Raúl Aníbal González Higonett, “el Loco del martillo”, fue condenado por tres homicidios que cometió entre enero y marzo de 1963; antes había estado preso por asaltar a las trabajadoras que salían de la planta de Jabón Federal en Crovara y General Paz, La Matanza
Hasta el 23 de marzo de 2006, Raúl Aníbal González Higonett fue el preso más antiguo del país. Llevaba 43 años tras las rejas cuando fue puesto en libertad. El hombre había llegado a la Luna, la guerra fría había terminado, al igual que la dictadura más sangrienta del país, a la que le siguió el retorno democrático y la alternancia de partidos políticos que nunca llegaron a solucionar los problemas de los argentinos. De nada de eso él fue testigo. Como contó su abogado, Ariel García Furfaro, el día que salió de la cárcel, ni siquiera sabía abrir la puerta de un auto.
Hoy, Carlos Eduardo Robledo Puch, el Ángel de la Muerte, con 51 años dentro de una celda, le quitó ese lugar. Y Roberto Carmona, la Hiena Humana, que lleva más de 36 años detenido, período que interrumpió brevemente el 13 de diciembre pasado, cuando huyó de la cárcel y provocó la muerte del chofer del taxi que lo llevaba, también va camino a superarlo. Pero eso no significa que el de Raúl Aníbal González Higonett no continúe situado entre los principales nombres propios de la historia del crimen argentina.
González Higonett había desatado el miedo en la lonja de la avenida General Paz que va desde Ciudadela a Villa Madero, en La Matanza, y desde Liniers hasta Villa Lugano, en la Capital, por una serie de ataques contra mujeres a las que amenazaba con un martillo para someterlas y robarles el dinero que llevaban encima
Cuando fue arrestado, el lunes 25 de marzo de 1963, ni Robledo Puch ni Carmona habían comenzado su carrera criminal. Él, en cambio, era el enemigo público número 1 de la época. La policía lo describió como un “simulador frío y calculador” y los vecinos que se agolparon aquel día frente a la excomisaría 42ª de la Policía Federal, en Mataderos, querían linchar a ese enajenado al que la prensa había bautizado como “El Loco del Martillo”.
Durante tres meses, González Higonett, de 25 años, había desatado el miedo en la lonja de la avenida General Paz que va desde Ciudadela a Villa Madero, en La Matanza, y desde Liniers hasta Villa Lugano, en la Capital, por una serie de ataques contra mujeres a las que amenazaba con un martillo para someterlas y robarles el dinero que llevaban encima.
Por este motivo, la pesquisa para apresar al denominado “Hombre del Martillo” fue encarada en forma conjunta por los efectivos de la comisaría 42ª de la Federal, las seccionales de San Justo y Villa Madero y la Brigada de Investigaciones de La Matanza, de la Policía Bonaerense.
Dos detectives de las comisarías 39ª y 34ª que se habían ofrecido como voluntarios para recorrer los cruces de la avenida General Paz detuvieron a González Higonett. Los oficiales Juan Mastronardi y Edgardo José Lavin vieron al sospechoso en el cruce de Emilio Castro y la avenida General Paz. El hombre, que llevaba una bolsa de lona en una mano, delgado, con bigotes y con un pantalón negro, coincidía con la descripción del autor de los homicidios de tres mujeres y de una serie de robos en viviendas a ambos lados de la avenida General Paz.
El pantalón tenía una característica especial que fue aportada por el dueño de la casa de Moreno 3685, Lomas del Mirador, quien afirmó a la policía que el ladrón que asaltó a su esposa se llevó dicha prenda. Como había quedado el saco que completaba el traje, el sospechoso que tuviera el pantalón que combinara con el saco sería el hombre que buscaban por los robos y homicidios. Como el cuento de Cenicienta, el Príncipe Encantador y el zapato de cristal…
Al advertir la presencia de los policías, el sospechoso intentó huir, pero fue apresado por ambos efectivos, que lo llevaron a la comisaría 42ª. Allí, los uniformados revisaron el contenido de la bolsa de lona que llevaba el sospechoso y hallaron una linterna, una navaja y un registro de conductor que no le pertenecía. En el bolsillo izquierdo, y a la altura del muslo del mismo lado, estaban los tres zurcidos, tal como los había descripto el dueño del traje.
“Dentro de la presteza con que debía realizarse la investigación, con más precisión, la caza del asesino, poco a poco la policía fue reuniendo detalles que a la postre cristalizaron en el mejor de los éxitos. El indicio principalísimo [sic] fue un pantalón. Después del brutal hecho cometido en la calle Moreno 3685, uno de los parientes de la víctima comprobó que de un ropero faltaba un pantalón negro, con rayas apenas visibles, pero un poco más claras. Evidentemente, el asesino se lo había llevado y lo usaría. La hipótesis fue cierta, y el mismo pariente de la víctima entregó a la policía el saco que componía con el pantalón el traje de su propiedad. A la descripción de los rasgos físicos se sumaba ahora el detalle de esta prenda de vestir. Había que buscar en consecuencia un sujeto delgado, con bigotes y pantalón negro”, publicó LA NACION al día siguiente de la captura.
