Imágenes de miedo, angustia y descontrol
Era presenciar la mismísima imagen del apocalipsis. Camino de Cintura y Crovara, La Matanza, minutos antes de las 18. Cientos de personas entraban y salían de una distribuidora mayorista, cargando en sus hombros paquetes, bolsas y botellas. A su paso, un reguero de vidrios rotos, de piedras, de destrucción. En una esquina, cuatro jóvenes asaltaban con un cuchillo a los automovilistas que detenían su marcha. Gritos, llantos, corridas, frenadas, sirenas.
Un fuerte olor a alcohol llenaba el aire. De lejos, la escena parecía un hormiguero. Más de 300 personas corrían desde la distribuidora hasta los monoblocks situados frente a la rotonda. Ingresaban en el local, salían con la mercadería y se detenían en la rotonda, donde formaron un improvisado centro de distribución. Y volvían por más. Todo valía.
La policía miraba a la distancia. Sólo se acercaban de a ratos con un patrullero. Pero el número entre uno y otro bando era tan dispar que ningún efectivo bajaba de los móviles.
A 300 metros de la rotonda un grupo de empleados de Prosegur arreglaba el cerco perimetral del supermercado Auchan. Al mediodía había sido saqueado. Esperaban que cuando cayera el sol ocurriera lo peor.
Por la esquina de la avenida Rivadavia y Echeverría, en Ramos Mejía, daba la sensación de que había pasado un huracán. A las 18, unas cincuenta personas habían entrado por la fuerza al local de Coto y se habían llevado todo. Todo. Hasta los esmaltes de uñas. Las veredas estaban tapizadas de vidrios rotos, fideos, arvejas, harina y restos de paquetes, palos y cascotes.
Una decena de policías se apostaba en la esquina. Desde uno de los patrulleros, la radio policial aturdía. Continuamente se pedían refuerzos para distintos puntos del Oeste. La respuesta desde la base era siempre la misma: "No tenemos más móviles".
Villa Pueyrredón, poco después de las 17. En el hipermercado Wal Mart de la avenida Constituyentes se veía otra cara del fenómeno. Aída y un grupo de diez mujeres caminaron desde José León Suárez hasta la puerta del hipermercado. Para pedir comida. No tuvieron suerte. El local estaba cerrado ante la posibilidad de ser invadido. Efectivos de la comisaría 47a. custodiaban las entradas para que nadie ingresara.
Ellas se habían separado de un grupo de vecinos que tenía fines poco pacíficos. "No venimos a saquear, no queremos robar. Sólo te pido que me des un litro de leche y un kilo de pan. Nada más", rogaba Aída a un empleado de Wal Mart que la miraba con cara de piedra. "Vos no sabés lo que es que tu hijo llore de hambre", le gritaba después. Aída lloraba. Sus vecinas, también.
A las 16, en el supermercado Carrefour de Vicente López el silencio llamaba la atención. La gente recorría las góndolas con los carritos sin hablar. Las caras eran elocuentes. Era miedo.
Jorge Bosch y su esposa discutieron un rato antes de ir al supermercado. No se ponían de acuerdo. ¿Era mejor ir temprano? ¿Era mejor esperar? "Teníamos miedo de salir de casa, pero necesitábamos comprar algunas cosas", explicó Jorge.
"Vinimos porque no creo que por acá haya saqueos -dijo Adrián, un piloto de avión que vive en Núñez-. Lo más lamentable es la imagen que estamos dando afuera... Estuve dos meses en Canadá y si algo necesitamos vender no va a ser nuestra imagen..."
Saqueos. Pedidos desesperados de comida. Miedo. Tres caras de la crisis social. Tres postales que ilustraron el día de ayer.
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