La trituradora de ministros opera a toda máquina
La expulsión de Mondino reimpone un clima de temor en el Gabinete; la cacería de “infiltrados comunistas” y la hostilidad con los opositores dialoguistas abren una nueva era de conflictos
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Luis Petri improvisó un epitafio para el paso de Diana Mondino por el gobierno de Javier Milei. “Los ministros no tenemos derecho a equivocarnos”, declaró, con la lucidez que da el alivio. El jefe de Defensa venía de pasar zozobra por la firma de un comunicado conjunto con la Cancillería que mencionaba a las Malvinas como “Falklands”. Prometió encontrar al “traidor” que cometió semejante desatino. Antes de lograrlo, otro escándalo le costó el cargo a Mondino y aquel pecado de escritura quedará acaso en la cuenta de la excanciller.
El respiro de Petri es un síntoma del clima que se vive en el gabinete libertario, a contramano de la euforia por el programa antiinflacionario y la calma en los mercados. En menos de 11 meses la trituradora de ministros ya se cobró a 4 de los 10 integrantes originales del Gabinete y las salidas en segundas líneas acumulan cerca de 100 casos. Los sobrevivientes suman heridas y saben que Milei puede pasar del amor al odio a la velocidad con la que dispara un tuit.
A Mondino la ejecutó sin escuchar siquiera sus razones por el voto de la Argentina en la ONU en contra del embargo a Cuba. Él no sabía nada cuando leyó en las redes críticas indignadas de usuarios libertarios. El intento de la canciller saliente de demostrar que los “comisarios políticos” de la Casa Rosada habían dado luz verde le sonó a excusa. La echó sin dudar. El anuncio adicional de que saldría a identificar “impulsores de agendas enemigas de la libertad” en el servicio exterior repercutió en todo el gobierno.
Dos días después expuso la tesis de que la decadencia económica argentina se debe a un largo proceso de infiltración comunista en todas las instituciones del Estado, en los partidos políticos, en los medios de comunicación. Lo advirtió con convicción soviética: la purga le puede tocar a cualquiera.
La perplejidad en el entorno de Mondino respondía a que hace apenas 10 días el Presidente le había dedicado un elogio efusivo en la carta que remitió a todos los embajadores argentinos, en la que les exigía una identificación ideológica completa.
Era un espejismo. A Mondino le contaban los días desde antes de asumir. Karina Milei la tenía en la mira desde la campaña cuando la economista y empresaria mostró poco entusiasmo ante un sondeo para ser la compañera de fórmula en la boleta presidencial. Prefirió ser candidata a diputada, un sueño que parecía más alcanzable en el otoño de 2023. Finalmente Victoria Villarruel terminó en la carrera.
La gestión diplomática de la ahora excanciller estuvo devaluada por patinazos propios y limitada por delegados de la hermana del Presidente y del asesor de comunicación Santiago Caputo. Gerardo Werthein -a la postre, su sucesor- la reemplazó meses atrás en la cumbre del G-7 y en reuniones de alto nivel, lo que terminó de vaciarla de poder.
La caída sigue el patrón que vivió el primer jefe de Gabinete, Nicolás Posse, expulsado después de que su “amigo” Milei lo sometió al desgaste de retirarle el saludo. Guillermo Ferraro, de Infraestructura, duró unos pocos días y salió eyectado a raíz de una denuncia falsa de haber filtrado información delicada a la prensa. A Mario Russo se le agotó la cuerda en Salud por resistirse a la intervención constante de Caputo y de quien finalmente se quedó con su sillón, Mario Lugones.
Los que se quedan tienen un espejo donde mirarse. Mariano Cúneo Libarona pareció resignarse a que el caputista Sebastián Amerio actúe de ministro en las sombras. ¿Será el próximo?
El jefe de Gabinete, Guillermo Francos, superó un roce con Caputo que lo puso cerca de dar un portazo dos meses atrás. Es uno de los pocos ministros que tienen una ascendencia emocional sobre Milei, pero no está exento del desgaste. Es la cara amable que trata con los enemigos que declara el Presidente y quien debe liquidar en su nombre a los expulsados del paraíso libertario. La versión de un exilio dorado en una embajada volvió a encenderse ahora que el regreso de Werthein dejó libre la sede argentina en Washington DC. “Javier lo quiere cerca”, minimiza una fuente del entorno presidencial.
Tampoco una favorita como Sandra Pettovello descansa de las internas. Su enfrentamiento con Caputo la hace vivir con ansiedad hasta por nimiedades. Esta semana creyó ver la mano del asesor detrás de la repercusión que tuvo el caso de una funcionaria de rango menor que gastó 1,9 millones de pesos de su presupuesto para comprar una cafetera de lujo. Pettovello la echó y difundió con aires épicos el video del momento en que el cacharro en cuestión era reempaquetado para ser devuelto a la casa de electrodomésticos. Milei le dio like en las redes. Crisis resuelta.
Sin tocar la puerta
El “triángulo de hierro” que integran los Milei y Santiago Caputo condiciona el funcionamiento del Gabinete, donde a menudo quedan desnaturalizadas las jerarquías y a los jefes formales se les cierra el canal de diálogo con el Presidente. El asesor comunicacional, señalado como artesano de esa dinámica, despierta recelos. Él suele quitarle hierro al asunto, según lo citan cerca de él: “Es lógico que a muchos no les guste. Entro sin golpear la puerta y no dejo la firma en ningún expediente. Pero no construyo para mí, soy un instrumento de Javier”.
