
Confesiones de la antidiva colombiana.
A fines de los 90, Aterciopelados se había transformado en una de las bandas más importantes de la creciente movida del rock latino. A cuesta de hits como “Florecita rockera” y el inefable “Bolero falaz”, y de su proyección catódica en la pantalla hispanoparlante de MTV, sus canciones bogotanas se proyectaron desde Ushuaia a Tijuana, y también arriba del Río Grande. Por esos días, Andrea Echeverri era de las pocas mujeres que se destacaban en una escena predominantemente masculina. “¡Y sí! Nosotros viajábamos siempre con Los Fabulosos Cadillacs, con Molotov, con Los Pericos. O sea, siempre eran bandas de 15 manes, eso era una testosterona pero muy terrible. Y pues yo lo sobrevivía creo que con la amistad, con Héctor (Buitrago), mi compañero de banda. Y otro poco escondiéndome, porque yo sí recuerdo verlos en el lobby con una cara de lobos desencajados. De hecho, hay una canción que se llama «Nada que ver», porque empezabas el viaje así. Por ejemplo, una vez fui a un Watcha Tour, que era una gira por Estados Unidos. Éramos 90 personas, en bus, y de esas 90, únicamente dos, una gringa de producción y yo, éramos mujeres. Así era la cosa: una salía con 88 seres humanos y, mientras la gira progresaba, cambiaban mucho, se ponían como hambrientos y a la caza, y yo salía corriendo para mi cuarto”.
Ya hace más de un cuarto de siglo que Andrea refleja, en sus canciones, cuestiones vinculadas al feminismo y al empoderamiento. Esas banderas, que ha enarbolado desde siempre, cobraron una contemporaneidad en la era del #MeeToo, del #NiUnaMenos, de la sororidad. “Ser mujer, en esta época, es pesado”, explica desde su casa del barrio bogotano de Teusaquillo. “Y no pertenecer al estereotipo y tratar de sobrevivir en el show business es todo un problema. Además, tengo una hija de 19 años. Entonces muchas de esas canciones son porque ella me dice: «Ay, mami, escribe más de eso», ¿no? De alguna manera, todas estamos afectadas; sea la decisión que tomes, si vas al gimnasio y haces dieta, o si no. La hipersexualización, el estereotipo… Es pesado. Ya hay toda una cosa ahí que es difícil de tragarse y de asumir”.

Los propios Aterciopelados han definido su último LP, Tropiplop (2021), como una tira cómica de 15 canciones: “Una onomatopéyica reacción de asombro y extrañeza ante una realidad inesperada, que no era ni siquiera imaginable; que nos deja desconcertados, confundidos pero sonoros, críticos e inesperados: es nuestro destapabocas en tiempos indescifrables, nuestro grito en defensa del arte, de la mujer y del planeta”, según escribieron en su página web.
“Nos quedó bien chévere ese comunicado”, se ríe Andrea. “Digamos, el Tropiplop viene, pues, por un lado, por el trópico ¿no? Juega con la idea de que esto es Colombia y todos estamos en bikini, tomando, no sé… ¿margaritas? Y, en realidad, no. O sea, este país es un desastre, este país está en guerra desde hace 56 años. Es terrible, y todo lo que pasó en la pandemia sigue estando muy terrible. Una se siente un títere ahí. Y, además, ya no cree uno en nada: todo es mentira, todo es para ganar plata, es una situación horrible. Entonces, por eso, jugamos con el remate de los chistes de Condorito, porque no se puede creer lo que pasa”.
"Se piensan que estamos tomando margaritas, pero Colombia está en guerra desde hace 56 años. "
Andrea Echeverri
–Tropiplop incluye también una celebración de la nueva masculinidad, “Amo de casa”. ¿Sentís que esa exaltación de virtudes cotidianas puede generar un efecto contagio que ayude a construir estas nuevas masculinidades?
