Plaza de Mayo, la meta común de militantes e independientes
Llevaban 16 horas en la Plaza de Mayo, varias de ellas saltando y cantando, y no podían parar. Por momentos, el pogo y las canciones de una veintena de jóvenes de la JP Descamisados contagiaban a la multitud que ayer peregrinó hasta la Casa Rosada. Por momentos, cuando cantaban solos, quedaba en evidencia que eran sólo un minúsculo grupo, uno más, entre el centenar de organizaciones oficialistas y las miles de personas que despidieron al ex presidente Néstor Kirchner.
La Plaza de Mayo fue ayer muchas plazas: la de las Madres, que sumaron su habitual ronda de los jueves al cortejo fúnebre; la de los sindicatos, que al mediodía llegaron para dar un último adiós al "compañero Néstor"; la de las organizaciones sociales, que se emocionaron por la muerte del presidente que les "devolvió la dignidad del trabajo", y la de agrupaciones de jóvenes, que cantaron "haber reencontrado la política" de la mano del kirchnerismo.
Pero la Plaza de Mayo fue también la meta ansiada por miles de ciudadanos que, sin reconocerse como militantes kirchneristas -algunos ni siquiera peronistas-, pasaron horas en una fila que llegó a extenderse por 20 cuadras. A pesar de las diferencias, como explicaron a LA NACION, compartían con los ultrakirchneristas un doble mensaje: su pesar por la muerte de Kirchner y, sobre todo, su apoyo a la Presidenta.
"Yo soy de cuna radical, pero considero que el gobierno de Kirchner fue el mejor de la democracia", contó Marisa Monterubianesi, una vecina de Belgrano que había pedido permiso en su trabajo para sumarse al cortejo. "Vale el esfuerzo, porque cambió al país", agregó, a su lado, Patricia Usach.
El "esfuerzo" eran las 20 cuadras que estas dos mujeres debían caminar hasta la Casa Rosada. Eran las 16.30 y ambas se encontraban cerca del cruce de San Martín y la avenida Corrientes. La fila seguía por San Martín hasta la Catedral, se desviaba por Rivadavia hasta la avenida 9 de Julio, para regresar hasta la plaza por la Avenida de Mayo.
Tres horas después, cuando caía la tarde, la familia Mongelo llegaba desde Moreno para sumarse al cortejo. Habían salido a las 16, en tren, y sabían que la noche los iba a encontrar en la calle. "¿Cómo no voy a estar acá, si cuando llegó Kirchner yo era maestra pero vivía del trueque?", sostuvo Dora Mongelo.
En el extremo opuesto de la fila, Alejandro Sarmentero, un docente universitario que se definió como "no militante", dialogaba con Mauricio Zanabria, empleado estatal. "Nos vamos a acordar de esto como cuando despidieron a Perón", dijo Zanabria. "O mejor", le deseó Sarmentero.
Muchos de los que lograban completar el recorrido volvían a congregarse luego en la plaza, que se mantuvo repleta durante toda la jornada. "No estuve más que un instante [frente a la Presidenta] y pasé en silencio. Vine con mucha impotencia, bronca, pero más que nada agradecido por un tipo que murió en su ley", sostuvo Pablo Etchebaster, de 41 años y bailarín de tango.
Junto a él pasaban Horacio Delgado (62), Adrián Carballo (36) y Alejandro Ramella (36), del gremio de marroquineros. "Vimos muy dolida a la Presidenta, pero entera", dijo Delgado, que adoptó el discurso del titular de la CGT, Hugo Moyano, al calificar a Kirchner como el presidente que "mejor interpretó a Perón".
Carballo y Ramella vestían las remeras de la Juventud Sindical Peronista, la organización reflotada este año por Facundo Moyano, hijo del camionero. Las remeras y pecheras de ese grupo se repetían por toda la plaza, vestidas incluso por reconocidos miembros de La Cámpora, la agrupación creada por Máximo Kirchner.
Las pecheras también identificaban a los miembros de las cooperativas creadas por el Gobierno. "Nos devolvió la dignidad del trabajo", dijo Héctor Páez, de 38 años, llegado desde Mar del Plata junto a sus compañeros de la cooperativa Unión y Progreso.
Como no tenían tiempo de sumarse a la fila, el grupo de Páez se ubicó frente a una pantalla gigante que repetía las imágenes del interior de la Casa Rosada. Desde allí, más de 3000 personas aplaudieron a rabiar cada vez que la Presidenta regresaba de sus descansos.
No fue el caso del senador radical Ernesto Sanz ni del conductor Marcelo Tinelli, insultados cada vez que su rostro apareció en la pantalla. También fueron reprochados Roberto Lavagna y el senador Carlos Reutemann. Pero el principal blanco de la bronca militante siguió siendo el vicepresidente Julio Cobos. "El que no salta es un traidor", le cantaban, bien entrada la noche, los jóvenes de la JP Descamisados. Y volvían a saltar.
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