Durante una conferencia de prensa, el comisario Florencio Andrés Watkins, titular de la seccional 42ª, y su colega Félix Sarquis, de la Brigada de Investigaciones de La Matanza, confirmaron la detención del “Hombre del Martillo”. Afuera de la comisaría se había juntado una importante cantidad de vecinos que intentaban hacer justicia por mano propia. Para evitar ataques contra el sospechoso, el jefe de la seccional pidió refuerzos del Cuerpo Guardia de Infantería, y un carro de asalto, para contener a la multitud.
Las autopsias realizadas sobre los cuerpos de las mujeres asesinadas revelaron que el asesino había utilizado un martillo de tipo albañil, de forma cuboide y de seis centímetros de lado.
Al revisar los antecedentes del acusado, los policías confirmaron que había estado cinco años y medio preso. Cumplió parte de la condena en el penal de Olmos y el resto, en la cárcel de Rawson. Había sido sentenciado por atacar a mujeres que trabajaban en la planta de Jabón Federal, situada en el cruce de Crovara y la avenida General Paz, en San Justo.
Al salir de la cárcel volvió a atacar en la misma zona, entre enero y marzo de 1963. Pero después de su larga estancia en prisión, sus golpes fueron más violentos. Y amenazaba a las víctimas con el único elemento que tenía a su alcance: un martillo.
Salida y final
A diferencia de Robledo Puch o Carmona, “el Loco del Martillo” logró salir de la cárcel por el agotamiento de la condena. González Higonett salió de prisión, fue a vivir a la casa de Elsa, una de sus cuatro hermanas, en González Catán. Ella lo iba a visitar a la cárcel de Sierra Chica, donde pasó 36 de sus 43 años en prisión. Ese día, lo primero que hizo, fue comer un guiso. Y estaba ansioso por ver en la televisión el partido de Boca, el equipo de su corazón.
“Cuando se murió mamá, me hice cargo. Es un buen hombre, mi hermano. Pobrecito, nunca tuvo un defensor bueno, no lo podíamos pagar, hasta que apareció Ariel [García Furfaro]”, dijo la mujer al periodista de LA NACION Ramiro Sagasti el día que su hermano salió de la cárcel.
Murió veinte meses después de abandonar la cárcel, el 23 de noviembre de 2007, por problemas cardíacos. Nunca quiso admitir sus crímenes. El mismo día que lo detuvieron, a las 17.30, confesó los homicidios que le atribuían. En 2006, en cuanto salió, juró que era inocente y que lo habían hecho admitir los asesinatos bajo tortura. “Me obligaron a firmar la declaración; me ‘picanearon’”, afirmó, aunque no quiso dar ningún detalle de aquella supuesta sesión de apremios ilegales. Solo dijo: “Yo en esos años no ocupaba mi tiempo en asaltar mujeres y golpearlas con un martillo; yo trabajaba de changarín en el Mercado Central”.
Lo primero que hizo cuando recuperó la libertad fue comer un guiso que le preparó su hermana Elsa. También estaba ansioso por ver por televisión a Boca Juniors, su equipo de fútbol favorito.
Los ataques
Cuando González Higonett cometió los tres homicidios por los que fue condenado, el conurbano tenía una geografía distinta, con menos habitantes y más campo. Por entonces no existía el Departamento Judicial La Matanza y los conflictos legales y los delitos registrados en toda la zona oeste del Gran Buenos Aires eran jurisdicción de los Tribunales de San Martín.
La historia que González Higonett negó hasta su muerte sostiene que, poco menos de dos meses después de salir de la cárcel de Rawson, en enero de 1963, reincidió en los robos. El método: entrar en casas mientras sus víctimas, siempre mujeres solas, dormían; golpearlas hasta dejarlas inconscientes; robar lo que encontrara a mano, y huir.
El 8 de marzo de 1963, el “Loco del Martillo” atacó y mató a golpes a Rosa de Grosso, en Lomas del Mirador. Del mismo modo, asesinó a Virginia González, el 22 de marzo, y, un día después, a Nelly Fernández, en San Justo. Fue apresado el 25 de marzo de ese año. Pasó 43 años detenido, hasta que recuperó la libertad en marzo de 2006.
El 12 de abril de 1967 el homicida serial fue condenado a reclusión perpetua por homicidio simple, robo y lesiones graves. Durante el proceso que terminó con la sentencia en su contra, González Higonett sostuvo que era inocente y que, cuando ocurrieron los homicidios estaba trabajando como changarín en el Mercado Central.
Desde que salió del penal de Rawson, luego de pasar cinco años y medio preso por haber cometido una serie de robos y ataques contra mujeres, la única forma que tuvo para ganarse la vida fue cargando cajones en el mercado.
El “Loco del Martillo” murió el 23 de noviembre de 2007, apenas 20 meses después de haber recuperado la libertad.
El 26 de marzo de 1963, LA NACION publicó una crónica donde lo describió como “un sujeto delgado, de 1,70 metros”.
“Su cara presenta protuberancias óseas que la tornan ruda y su prestancia es la de un tipo hosco, introvertido. El pelo negro y duro, apenas peinado echado íntegramente hacia atrás, acentúa la impresión desagradable. Los gestos no denotaban remordimiento alguno. Trataba de no abrir los ojos, justificándose con un supuesto solapado cansancio. Su aspecto no era el de un loco, pero sí de un sujeto sádico, con plena noción de lo que hace. Un simulador frío y calculista”, concluía el artículo periodístico.
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