Es como una pequeña ciudad. Fundada en 1908 por Estanislao Zeballos, sigue siendo fundamental en el ámbito educativo y un referente de Caballito y Flores.
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El conjunto de tres palmeras, el palo borracho y unas tipas delante de la fachada se vincula paisajísticamente con el Parque Rivadavia de modo indisoluble, pero la historia de este Normal empezó hace 116 años.
Un entrerriano de 41 años, Avelino Herrera, que había egresado del afamado Normal de Profesores de Paraná, fue designado director de la Escuela Normal de Maestras del barrio porteño de Flores, ubicada en la calle Bella Vista 444 (hoy Donato Alvarez), en donde está la Plaza del Ángel Gris, en honor al personaje creado por Alejandro Dolina.
Avelino asumió el 1 de mayo de 1908 en el acto de inauguración encabezado por el ministro de Instrucción Pública, Estanislao Severo Zeballos. Para los vecinos y la comunidad educativa lo más sencillo fue llamarla simplemente como su eterno directivo: “La escuela de Herrera”. Al fin y al cabo, el hombre estuvo al frente hasta 1932, toda una vida.
Entre los primeros integrantes del cuerpo de profesores, hay algunos nombres que llegan hasta nuestros días en la memoria: el folklorólogo Juan Ambrosetti, el historiador Ricardo Levene o el educador Pablo Pizzurno. Y, extrañamente, hasta una profesora de francés denominada simplemente como Condesa de Saint-Germain, de la cual no se conoce su nombre ni su apellido y de cuya historia nada se sabe, un misterio.
En ese tiempo, a pocas cuadras, Rivadavia 4950 al 4970, al lado de la entonces Plaza Lezica, funcionaba un hermoso colegio propiedad del doctor Mario Gorostarzú. Erigido en 1908, tiene apariencia de palacio –propio de los criterios arquitectónicos de la época–, con herrajes y ornamentos externos atractivos, mientras que, en su interior, tanto patios, aulas, escaleras y pasillos, responden más a un criterio funcionalista.
Fue diseñado por la prestigiada dupla Lanús y Hary, como está firmado en el frente. Méritos tuvieron. El argentino Eduardo María Lanús, se graduó en L’Ecole Des Beaux Arts en París, revalidó localmente su título y se asoció con el francés Paul Hary (recibido en la misma casa de altos estudios) para constituir juntos uno de los estudios más importantes y productivos de valiosas obras, como la Aduana de Buenos Aires y el Colegio Nacional Mariano Moreno (Rivadavia 3577).
Volviendo al emprendedor Gorostarzú… como tuvo problemas de salud y no podía continuar con su gestión, decidió venderlo al Estado, que en esos años se veía urgido por la necesidad de generar planteles de maestros para poder cubrir la demanda de enseñanza primaria.
Ya se sabía, el inmueble había sido construido expresamente “para casa de educación y reúne todas las comodidades exigidas para la higiene escolar moderna” y así lo refirió el decreto presidencial del 14 de enero de 1910 firmado por José Figueroa Alcorta por el cual se le compró el imponente bien inmobiliario para que la Escuela Normal de Flores tuviera un espacio acorde, ya que había crecido mucho. Se pagaron 800.000 pesos (moneda nacional, como se acotaba en aquellos tiempos) “incluyendo el mobiliario, el material de enseñanza y los gabinetes y museos existentes”.
Una arquitectura palaciega para el despliegue pedagógico
Se mudaron prontamente y a partir de 1912 el Ministerio de Educación le asignó el N°4, con lo cual pasó a llamarse Escuela Normal de Maestras N°4. Factores relevantes y perdurables, un año más tarde se creó la asociación cooperadora y en 1923 el centro de ex alumnas, que son partícipes constantes de la vida diaria presente.
En abril de 1926 se cantó por primera vez el himno propio, con letra de César Carrizo y música de Víctor Pasqués: Samay Huasi (casa de paz, en quechua) y durante una década se publicó la revista Elevación, dirigida los primeros años por el escritor y periodista Germán Berdiales, un escritor precursor de la literatura infantil y juvenil.
Asimismo, persisten como valor (en distintas piezas o prendas) el logo geométrico tipográfico con sus iniciales originales (ENN4) y, por supuesto, la clásica flor azulejo, una herbácea de lucidos pétalos que solía usar Estanislao Zeballos en el ojal y que aún es el símbolo de quienes egresan.
Cabe agregar que, en 1927, al Normal se le adicionó el nombre de Zeballos en memoria a quien gestó su fundación. Fue un ciudadano multifacético: jurista, político, periodista, catedrático, historiador, etnógrafo, geógrafo, legislador y novelista. Entre los diversos cargos que tuvo fue canciller en tres ocasiones y formó parte de la denominada Generación del 80.
