De madrugada, el Presidente y Santiago Cafiero apuraron el incómodo comunicado contra su aliado Putin

El teléfono del canciller Santiago Cafiero sonó temprano, a primera hora de la mañana. Era el presidente Alberto Fernández, con quien ya había conversado largamente ayer con una preocupación en común. Junto a Cafiero, que estuvo online con el embajador en Rusia, Eduardo Zuain, durante toda la noche, el Presidente terminó de definir los términos del comunicado, escrito por el canciller y que “rechaza el uso de la fuerza armada” y llama a la Rusia de Vladimir Putin a “cesar las acciones militares” en Ucrania.

Por la tarde, Fernández publicó un hilo de tuits en el mismo tono, pero la nueva postura oficial se había dado a conocer a primera hora de la mañana. A las 7, la portavoz Gabriela Cerruti recibió el texto del comunicado -que no condenó de manera directa a Rusia- con el que más tarde enfrentó a los periodistas y que le sirvió de “escudo” para responder preguntas incómodas, todas vinculadas a la cercanía del Gobierno con Putin, con quien Fernández se reunió hace veinte días y con el que habló de afianzar un “vínculo estratégico” entre ambas naciones. Gestos que fueron leídos con desagrado por el gobierno de Joe Biden, hoy a la cabeza de la condena mundial contra la invasión rusa a Ucrania, condena a la que Argentina se sumó casi dos días más tarde que Washington, la Unión Europea y vecinos como Brasil.

“Lo vimos a Putin, pero también lo vieron [Emanuel] Macron, [Jair] Bolsonaro y autoridades británicas”, se atajaron desde el Gobierno, en medio de los ataques de Rusia y en defensa de la decisión del Presidente, quien incluso le ofreció a Putin ser la “puerta de entrada” para la Federación Rusa en el continente americano.

Ceñida al libreto consensuado, Cerruti evitó responder sobre una eventual declaración de la Celac, que hoy preside Fernández y que incluye entre sus miembros a aliados de Moscú como Venezuela, Cuba y Nicaragua. También aclaró que durante el reciente viaje presidencial a Rusia “no se firmó ningún tipo de acuerdos”, aunque recordó la llegada de vacunas Sputnik V durante la primera etapa de la pandemia y afirmó que los acuerdos ya alcanzados “siguen vigentes”.

La demora en sentar posición sobre el avance ruso responde a la incomodidad de muchos funcionarios ante el nuevo escenario. Cristina Kirchner, que abogó por una relación bilateral cercana a Putin en su segundo mandato presidencial, dio el puntapié inicial para el acuerdo por las vacunas cuando recibió, en su despacho, en octubre de 2020, al embajador ruso en el país, Dmitry Feoktistov. Desde entonces, se hicieron habituales los viajes a Moscú de la hoy ministra de Salud, Carla Vizzotti, y la entonces asesora presidencial, Cecilia Nicolini, con eje en el instituto Gamaleya -que produce la vacuna-, como símbolo inequívoco del diálogo permanente entre ambas administraciones.

Fernández, que felicitó por carta a Putin por la vacuna meses antes de su reconocimiento internacional, sentía que el encuentro “cara a cara” con quien no pudo ver a su paso por Europa era un modo de “agradecer” al presidente ruso la provisión del antídoto contra el coronavirus. Durante largos meses, y mientras la oposición acumulaba sospechas de “preferencia” de la vacuna rusa por sobre otras ofertas, el Gobierno relativizaba las advertencias de la administración de Biden sobre el “mercantilismo de las vacunas” de Rusia y China, como sostuvo a su paso por Buenos Aires el asesor Juan González, en abril del año pasado.

El intercambio no empezó ni termina con la provisión de vacunas. En diciembre pasado, una delegación del Fondo de Inversión Rusa visitó la Casa Rosada, y fue recibida por el gabinete en pleno. Al salir, Zuaín contó a la prensa que “empresas de energías renovables, mineras y de turismo” se mostraron interesados por invertir en el país. También dijo que el Presidente “se mostró abierto a todas las posibilidades que las empresas presentaban y proponían”. Rusia, que firmó a fines del año pasado un contrato para la provisión de trenes de la línea San Martín, mantiene su interés por invertir en energía nuclear en el país. Un cúmulo de intereses y proyectos que entraron en conflicto a la hora de condenar a Putin, hoy enfrascado en una invasión de impredecibles consecuencias.