Alberto Eduardo Ottalagano fue nombrado interventor por Isabel Perón en 1974, en uno de los períodos más turbulentos de la política argentina
“No soy fascista, simplemente me gusta el orden y la jerarquía”. La definición de Alberto Eduardo Ottalagano, a quien la presidenta María Estela Martínez de Perón designó en septiembre de 1974 interventor en la Universidad de Buenos Aires (UBA), respondía al clima de agitación que se vivía en los claustros educativos en los años 70, en una de las etapas de máxima convulsión de la política argentina. Sus 100 días de gestión en la UBA profundizaron los enfrentamientos y una década después, cuando el país retornaba a la senda de la democracia, Ottalagano sintetizó sus ideas en el libro “Soy fascista, ¿y qué? Una vida al servicio de la patria”.
EL breve y polémico mandato de Ottalagano en la UBA marcó la llegada de la derecha peronista al poder en la universidad, un escenario que no volvió a repetirse en el período militar siguiente, ni en los posteriores 40 años de democracia.
Designado por decreto en septiembre de 1974, un mes antes había asumido como ministro de Educación el médico Oscar Ivanissevich y el 1 de julio había muerto el presidente Juan Domingo Perón, cuya esposa y vicepresidenta heredó las riendas del poder. En un giro político, que dejó de lado la línea recostada sobre el progresismo y la izquierda, que había caracterizado la gestión de su antecesor Jorge Alberto Taiana, Ivanissevich se valió de la flamante ley universitaria para intervenir la universidad.
La investigadora Romina De Luca, sin embargo, advirtió en un artículo publicado en El Aromo que durante los 15 meses en que Taiana se mantuvo en el poder las decisiones últimas de la vida universitaria no las tomaba la universidad. “Los interventores ejercían las funciones de los rectores. Las atribuciones de la Asamblea universitaria y del Consejo de Rectores quedaban reservadas para el Presidente de la Nación y el ministro de Educación”, respectivamente.
Ivanissevich, cuya designación como ministro derivó en la toma de los claustros universitarios, había sido embajador en Estados Unidos y titular de Educación de Perón en su primera presidencia, entre 1948 y 1950. En su juventud había jugado al fútbol en el club Estudiantes de Caseros y, tras graduarse de médico, se dedicó a la cirugía. Tras la muerte del general Perón, acompañó a su viuda en un gobierno jaqueado por la crisis económica y la violencia.
La crisis universitaria
Semanas después de la asunción del ministro de Educación, una bomba colocada por la Triple A atentó contra el entonces rector de la UBA, Raúl Laguzzi, en su domicilio y le costó la vida a su pequeño hijo Pablo, de apenas cuatro meses. Al igual que en su anterior gestión como decano de la Facultad de Farmacia, Laguzzi impulsaba la apertura de comedores en apoyo de poblaciones vulnerables y había acompañado las protestas y tomas en la universidad, en abierto rechazo al ministro de Educación. Las amenazas siguieron y veinte días después Laguzzi se vio obligado a refugiarse en la embajada de México. Ivanissevich nombró en su lugar a Ottalagano, quien había formado parte de la resistencia peronista tras el derrocamiento del líder justicialista en 1955.
Con el respaldo del ministro de Educación, Ottalagano se propuso “terminar con el caos y la infiltración marxista” y denunció que la UBA se había convertido en “un campamento guerrillero”. Para justificar la intervención, el flamante rector sostenía que “la izquierda marxista y la derecha liberal mantienen la Unión Democrática en la educación”, en referencia a la coalición opositora que se había formado en 1946 contra Perón. En esa línea, en su gestión al frente de la principal universidad del país llamaba a “soluciones drásticas”, aunque eso implicara “cerrar por un rato las puertas de algunas facultades.
En su corto mandato, el rector Ottalagano estableció restricciones en el ingreso a la universidad, con exámenes y cupos de ingreso, y expulsó a docentes, incorporando muchos profesores con posturas comprometidas con el nacionalismo católico. Todos los alumnos que iban a ingresar en 1975 debían cursar las materias Idioma nacional, Geografía argentina e Historia argentina como materias obligatorias e intervino las carreras de Ciencias de la educación, Sociología y Psicología, que proyectó traspasar al Rectorado. Se fijó el objetivo de “higienizar” los claustros de los “elementos extranjerizantes y comunistas” que habían copado las aulas y que generaban el “caos social”. Los celadores en los claustros podían portar armas.
Sus planes académicos, que contrastaban con los postulados de la Reforma Universitaria de 1918 –libertad de cáátedra, acceso de profesores por concurso y cogobierno entre docentes, graduados y estudiantes- no llegaron a cristalizarse. En medio del caos, se vio obligado a renunciar en diciembre, un día después de Navidad, y el curso de 1975 comenzó con otro rector en la UBA, el doctor Julio Lyonnet.
Años después, su actuación como abogado llevó a Ottalagano defender ante la justicia argentina al agente de inteligencia chileno Enrique Lautaro Arancibia Clavel, implicado en el asesinato del general Carlos Prats, y su esposa, Sofía Cuthbert, al explotar una bomba colocada en su automóvil, el 30 de septiembre de 1974, en Buenos Aires. Distintas fuentes atribuyeron la decisión de asumir esa defensa a un pedido expreso que le habría hecho el exdictador de Chile Augusto Pinochet, con quien Ottalagano mantenía una relación cercana. Prats había sido comandante del Ejército de Chile y ministro del Interior y de Defensa del entonces presidente Salvador Allende, y en el momento del atentado estaba radicado en la Argentina.
Retirado de la vida política, Ottalagano falleció en octubre de 1998, a los 73 años.
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