Luis Caputo podría sentirse una excepción. Milei lo fue a visitar el viernes para felicitarlo por los resultados fiscales y no se cansa de presentarlo como “el mejor ministro de la historia”. El economista hizo una llamativa conversión, de técnico gris a creyente con rasgos de profeta que exhibe en su cuenta de Twitter (X). Aun así, tiene que bajar al barro de la interna de tanto en tanto. La última para defender a su protegida Florencia Misrahi, jefa de la AFIP, ahora rebautizada ARCA, que está en la mira de su sobrino Santiago.
Otro caso especial es el de Patricia Bullrich, a quien Milei le reconoce el mérito de haber eliminado los piquetes cotidianos y de estar doblegando al narcotráfico en Rosario. La ministra se mimetizó con el discurso oficialista, rico en estridencias y exageraciones. Aquellos resultados le dan un escudo para pequeños traspiés. Su gestión abunda en anuncios rimbombantes que se diluyen con el tiempo. Esta semana se hizo viral su declaración sobre un hombre que fue liberado después de pasar 21 días preso por tenencia de cocaína que en realidad era polvo desodorante para pies. “El talco siempre se confunde con la cocaína”, sentenció, inmune a la ley de infalibilidad de Luis Petri.
Alfonsín y el golpe
Bullrich leyó bien la demanda de verticalismo que plantea su jefe político. No tardó un día en respaldar el ataque de Milei contra Raúl Alfonsín, a quien acusó de promover un golpe de Estado contra Fernando de la Rúa en 2001.
El agravio a Alfonsín ahondó la crisis del radicalismo, cuyo bloque de diputados venía de partirse por la presión de los sectores críticos que rechazan el dialoguismo no correspondido de Rodrigo de Loredo y el transfuguismo de un puñado de legisladores que se tientan con el auge libertario.
El mensaje fue claro. Milei abrazará a los radicales capaces de tolerar su odio a Alfonsín, pero no tiene el más mínimo interés de construir con los “tibios socialdemócratas” que todavía celebran el consenso de los 80. A su juicio, son todos comunistas. Como los seguidores de Horacio Rodríguez Larreta. Y los de Mauricio Macri si se ponen quisquillosos. Suele dejar al peronismo fuera de esa acusación, tal vez por gratitud a la familia Menem, clave en la construcción política que gestiona su hermana Karina.
El radicalismo pelea por la supervivencia. Empezó este período con 34 diputados. Al bloque oficial le quedan apenas 20, de los cuales 14 terminan su mandato el año que viene. De los disidentes únicamente tres tienen mandato hasta 2027. Las elecciones del año que viene se vislumbran como la amenaza de una sangría histórica.
Al arcón de los rivales imperdonables Milei mandó también a Miguel Pichetto, Emilio Monzó y Nicolás Massot, embanderados también en el trapo rojo con la hoz y el martillo. Quienes conversan con el Presidente cuentan el rosario de insultos que suele dedicarles a estos tres diputados en conversaciones privadas.
Es otro signo de un giro cada vez más perceptible en la estrategia política del Gobierno. En días en que se discute en el Congreso nada menos que el Presupuesto 2025 y una ley para limitar el uso de los decretos presidenciales, casi no hay interlocución entre la Casa Rosada y los opositores. “Desparecieron los operadores. No hay diálogo. Es como si se hubieran resignado a vivir de la minoría del veto”, dice uno de los dialoguistas empujados a la oposición dura.
El Gobierno espera dos meses de tensiones en el Parlamento. Un panorama que entusiasma a los más fieles, porque el conflicto es el aire que respira Milei.
A diferencia de lo que suele pasar con los gobiernos en su etapa de auge, Milei convive con una mayoría de rechazo a la que él mismo invita a juntarse. No hay alternativa política pero sí oposición. Solo ordenó cuidar la alianza con el Pro de Macri, que le garantiza la minoría suficiente para blindar los vetos a las leyes que no le gustan. Los macristas puros acompañan sin fervor. Los libertarios los humillan con su intención manifiesta de fagocitar al Pro y los tienen a dieta de sapos: desde el festival de insultos presidenciales a las amenazas de purgas ideológicas, tan alejadas del ideario republicano que fue la razón de ser del partido amarillo.
Milei hace política como tuitea. Exige la alabanza permanente y se presenta como “el mejor de la historia” en cualquier aspecto que venga a cuento. El diálogo, como en las redes, es ruido. Se trata de “domar” al otro; no de convencerlo. En el vocabulario oficialista proliferan con liviandad alusiones a supuestos “golpes de Estado” en curso y al fantasma de una “infiltración izquierdista”. Es la evolución de la teoría de “la casta”.
Con esas herramientas logra fidelizar un núcleo duro, algo de lo que carecen sus rivales, con la probable excepción de Cristina Kirchner. Diseña así su mundo ideal, en el que la utopía libertaria tiene como rival excluyente a un peronismo encerrado en el techo que le pone la expresidenta.
El resto de la clase política se marea en el desorden. Milei logró cristalizar la expectativa de que puede ganar en 2025 y eso desconcierta a los que aspiran a vivir fuera de la nueva grieta.
Pero el caos es contagioso. El problema se traslada a los propios, obligados a coexistir con el patrullaje ideológico, la sospecha permanente y la amenaza de ser defenestrados sin miramientos. Se va moldeando un gabinete que premia la sumisión y en el que rige aquella máxima de Carlos Zannini sobre Cristina: “Al Presidente no se le habla, se le escucha”.
La obsecuencia en esos niveles suele funcionar como una barrera que disocia a los gobernantes de la gente y los expone a la trampa del exitismo. Milei es un admirador muy particular de Carlos Bilardo, símbolo del resultadismo, la cábala y la prudencia. Da la vuelta olímpica cuando no pasó ni un tercio del campeonato.
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