En San Miguel del Monte, a sólo 120 km de Capital, un casco atendido por 9 mujeres propone disfrutar del campo, comer rico y hacer avistaje de aves.
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Le dicen “Monte”, pero su primer nombre fue Guardia del Monte, un puesto fortificado que integró la línea de defensa de Buenos Aires a mediados del siglo XVIII. Así también se llamó su primera institución, que ganó celebridad entre los porteños cuando Rosas –de la vecina estancia de Los Cerrillos– salvó Buenos Aires de la anarquía de 1820. Lo hizo con su ejército de 600 gauchos, vestidos de rojo, a quienes luego se conoció como Colorados del Monte. Fueron ellos los que salieron, el 22 de marzo de 1833, con rumbo al sur, en la primera expedición al desierto. El hecho se evoca todos los años para esa fecha, y Monte entero se viste de rojo. Se llama Fiesta Nacional de la Federación.
Por fuera del evento, un recorrido por el rancho de adobe del Restaurador (que fue mudado al centro del pueblo en 1987), la laguna, y la iglesia de San Miguel Arcángel, que data de 1867, y es patrono del lugar, son prolegómenos indispensables de una visita a La Bandada.
“Muchos de los huéspedes llegan entusiasmados con la historia”, cuenta Grace López, gerente y anfitriona en este establecimiento de 80 hectáreas.
Instalada de manera permanente en la estancia hace unos dos años, Grace asegura que mucho cambió en su vida desde que el campo es su hábitat. “Dejé de usar la alarma del despertador por las mañanas. Simplemente, no hace falta. Acá, te levantás con el canto de los pájaros. Y, de ese modo, uno arranca el día de muchísimo mejor humor”, señala y asegura que no es la única: “A los huéspedes les proponemos que hagan lo mismo y les funciona”.
Es justamente por la cantidad de aves que la estancia, que anteriormente fue La Candelaria del Monte, ahora se llama La Bandada. “El año pasado convocamos a un ornitólogo y nos sorprendió con un catálogo de 50 variedades bien detalladas”, comenta y comparte un listado exhaustivo. De cardenales a teros, pasando por diversidad de patos, gaviotas y flamencos, hasta golondrinas, tijeretas, picaflores, benteveos, gavilanes y chingolos, entre otros.
Atendido por mujeres
Además de su gran cantidad de aves, el otro rasgo distintivo de la estancia es que está manejada y atendida exclusivamente por mujeres (con excepción del guía de cabalgatas). Son nueve en total y se ocupan de todo: cultivan la huerta, recogen los huevos del gallinero, alimentan a los pavos reales, cortan el pasto, vigilan las colmenas, hacen pan casero, granola, escabeches y mermeladas. Atentas y discretas, cumplen con elegancia su misión: hacer que los huéspedes se sientan “como en casa”.
Todas las mañanas, Rocxy Gelerman –chef vegan raw, especializada en alimentación saludable y apasionada pastelera– diseña el menú a pedido de los comensales (que no omite asados, empanadas, bifes a la criolla y otros platos tradicionales de la cocina argentina en su propuesta). “Tratamos de combinarlos con detalles gourmet”, explica esta oriunda de Ramos Mejía que, desde hace año y medio, está al frente de la cocina. “Dice el refrán que la comida entra por los ojos, y yo le hago caso. El aspecto de un plato es el preludio del aroma y el sabor”, concluye con un guiño. Y, para corroborar sus palabras, nos agasaja con una vistosa (y deliciosa) quiche de berenjenas, seguida por una entraña a la mostaza con papas rústicas que deslumbra al paladar.
El casco, de gruesas paredes y estilo colonial, tiene tres habitaciones y dos departamentos. Los cuartos llevan nombres de aves: Las Tijeretas, Las Garzas, Picaflor, Hornero y Cardenal. Fue construido en 1985 y renovado en 2017, pero conserva el mobiliario, las bibliotecas y los objetos y obras de arte de su primer propietario, Javier Goñi, que compró el terreno a Manuel Lainez, bisnieto de Manuel Lainez Cané.
Y, dado que Goñi era un coleccionista todoterreno, no es raro toparse con una edición del Quijote fechada en 1800, o un antiguo humidor de habanos. Cuesta elegir un lugar para recostarse a leer o escuchar música en el amplísimo estar, con su profusión de sillones, sofás y rinconcitos acogedores. Al fin, opto por una mullida banqueta de capitoné rojo que abarca todo el largo de un ventanal.
Un gran programa es salir en bicicleta por un camino interno que une varias estancias: La Bandada, La Elina, Las Nimas, esquivando las huellas que dejan los camiones, que de a ratos pasan levantando polvareda. La siesta huele a verde, a tierra sembrada. Unas pocas casas dispersas, una escuelita rural de paredes blancas y bandera argentina agitada por la brisa. El atardecer incita a emprender la vuelta. “Este recorrido también lo hacemos a caballo con Luis Manuel, el gaucho que guía las cabalgatas campo adentro”, comenta Grace.
La noche llega despacio, con su manto de luciérnagas apenas perceptibles que pronto serán chispas en la oscuridad. Desde la piscina, es un placer ver caer el sol sobre un horizonte flamígero.
RP 41 Km 120. T: (02226) 51-2771. La tranquera está sobre asfalto y con acceso directo por autopista Buenos Aires-Cañuelas. Tiene capacidad máxima para 14 personas, en tres habitaciones y dos apartamentos de dos habitaciones cada uno.
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