–Yo creo que es muy necesario, pues porque, claro, está como todo este boom, y el #MeToo, y se habla mucho del asunto. Pero cuando vas a ver a nivel más íntimo, hay muchas cosas que están muy establecidas, y pues son las mujeres quienes asumen no solo el trabajo fuera de casa –que eso es medio nuevo, pero contundente, llegó para quedarse–, sino que todas las cosas de la casa también las tienen que asumir. Entonces pues sí, es bueno hablar de eso, es bueno hablar de las nuevas masculinidades. Esa canción me salió chistosa, como con sentido del humor como sexualizado –cosa que nunca hago–, pero es porque la empecé a escribir con Kevin Johansen. Al final, solo quedó como esta idea del amo de casa, que esa fue idea de Johansen, pero, sí, hubo como toda esta experiencia, además de la pandemia, donde tuvimos que hacer todo. Porque, generalmente, hay una señora que viene y le ayuda a uno, y hace la vida más fácil. Ahí, en ese período, pues tocó hacerlo solos, a los de la casa. Y fue muy lindo compartir esos oficios. Y a mí me gusta hablar de los hombres feministas, aunque mi hija, que es la experta feminista, dice que no, y que las radicales, y que hay tantos subfeminismos… Pero yo sí pienso que es entre todos que hay que hacer el cambio, no como en bandos, enemistándonos, y con un machismo al revés. El cambio es entre todos: entre todos hay que crear una realidad más amable y más compartida.

En paralelo a su carrera musical, Andrea se formó en artes plásticas y construyó un recorrido muy interesante en el campo de la cerámica. “Estudié en la Universidad de Los Andes y luego viajé a Inglaterra. Después, en el hacer, me fui puliendo. En los 90 tuvimos un almacén de cerámica que se llamaba Tierra de Fuego, pero llegó la música. En un impasse de Aterciopelados hice una gran exposición en el Museo del Utadeo y en los museos de Arte Moderno de Barranquilla, de Bucaramanga, en Medellín. También hice una expo en Guadalajara y fui a una Bienal en Cuba. No es una gran hoja de vida, pero tengo mis cositas chéveres”, celebra.
El proyecto más reciente de Andrea es Ovarios calvarios, un EP que lanzó con Aterciopelados, y se corresponde con una muestra en el claustro San Agustín, en Bogotá. “Todo es antiviolación”, explica. “Es como un canto sororo a las víctimas de violencia sexual. Las cifras acá en Colombia son terribles, porque, además, muchas mujeres no dicen porque tienen vergüenza, bloqueo, pero las proyecciones indican que habría unos 10 millones de víctimas. Es un problema muy grave, muy actual y muy desgarrador. Ovarios calvarios es una instalación con piezas de cerámica, con tres canciones y sus respectivos videos. En «Ovarios» participó Vivir Quintana, la mexicana que compuso «Canción sin miedo», que es, de alguna manera, la canción feminista más famosa del momento; hicimos también «No se viola» con La Muchacha Isabel, que es un joven talento increíble colombiano, de Manizales; y esta canción, «Plañidera», con Las Añez. Con ellas [las hermanas Juanita y Valentina] siento una cercanía enorme. Ellas son lo máximo: son gemelas y su trabajo está basado en el acople de esas dos voces. Son supermodernas, pero a la vez, a veces, suenan como un disco viejo, y es impresionante porque armonizan como si tuvieran el cordón umbilical ahí todavía agarrándolas. Es una cosa muy hermosa, muy sofisticada. Yo soy fan”.
"Es entre todos que hay que hacer el cambio, no como en bandos, enemistándonos, y con un machismo al revés. Entre todos hay que crear una realidad más amable y más compartida."
Andrea Echeverri
–En tu trabajo como ceramista hay una conexión con la cultura, con la estética precolombina. ¿Sentís un paralelismo con tu búsqueda musical? Porque con Aterciopelados han hecho referencias a una tradición local, han trabajado a partir de la identidad…
–Es lo que yo he intentado, ¿sabes?, por mucho tiempo. Pero, claro, le dedico más tiempo a la música, entonces hay una cosa como más estructurada, como más armadita. Yo siempre he estado con los objetos, “el ritual de lo habitual”, como el disco de Jane’s Addiction. Me gusta hacer cosas que puedas usar, que igual tengan una estética muy especial, pero la cosa de que lo puedas usar para mí es muy lindo. Pero esta vez me fui de pared grande, entonces son rostros enormes llorando, y pienso que por primera vez logré unirlas de manera contundente.

