
Marino Santa María: “El habitante de barrio es parte de mi obra”
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Plantó árboles, fue padre, escribe, pinta y todas esas cosas que, dicen, completan al ser humano. Pero su orgullo se llama Lanín, una calle que lleva su firma en pleno Barracas.
Marino Santa María fue distinguido como personalidad destacada de la cultura y es uno de nuestros más prolíficos artistas públicos. No sólo coloreó con sus cerámicos las tres cuadras acunadas entre Brandsen y avenida Suárez, sino le puso magia a varias estaciones de subte, rockeó el Abasto con sus gardeles e hizo lo suyo en la Bombonera.
–Naciste en Lanín 33, donde vivís y funciona tu taller. ¿Cómo comenzó la historia?
–Acá mismo, en esta casa construida en 1910. Con mi familia ocupábamos dos de las tantas habitaciones. Estaban también mis tíos, había fondo con higuera y el taller de mi padre, que fue un gran ceramista. Como típica familia de origen italiano, hacíamos todo. ¡Hasta el vino! Ese era uno de los momentos más lindos. Llegaba el camión con las uvas, las llevábamos hasta el trapiche y empezábamos a separar las semillas de los tronquitos. La otra diversión era el fútbol en la calle de tierra. Pero lo que me marcó, desde ya, fue acompañar a mi papá. Yo le preparaba los cartones donde luego él pintaba.
–Y lo superaste. Vos no paraste hasta intervenir la calle entera...
–Bueno, pasó un tiempo para eso. Empecé con la fachada de mi taller. Hice unas pinturas y apliqué venecitas para preservar la obra. Pero los vecinos se entusiasmaron, me sugirieron hacer un poco más. Terminé interviniendo cuarenta casas. Finalmente, con la ayuda del Gobierno de la Ciudad, la Unesco, el Museo de Bellas Artes y algunas empresas, logré terminar el proyecto a lo largo de las dos cuadras.
–¿Cómo fue que pasaste de las telas a las paredes?
–Después de comenzar mi desarrollo artístico por los canales habituales (galerías, certámenes, muestras colectivas) sentí la necesidad de comunicar mi arte de otra forma. Me llamaban la atención las proyecciones de propagandas en la ciudad y en un viaje a España me conmovió el Museo Guggenheim de Bilbao. Fue impactante ver la arquitectura contemporánea sobre lo tradicional de la ciudad. Esa situación me decidió a cambiar el caballete por los frentes de las casas. Mi obra abstracta cambió la tradición de una Barracas tanguera y de obreros.
–¿Cómo fue el proceso? ¿Hubo que hacer arreglos en las casas antes de intervenirlas?
–Fue necesario el lavado de las fachadas, que tenían hollín de tantos años por su cercanía al tren. Después decidí pintarlas de blanco para plasmar los diseños. También transformé el paredón del ferrocarril en un espacio de arte, con la instalación Huellas del Aire. Toda esta movida hizo que también solicitara el cambio de las veredas y lograr que todas tuviesen las mismas baldosas. Lanín significa mi rotundo cambio de perfil como artista.
–¿Qué descubriste?
–Comenzó a interesarme que el espectador desaparezca para transformarse en habitante, parte de la obra. Y ese era el camino. Hoy el pasaje fue declarado Patrimonio Cultural de Barracas y a medida que va pasando el tiempo se consolida como lugar de interés cultural, turístico y de estudio en universidades. Por suerte, siguiendo estrictos protocolos, están volviendo las visitas a la calle y a mi taller.
–Dicen los vecinos que sos como el intendente del barrio.
–Siempre soy consultado para solucionar problemas del vecindario. Toda la vida acá...¡Merezco la intendencia de Lanín! Ellos están orgullosos desde los tiempos de El oro y el barro, la novela que protagonizaba Miguel Ángel Solá. Personificaba a un pintor psicópata, que llevaba una doble vida. Y cuando se mostraba su obra, en realidad era la mía. En los créditos aparecía la referencia a mi taller, algo que a mis vecinos les gustó mucho.
–¿Es cierto que llegaste a tener veintiocho conejos?
–Sí, de chico. Yo veraneaba en Diamante (Entre Ríos) y fue en uno de esos viajes que convencí a mis padres para traerme una coneja. Volvíamos en micro y en una de las paradas se escapó. Todos los pasajeros tratando de encontrarla hasta que lograron recuperármela. Fue tan especial para mí ese animalito...Tanto que aceptaron que me compre el macho. Y de ahí la población coneja con veintiocho hijos.
– Cuando Boca cumplió cien años te convocaron para intervenir artísticamente la calle Del Valle Iberlucea. ¿Sueño cumplido?
–Y...soy bostero por elección. Mis padres no eran de ningún equipo y mi tío me hizo debutar en la cancha viendo Huracán. Pero por magia o inteligencia soy orgullosamente de Boca. Iba solo a la tribuna. Fueron momentos inolvidables y resultó un honor que me convoquen para el centenario. La obra tiene pirámides con los colores de Boca, en mosaico veneciano.
–¿Qué mirás cuando caminás Buenos Aires?
–En algún momento pensé en estudiar arquitectura, pero fue más fuerte la libertad que me ofrecían las artes visuales. No obstante recorro Buenos Aires admirando sus cúpulas, fuentes, cambios urbanísticos, murales, monumentos, obras contemporáneas, el arte de los subtes y de los templos. Siempre admiré la Confitería del Molino y me di el gusto de hacer una intervención sobre la avenida Callao. Eran doscientas serigrafías de la cúpula en pequeños estandartes colgados que cruzaban la calle.
–También “colonizaste” el Abasto con tus gardeles.
–Tango-Abasto fue mi segunda obra de arte pública. En principio iba a ser solo una partitura de tango sobre un fondo de color. Pero el sindicato de trabajadores del Automóvil Club Argentino se interesó en el proyecto. Paralelamente, charlando con la gente del barrio, descubrí que todos me hablaban de Carlos Gardel como si aún estuviese entre ellos. Por lo tanto decidí que además de las partituras textuales era importarte crear un Gardel pop, relacionado con el estilo de Andy Warhol, que pudiera repetirlo varias veces dentro del proyecto, teniendo en cuenta que el cantante filmó varias de sus películas en Estados Unidos. Desarrollé esta obra a lo largo de las calles Zelaya y Tomás de Anchorena.
–En el subte hiciste animales.
–Sí, porque la primera obra que realicé bajo tierra fue en la estación Plaza Italia. Pensando en el público infantil que visita el zoológico y el jardín botánico, decidí hacer texturas de piel de animales, flores y demás. También intervine la estación Carlos Gardel del subte B, junto a Carlos Páez Vilaró. Y me divertí mucho con el trabajo de la estación Las Heras. Fue increíble porque pude verla desde el inicio. Me encargaron quinientos metros cuadrados entre el hall y los andenes. Por un instante me sentí Miguel Angel Buonarroti. Sin Capilla Sixtina, claro, pero muy emocionado con semejante desafío.




