Por qué fracasan las criaturas del presidente Kirchner
La transversalidad y el proyecto del plebiscito nacieron muertos.
Se trata de dos de las criaturas políticas más promocionadas por el gobierno de Néstor Kirchner. ¿Cuáles son los motivos del fracaso? ¿Dónde están esos gruesos errores de cálculo teniendo en cuenta que tanto el Presidente como su gestión gozan -todavía- de una imagen positiva importante entre los argentinos?
Hay múltiples razones para explicar los fallidos experimentos que apenas despegaron de la mesa de arena se estrellaron contra la realidad. El más importante es la notable falta de cuadros políticos peronistas o figuras extrapartidarias que quieran sumar su prestigio a las listas o al espacio del oficialismo a dos años del desembarco kirchnerista en el poder.
Hay funcionarios de trayectoria intachable como José Nun o Graciela Ocaña, pero son muy pocos. No son suficientes ni siquiera para llenar los casilleros de las nóminas para las elecciones de octubre.
Por eso hay varios funcionarios actuales de muy buena tarea que deberán dejar lo que están haciendo para ir a cosechar votos allí donde no han surgido nuevos referentes convocantes. Rafael Bielsa y Jorge Coscia son sólo dos ejemplos.
Hay claramente una frazada corta que tapa la cabeza y destapa los pies. Se desmantelan inconvenientemente algunos lugares estratégicos.
Además, en breve se podría sumar José Pampuro en Buenos Aires y ya se sumó Patricia Vaca Narvaja en Córdoba.
La propia Cristina Fernández de Kirchner tiene todo el derecho a postularse en Buenos Aires, pero está claro que su candidatura es producto de lo que aquí se plantea: una urgente necesidad que ella aceptará más con disciplina militante que como una consecuencia lógica.
La senadora no milita en ese distrito desde hace treinta años.
En Santa Fe, la vicegobernadora María Eugenia Bielsa dijo varias veces que no, Carlos Reutemann dijo vade retro satanás y hasta el ministro de Justicia, Horacio Rossatti, se negó a ser candidato.
¿Qué pasa? ¿No hay porteños, santafecinos, bonaerenses o cordobeses en condiciones de ocupar esos casilleros? ¿No resisten el análisis de la hiperdesconfianza que articula el pensamiento de Kirchner? ¿O el criterio de concentración de las decisiones políticas en muy pocas manos no permite desarrollar nuevos dirigentes que encarnen las banderas kirchneristas?
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La superpoblación de los llamados "pingüinos" en los cargos más importantes del Estado también habla de lo mismo: de rigurosos análisis de sangre política que se exigen para entrar en las mesas chicas del poder verdadero y de cientos de dirigentes que se sienten -como mínimo- ninguneados, normalmente maltratados y en algunos casos hasta humillados por las formas y el estilo de acumulación de Kirchner.
Hay casos directamente insólitos o que hablan de cierta obsesión enfermiza.
El Presidente nunca -pero nunca- se reunió con el bloque de diputados de su partido, que actuó con una disciplina y un verticalismo -casi sin antecedentes- para sacar todas las leyes que pidió. Eso ocurrió pese a la mayoría duhaldista y a que tanto el presidente de la Cámara baja como el titular del bloque pertenecen a esa línea interna.
Semejante actitud, contraria al rol republicano que debe tener el Congreso de la Nación, despertó chicanas.
Se dijo, por ejemplo, que el Congreso pasó a ser una escribanía que se limitó a rubricar todo lo que venía del Poder Ejecutivo.
Es tan grande la resistencia a gobernar con consensos que pese a esa actitud "levantamanos" o de amplia colaboración de los legisladores, Kirchner batió récords de decretos de necesidad y urgencia sin necesidad ni urgencia.
Así fue como el Parlamento argentino (uno de los pilares de la democracia) fue reducido a servidumbre.
Por eso es tan difícil que la actitud blindada del Gobierno encuentre e incorpore mentes libres, leales y eficientes. Muchos no superan las vallas que les colocan y muchos se niegan a saltar por temor a ser amonestados en público ante el menor ejercicio de independencia intelectual. Exigencias tan extremas merodean lo castrense. En casi todos los ámbitos de la vida comunitaria este gobierno reclama subordinación y valor, y directamente sumisión en otros.
Esta es la explicación principal de la pésima relación que el Gobierno estableció con los periodistas (la más áspera desde el retorno de la democracia) pese a que por muchos motivos ese sector tiende a mirar con simpatía las políticas que en varios planos desarrolló Kirchner.
La revista Noticias estuvo a punto de ser obligada a tomar esa amarga medicina.
¿Cómo explicar semejante autoboicot? El Presidente tiene diputados dispuestos a votar todo lo que le pide y ni los recibe. Tiene una porción importante de la prensa dispuesta a compartir con responsabilidad e independencia un rumbo y, sin embargo, en lugar de tender puentes los dinamita con sus ya famosos telefonazos y arbitrariedades. Tiene dirigentes sindicales éticos que comparten entre otros lineamientos su política de derechos humanos y -sin embargo- les prohíbe protestar en la Casa Rosada y permite (o fogonea) su detención. Reclama obsecuencia allí donde la obsecuencia es un pecado mortal.
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Esa actitud hostil que lleva la confrontación agresiva hasta lugares sin retorno no hace otra cosa que sembrar resentimientos y deseos de revancha aun en aquellos que acompañan esta etapa política. ¿O no es ése el motivo por el que Duhalde, que había anunciado su retiro del escenario, vuelve con toda su vehemencia?
Duhalde reclamaba reconocimiento y contención del Gobierno para irse y sintió que lo estaban sacando a los empujones.
Con los empresarios ocurre algo muy similar. Un sector muy importante pocas veces ganó tanto dinero y por lo tanto lo lógico sería que apoyaran al Gobierno en casi todos los planos. Sin embargo, sólo lo hacen en público y se comportan formalmente tibios. En privado se sienten despreciados y expresan su rechazo al Gobierno.
Han padecido los mismos desplantes que en su momento sufrieron ministros como Roberto Lavagna o Bielsa, ex aliados en desgracia como Aníbal Ibarra, mandatarios extranjeros o miembros de la Iglesia que incluso comulgan con muchos planteos del oficialismo.
También se notó estos últimos días ese mismo clima en la Justicia en general y en la Corte Suprema en particular, pese a que cuatro de sus miembros fueron propuestos por el propio Kirchner.
Es el mismo tema, idéntico denominador común: un gobierno al que le cuesta tolerar la más mínima disidencia. Un gobierno que ve conspiraciones por todos lados y que castiga con más fuerza a los que considera fuerza propia y les cuelga el rótulo de traidores porque tienen la osadía de poner en duda la palabra oficial.
Es imposible edificar movimientos transversales si no se está dispuesto a enriquecerse con la diferencia de matices y con las verdades relativas (concepto K) de los otros. A cualquier fuerza se le hace cuesta arriba crecer sobre la base del sectarismo, la soberbia y el temor que coloca mordazas en las bocas -incluso- de sus aliados y colaboradores más cercanos.
La política es precisamente todo lo contrario al silencio: consiste en multiplicar las voces y en tratar de conducir los alaridos.
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