"La TV construye lazos con los otros", afirma Luis Alberto Quevedo
“El vínculo que establece el televidente con el televisor es muy complejo. Una de sus características consiste en que el espectador desea ver ciertos programas porque hay millones de personas que los ven y él no quiere quedar afuera de las conversaciones. Ocurre que, en definitiva, la televisión no es una tecnología, sino un discurso: construye lazos con los otros, con las demás personas”, sostiene el sociólogo Luis Alberto Quevedo, director del Proyecto Comunicación y del posgrado Gestión y Política en Cultura y Comunicación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).
Puesto a pensar en la televisión, Quevedo cuenta con las mejores armas: una sólida formación académica y una marcada vocación de televidente. Se graduó en la prestigiosa Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de la Universidad de París, donde hizo la maestría en Sociología. Fue director de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, donde actualmente se desempeña como profesor titular regular de Sociología Política. Es codirector de los estudios sobre el Sistema Nacional de Consumos Culturales, que desarrolla la Secretaría de Medios de la Presidencia de la Nación. Además, Luis Alberto Quevedo mira la televisión, la misma que el resto de los argentinos. El dato no es menor, porque esa práctica le permite analizar en detalle los motivos por los que ciertos programas fascinan a millones de personas y se instalan como tema de conversación en la agenda colectiva.
-¿Por qué Gran Hermano sigue despertando tanto interés?
- Gran Hermano es un fenómeno mundial, el formato más exitoso de la televisión global: se hace en 70 países simultáneamente y en cada uno de ellos a la fórmula original se le agregan características locales. En tal sentido, Gran Hermano resume lo que Manuel Castells llama la "glocalización", porque es la mezcla perfecta del formato global y el contenido local. Gran Hermano inició un modo de entrada de la gente común a la tele que luego fue copiado por otros reality shows : las personas desconocidas ingresan en la pantalla como estrellas. No hay un recorrido de construcción del estrellato: son estrellas porque están en Gran Hermano , y desde el primer momento se las presenta como tales. Son construidas como personajes que van a formar parte de un gran show que será visto por millones. El formato dio resultado porque en todo el mundo hay una pulsión voyeurista y porque se supone que esos personajes pueden hacer cosas inesperadas en cualquier momento. No me refiero a la fantasía de que dos participantes tengan sexo. De hecho, esa situación se dio en muy pocos países. Lo que puede ocurrir son fenómenos de racismo, como el que sucedió en Inglaterra, de depresión o de abandono del juego por parte de un participante que extraña a su hijo. En Gran Hermano pueden aparecer dramas humanos que van mucho más allá de la fantasía de que veré una pareja teniendo intimidad sexual.
-¿Cómo se explica que "Bailando por un sueño" y "Cantando por un sueño" hayan producido, en 2006, semejante fenómeno de rating?
-"Bailando por un sueño" y "Cantando por un sueño" son televisión pura. Esos segmentos de ShowMatch no podrían ser ninguna otra cosa que un programa de TV. Hay ciclos de debates políticos, por ejemplo, a los que si uno les quitara la imagen, serían radio; hay programas que tienen pretensiones de cine y hay otros que tienen la pretensión de contar la historia de la Argentina. "Bailando " y "Cantando ", en cambio, son televisión pura: la mezcla de todos los géneros y de todas las personas. Allí hay famosos, hay gente común, hay gente que quiere ser artista porque baila o canta bien, hay actores o deportistas que colaboran con un soñador. Hay sueño, y eso es muy importante para un programa de TV. Además, en "Bailando " y "Cantando " hay competencia. El jurado podrá ser ridículo y absurdo, en muchos casos, pero hay competencia, es decir, la posibilidad de contar una historia con cierto suspenso. Por otra parte, hay mucha emotividad televisiva: por ejemplo, la sorpresa de que me hayan traído a mi tío desde Corrientes para que me vea bailar, o la idea de que perdí, pero Marcelo Tinelli me cumple el sueño o la persona famosa que baila conmigo me anuncia en cámara, con un primer plano en mis ojos, que igual me van a cumplir el sueño, y entonces lloro. Eso es televisión pura. Y es más complejo de lo que parece. Los buenos programas de televisión son buenos porque respetan las reglas de la TV, que no son las del cine ni las del teatro ni las de la literatura. La televisión es lo efímero maravilloso, el instante sublime sin ninguna consistencia, y eso son "Bailando por un sueño" y "Cantando por un sueño".
-¿Cómo miramos televisión los espectadores del siglo XXI?
-Muchas de las tecnologías de la comunicación nacieron como medios para ser consumidos socialmente. En sus comienzos, la radio era escuchada en familia y hasta en las plazas de pueblo. La TV, que también nació como un tipo de consumo comunitario, ahora está ante un proceso de personalización. La duda es si llegaremos al punto de que cada uno tenga su propia televisión, dicho esto en dos sentidos: un televisor por persona y una apropiación personal de los contenidos televisivos.
-¿Por qué se fue pasando del consumo televisivo familiar al personal?