Con el paso del tiempo, tras una rica trayectoria educativa, en 1973 se amplió la inscripción de varones al nivel primario y en 1986 al secundario, en tanto que en 1992 salió de la jurisdicción nacional y empezó a depender de la Ciudad de Buenos Aires.
Actualmente, la conducción está a cargo del rector Juan Pablo Sabino y las vicerrectoras Gabriela de Antueno y Stella D’Ambrosio.
“Tenemos varios niveles, inicial (desde sala 2 a 5), primario, secundario, superior (el de la formación docente inicial y primaria) y postítulos como el de ciencias sociales y el de juego en las infancias, los cuales se imparten a graduados. Cada nivel tiene un ingreso particular al establecimiento. Por ejemplo, los más chiquitos acceden y se desenvuelven en espacios apartados del resto de la edificación; así como los primarios lo hacen por el Parque Rivadavia”, detalló Sabino.
Cada jornada hábil es como un barrio, en el predio se mueven más de 5.000 personas. Los directivos enumeraron que el Normal suma 4.000 entre alumnado, cuerpo docente, empleados de administración, servicios y mantenimiento… sin contar que desde 1926, en las tardes, comparten el complejo edilicio con el Liceo N° 2 Amancio Alcorta, que implica como mínimo otro millar.
En el plano histórico es sobresaliente el aporte, sistematización y cuidada preservación del Archivo y Museo “Profesor Roberto Gargiulo”, cuya responsable es Marisa Kergaravat y la fabulosa biblioteca en cuanto a mobiliario, dinámica y cantidad de volúmenes, conducida por Daniela Ortega. Además, en infraestructura, uno de los últimos logros es el nuevo comedor con una cocina moderna bien equipada.
“Una innovación importante –explicó el rector– es que el año pasado impulsamos un Centro de Estudios e Investigaciones con el propósito de integrar, articular y sistematizar todo tipo de actividades de acuerdo a las producciones que se concretan en los diferentes niveles de la escuela a partir de proyectos asociados, como el museo, el de memoria, el de educación sexual integral, es decir, varias líneas de trabajo, para comunicarlos y socializarlos. Es institucionalizar trabajos que se vienen efectuando desde hace una década”.
En este sentido, uno de los logros es editar libros impresos y digitales que condensan el saber pedagógico, pero más allá de la construcción teórica, están integrados a las propias prácticas con la participación de estudiantes y profesores, explicaron. El nuevo ejemplar fue presentado en el Salón Dorado de la Legislatura porteña y en el Centro Cultural de la Cooperación.
Otro objetivo de la conducción es abrir el Normal al barrio por medio de festivales de música, danzas y juegos para todas edades. El próximo será sobre diversidad cultural. “Queremos que los vecinos sientan y vivan esta institución como la Escuela del Parque”, dijeron.
La línea fundacional y una pequeña historia
En 1908, al fundarse el Normal, también se dispuso la puesta en marcha de un curso de aplicación destinado a 300 alumnas. “Era el equivalente a una escolarización primaria de hoy, pero a la par fue el laboratorio donde las futuras docentes realizaban sus observaciones y prácticas. Eran niñas del barrio de diferentes contextos socio-económicos; no todas ellas seguirían la carrera docente o estudiando; muchas tenían que empezar a trabajar”, explicó Kergaravat.
En tanto que para formar maestros se tomaron exigentes exámenes de ingreso y lograron entrar 135 chicas que integraron tres divisiones de primer año y un curso de segundo, fueron las “alumnas fundadoras”.
En ese tiempo bautismal, Beabel, una chica del barrio de Flores, dejó de cursar como pupila en el María Auxiliadora y pasó a la Escuela Normal. Nacida en el sureño partido bonaerense de Magdalena y luego radicada en la Capital Federal, se recibió de maestra y tuvo tal nivel de calificaciones y pasión educativa que prontamente fue designada a cargo de la dirección de una escuelita ubicada en los confines provinciales, en De Bary, partido de Pellegrini, pegadito a La Pampa.
Ejerció dos décadas y al cumplir los 22 se casó con Luis Carlos Bincaz con quien tuvo tres hijas. Humilde y tenaz, fue activa socialmente por ser altruista, solidaria y versátil. Así como escribía poemas, no dudó en participar de la vacunación antivariólica, por ejemplo. Tuvo otros cargos y sobresalió como protagonista de la implementación de las denominadas escuelas Láinez (creación de establecimientos en zonas rurales), como lo consignó La Nación del 15 de diciembre de 1938 al descubrirse una placa de agradecimiento al medio por defender la causa educadora y los sueldos docentes. Beabel pronunció el discurso y un periodista agradeció.
Ella representa una de las tantas historias ejemplares de los pequeños grandes pasos pedagógicos del país cuando el progreso se basó en la enseñanza, como el Normal 4. Su ex alumna Beabel tiene su homenaje en un jardín de infantes de De Bary, con su nombre completo: Beatriz Isabel Fernández de Bincaz.
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