En la vasta discografía de Aterciopelados, “Bolero falaz” ocupa un lugar especial. Solo en Spotify, acumula casi 80 millones de escuchas. “Es una canción muy mágica”, se entusiasma. “Es como la quintaesencia de la fusión, y además fue totalmente orgánica y casual. Héctor tenía ese coro, y el señor que cuidaba la sala de ensayo se quedaba silbando. Y ahí nosotros nos dimos cuenta de que esa canción tenía «algo», porque don Pedro siempre la silbaba. Y un día nos sentamos a componer, Héctor y yo. Cabe anotar que ni Héctor ni yo somos músicos de academia, ¿no? Y yo le dije: «Me sé la progresión del bolero». Pero como de esas cosas es más o menos lo único que sé. Y salió ese bolero medio punkero también, ¿no? ¡Y salió! Como esta cosa de mezclar la raíz, porque además, en mi casa, mi mamá toda la vida tocó guitarra acústica y cantó boleros y rancheras, entonces es esta cosa de sacar tu raíz y mezclarla con una cosa un poco más, en este caso, más pop. Es una canción muy increíble. Y luego el video, el video es lo mejor”.
–En ese clip se destacan tus icónicos anteojos con forma de corazones. ¿Todavía los conservás?
–Esos, no. Pero tengo muchos, porque cada vez que veo, compro. Entonces tengo de diferentes colores, no sé. Es rebonito. Y los corazones no solo en mis lentes, sino que yo los uso mucho: en la ropa, en accesorios… Yo tiendo a alejarme de las cosas masivas, pero lo del corazón es como que no, así todo el mundo lo use. En la cerámica, en todo, yo uso corazones.

–El éxito de El dorado, el disco que incluía “Bolero falaz”, les permitió grabar el siguiente, La pipa de la paz, en Londres, bajo la producción de Phil Manzanera. ¿Cómo fue la experiencia de grabar fuera de Colombia?
–¡Ooh! Eso fue increíble, porque además esa era la época en la que la industria musical tenía plata y nos pagaban bien. Yo recuerdo que con La pipa de la paz, de hecho, me dieron un adelanto con el cual pagué esta casa donde vivo, la mitad. Porque yo la había comprado con una chica, con un préstamo, con plata que me había dado mi papá, una cantidad de cosas, y con lo que me dieron de La pipa de la paz compré la mitad, imagínate, hermosos tiempos aquellos. Pero, claro, nos llevaron a Londres a todos, eso es una locura. Porque después hicimos Caribe atómico en Nueva York, pero fuimos Héctor y yo. Pero a Londres nos llevaron a todos, a toda la banda, que es muy raro, porque, en realidad, si tienes una conciencia del dinero un poco más formal, pues se contratan sesionistas. Pero llevar toda una banda a Londres fue una locura noventera. Pero estábamos todos muy felices porque nadie conocía Londres, y nos íbamos a Camden y comprábamos ropa, estábamos como tercermundistas recién sacaditos así con espejo, muy felices. Y fuimos a muchos conciertos y a Portobello Rock, a todos esos mercados de por allá. En realidad, estábamos en Virginia Water, el pueblito donde don Phil tenía su estudio, que se llamaba Gallery. Y cogíamos el tren, era una delicia. Porque trabajábamos de lunes a viernes, entonces teníamos el weekend para londiniar. Fue muy chévere esa época. Hay una anécdota muy buena, y es que en uno de los paseos por Londres, de pronto empezamos a ver unos afiches de festival colombiano y entonces invitamos a unos vallenateros a grabar en “Baracunatana” y a unos llaneros en “La culpable”. Eso fue buenísimo.
–En ese viaje viste por primera vez a Björk en vivo…
–Pues mira que eso me ha salvado la vida. Porque bueno, yo era fan de Björk, entonces verla, oírla fue una experiencia muy hermosa. Era el día de mi cumpleaños y don Phil nos regaló las boletas: fue todo muy mágico, muy bonito. Pero hay otro ingrediente que es lo que a mí más me impactó: el toque no era de Björk, sino que era como de una emisora, no recuerdo cuál. Pero digamos, estaban todos los que estaban de moda en ese momento, los del top ten. Unos que ni idea, de esos de one hit wonders. En todo caso, el público era muy joven, eran puros pelados que querían ver a esos de la radio. Empezó Björk y la gente se fue del recital. ¡Era una fila de gente yéndose! Y yo estaba ahí llorando de la emoción. Entonces siempre que se me van a mí, que obvio se me van a veces, yo me acuerdo de Björk y digo: “Si se le van a Björk, se le van a todo el mundo”. Entonces ha sido un consuelo también.