-La respuesta está en la historia de la TV. Hasta los años 60 sólo se conocía la televisión en vivo: quien no estaba frente al televisor en tiempo real se perdía el programa. Con la aparición del videotape comenzó un lento proceso de abolición del tiempo: los programas se grababan para ser emitidos en otro tiempo. En la década del 80, con la difusión de las grabadoras de TV hogareñas, la ruptura de la temporalidad televisiva empezó a estar en manos del televidente: yo grabo un programa a la hora en que es emitido y lo miro cuando quiero. En los 90, el cable transformó a la TV en una cinta sinfín: un mismo programa sale al aire en diferentes horarios. En mi opinión, el último desafío de la ruptura del tiempo se asocia con la ruptura del espacio: ¿será el teléfono celular el lugar desde el que yo bajaré paquetes de contenidos televisivos para verlos después? Yo creo que ésa es la promesa del celular, pero no la de la TV. La convergencia entre el teléfono y la TV es muy difícil.
-¿Por qué se resiste la TV a ser emitida por teléfono celular?
-Porque en vez de empequeñecerse, la TV quiere agrandarse, apuntar a la gran pantalla. Pero fuera del tema tecnológico, creo que en el espectador hay un goce en la TV masiva que aún no está abolido.
-Bill Gates declaró, en Davos, que dentro de cinco años caducará el modo actual de mirar televisión, gracias a la combinación de Internet y celulares. ¿Qué piensa al respecto?
-Lo que pronostica Bill Gates es la muerte del broadcasting , es decir, de las grandes audiencias. Según él, surgirá el hábito de que cada uno baje paquetes de imágenes, los registre en la memoria de su teléfono y los consuma individualmente. Pero yo creo que el televidente no está dispuesto a renunciar al goce de la TV masiva. El vínculo que establece el televidente con el televisor es uno de los más difíciles de entender. Una de sus características consiste en que el espectador desea ver ciertos programas porque hay millones de personas que los ven, y él no quiere quedar fuera de las conversaciones. En definitiva, la televisión no es una tecnología sino un discurso, un lazo con los otros. Como sostiene Dominique Wolton, la idea del "gran público" es la idea de construir un nosotros, una comunidad. Es evidente que la TV está asediada por los procesos de personalización y que yo podré bajar una serie completa en un iPod para verla cuando quiera. La pregunta es si a eso lo podemos llamar televisión. ¿Comprar o alquilar un DVD con la serie Seinfeld es mirar televisión? Cualquiera que haga la experiencia de ver de corrido todos los capítulos de 24 comprobará que resulta insoportable, porque esa serie tiene una estructura narrativa pensada para la fragmentación de la TV. Está hecha para ser vista de a media hora por vez. Cuando la miro durante cuatro horas seguidas en un DVD, no tengo el mismo vínculo con la narración. Es como si yo intercambiara cartas con un hermano que vive en Canadá y creyera que la experiencia sería igual si juntara todas las cartas y las leyera de corrido. Si rompemos con la estructura narrativa, con la estructura de recepción, con la estructura tecnológica y con la estructura del goce de las grandes pantallas, yo digo: "¡Señores, esto no es televisión!" Es otro producto cultural. Pero la televisión va a seguir siendo esa práctica hogareña, colectiva y discursiva que me permite llegar al día siguiente a mi trabajo y decirle a un compañero: "¿Viste ayer «Bailando por un sueño»? ¿Viste ayer el último capítulo de Lost ?"
-En el caso de la información, es todavía más difícil imaginar un consumo personalizado, porque uno está habituado a conocer el mundo a través de la mirada que nos presenta el noticiero, aun a riesgo de que el recorte sea sesgado
-Esa es una muy buena observación para empezar a pensar cuánto queremos nosotros, los televidentes, ser programadores y cuánto queremos que nos seduzcan, nos narren historias o nos cuenten qué pasó en el mundo desde la perspectiva de ellos, de los que hacen la televisión. Digo esto porque detrás de algunas promesas tecnológicas está la idea de un ciudadano hiperactivo. Es cierto que hay una lenta activación del consumidor y que, además, al consumidor le gusta tener una distribución propia de su tiempo libre. Pero lo que no es verdad es que yo quiera ser el productor de mi propio entretenimiento. Uno de los grandes atractivos de la TV es su capacidad de sorprendernos. Condenar al espectador a armar su propia fiesta es matar el vínculo que tenemos con la televisión.
-¿Cuál es la reacción de los televidentes ante la creciente fragmentación de la TV por cable, que ofrece canales de series, de noticias, de ciclos para la mujer, de gastronomía, de deportes, etc.?
-En los años 80, cuando apareció el cable, surgió la teoría de que la segmentación iba a permitir que algunos eligieran ver series, otros deportes y otros noticias. Pero en los 90, los análisis de los consumos demostraron que no existe el televidente al que le gusta una sola cosa. Alguien puede tener preferencia por los documentales, las películas o las noticias, pero aun ese televidente de segmentación también quiere ver otras cosas. Quiere zapping, quiere algunas transgresiones, quiere ver programas cuya existencia le resulta inconcebible, quiere ver horrores. Cada tanto, quiere ver ciertas cosas de las que los demás viven hablando, pero que él, por convicciones ideológicas, culturales o políticas, normalmente no mira. En nuestros consumos culturales, todos tenemos una complejidad mucho mayor que la idea de que somos una señal dedicada a un solo tema. Entonces, si la promesa que me hace el teléfono es que yo voy a poder elegir las series que quiero ver, las noticias de las que me quiero enterar y la cantidad de deporte que va a haber en mi paquete televisivo, sostengo que la promesa es pobre, porque implica que yo voy a ser capaz de producir mis propias sorpresas, y eso sería la muerte de la televisión.
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