del gobierno de Macri, que poco después de asumir ordenó a la entonces canciller, Susana Malcorra, y a quien era el embajador argentino en China, Diego Guelar, entablar conversaciones con el Partido Comunista para agregarle al pacto la aclaración de que la antena será utilizada con "fines pacíficos".
El gobierno actual, en tanto, no propondrá más modificaciones en el acuerdo. "Sigue vigente", dijo el mes pasado el ministro de Ciencia y Tecnología, Roberto Salvarezza.
La cesión del terreno para su uso por 50 años es casi total. La Argentina accedió a no cobrar impuestos y a otorgar beneficios aduaneros, migratorios y consulares cuando sea necesario. También aceptó no interferir en las tareas que se lleven a cabo, así como no podrá ser cuestionada por lo que allí suceda.
Según el texto del acuerdo, de diez páginas, las instalaciones contemplan "el seguimiento terrestre, el comando y la adquisición de datos" del espacio exterior. El gobierno de Cristina Kirchner, que promovió el pacto, acordó que la Argentina "no interferirá ni interrumpirá las actividades normales" que se realicen en el predio y dejará sin efecto todo tipo de impuestos aduaneros e internos (incluyendo el IVA) a las contrataciones que provengan desde la base.
Asimismo, ante un eventual roce diplomático entre China y otras potencias, la Argentina no tendrá responsabilidad. "El gobierno de la Argentina no se responsabiliza, nacional o internacionalmente, en razón de las actividades del gobierno de China en su territorio vinculadas al proyecto", dice el acuerdo en su artículo 6. Y agrega que Pekín "mantendrá indemne a la Argentina de toda obligación que surgiere de reclamos de cualquier naturaleza, a pedido e instancia de terceros, como consecuencia de tales actos u omisiones".
Si bien la agencia del Partido Comunista tiene control pleno de las actividades del lugar, también cedió ante algunos pedidos de nuestro país. El pacto, que puede ampliarse una vez cumplido el plazo, también establece el compromiso de China de "cumplir con las reglamentaciones vigentes en la Argentina" en materia laboral, de seguridad y de higiene de trabajo, aunque señala que "las remuneraciones y otros ingresos abonados por el gobierno de China a los empleados de nacionalidad china se regirán por la legislación" vigente en Pekín.
De la misma manera, se estableció que la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae) tiene autorización para usar las instalaciones de la antena por el 10% del tiempo. El organismo que dirige Raúl Kulichevsky firmó con China en diciembre pasado un acuerdo de "intercambio de conocimientos" satelitales.
En Las Lajas, una pequeña ciudad a unos 50 kilómetros de la base, hay algunos supermercados chinos. Allí van a aprovisionarse los empleados de la estación cada varios días, según cuentan los vecinos. Pero los contactos también son escasos. La base es, para ellos, lo que se mira y no se toca. Los tres empleados de una estación de servicio del lugar se pisan para hablar de los chinos. "Ojo, no son militares", dice Amelia, con el dedo levantado. "Pero ni te podés acercar. Son bravos".
- Edición Audiovisual: Fernando Gutiérrez, Jesica Rizzo, Florencia Abd, Alejandro Bogado y Francisco Ferrari.
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