Los especialistas consideran que el rasgo distintivo en la actualidad radica en la legitimación de la diversidad; los procesos de transformación se aceleran y las estructuras vinculares se actualizan
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Antonio Aracre sintió una “afrenta horrible” cuando su exesposa, la mujer de la que se había enamorado y con quien tuvo dos hijos, le pidió el divorcio. “Para que seas libre”, le dijo. “Qué fuerte esa frase, ese dejarme libre para que yo pudiera abrazar la libertad de ser quien quería”, reflexiona ahora. En ese momento, hace algo más de 10 años, él se enojó mucho: no podía entenderlo. Su mujer lo comprendió antes que él mismo.
“Teníamos el sueño cumplido, como el de tantísimas familias”, rememora Tony, como le gusta que lo llamen. “Es muy difícil luchar contra tu orientación sexual y en esos años ella debe haber percibido lo que a mí me pasaba”. Con el paso del tiempo, él se animó a vivir experiencias amorosas con personas de su mismo sexo.
Tony es CEO de Syngenta y encontrar un lugar en su agenda no es sencillo, pero reserva una hora para conversar con LA NACION sobre su cambio de vida. Cree que es importante compartir su historia.
Cuando asumió su homosexualidad, su principal preocupación era cómo contárselos a sus hijos. Por nada del mundo quería herirlos. Recorrió a los 40 años unos 20 consultorios de especialistas en busca de ayuda. El momento llegó con su hija menor, Julieta, que tenía 10 años; luego, con el más grande, Federico, de 13. No fueron conversaciones fáciles. “Si alguien me pregunta qué hacer en una situación así, diría que lo más importante para los chicos es que sepan que vos estás, que seguís siendo el mismo, que vas a estar cuando te necesiten y que tenés un buen vínculo con tu expareja, con quien tuviste esos hijos, que vean que son la prioridad”, dice.
Más allá de tener nuevas parejas, incluso convivir con otras personas, sostener el amor familiar parece ser gran parte de la fórmula. Como señala la investigadora Elizabeth Jelin en Pan y afectos (Fondo de Cultura Económica): “El afecto dentro de la familia se construye socialmente sobre la base de la cercanía en la convivencia, de las tareas de cuidado y protección, de la intimidad compartida, de las responsabilidades (…) Hay, entonces, una tensión irreductible entre el amor y la pasión en la elección de la pareja –que pueden acallarse o desaparecer con el tiempo- y la responsabilidad social de los vínculos de parentesco, que se extienden a lo largo de la vida.
Tiziano, de 5 años, entra como un rayo a la habitación donde están sus mamás y las mira como si supiera que hablan de él. Pide YouTube y papas fritas. Juliana Cammarota, o mami Juli, es la que va siempre detrás suyo, pero esta vez es Analía Acosta, o mami Any, quien sale a satisfacer sus demandas. “A veces me dice: ‘Me rompiste el corazón’, cuando lo reto por algo”, cuenta Juliana. “El sabe que conmigo no cuenta para esas escenas”, agrega Any, cuando regresa de atender al pequeño.
Ambas ríen y empiezan a enumerar la desordenada lista de distribución de tareas cotidianas: “A ninguna de las dos nos gusta hacer las cosas de la casa, vamos a reconocer”, dice Any. Su compañera coincide. Les da gracia la fantasía de que, por tratarse de dos mujeres, todo debe brillar en la casa. “Para bañarlo, yo”, agrega Any. “La comida, yo”, acota Juliana. “A mí me gusta el orden. Juli es más desordenada -retoma Any-. Ella saca una remera y te das cuenta enseguida porque todas las que estaban arriba quedan hechas un caos”. Ríen de nuevo. “Pero bueno, yo lavando soy un desastre y ella lo hace perfecto... o vamos al médico y Juli se acuerda de todos los remedios de nuestro hijo: se sabe el vademécum de memoria. Yo no conozco una aspirina”.
La conversación fluye y el clima es distendido en el hogar de estas dos mujeres que apostaron al amor tras un recorrido que no estuvo exento de angustias.
“Mi vida dio un vuelco de aquellos”
Cuando Fabián Vera del Barco adoptó a Rodrigo, no sabía nada sobre discapacidad. Ni de pasiones como las que podían despertar los Bomberos Voluntarios y el jiu jitsu. Su hijo, que hoy tiene 20 años, le fue enseñando. Y hace una década que son familia. “Mi vida dio un vuelco de aquellos. Yo era el típico gay cuarentón que viajaba, comía afuera y vivía haciendo vida social. Empecé a hacer las cuatro comidas diarias, a dormir ocho horas y a hacer deporte porque necesitaba ponerme al día físicamente para seguirle el ritmo a un niño de 10 años. Él tenía mucha energía física, a mí me rejuveneció. Evidentemente no estaba llevando una buena vida”, dice.
Unos años después, llegó Xiomara. “Ahí viene la niña”, anticipa Fabián por Zoom cuando ve entrar en cuadro a la pequeña de 3 años. Dice “hola” frente a la computadora y se sienta en las faldas de su padre. Ambos están conectados desde su casa en San Miguel de Tucumán. Ella mira fijo, muestra sus dientes. “Contá qué estás comiendo”, la invita Fabián. “Manzana”, contesta. Y cuenta que está por llegar su amiga Gaby. Hoy no tiene Jardín así que la niñera va a jugar con ella. “¿Por qué no vas a pintar, hija?”, propone su papá, y ella, obediente, se acomoda en la mesa del comedor.
“Yo quería ser nena, pero nací nene”
Silvia y Sebastián disfrutaron de un embarazo que transcurrió sin complicaciones. Pero a los dos años del nacimiento, esta pareja de médicos comenzó a notar que su hijo jugaba con trapos en la cabeza para simular que tenía el pelo largo y que los disfraces con capas se transformaban en polleras. Más tarde, empezó a dibujarse a sí mismo con vestido. En la guardería les llamaron la atención porque su hijo se vinculaba con las niñas y con juguetes “relacionados al mundo femenino”.
En paralelo, arrancaron los problemas para dormir, para comer, reacciones en la piel y broncoespasmos. Lo relacionaron con celos por la llegada del hermanito, Nacho. Pero la angustia no cesaba, estaba cada vez más irritable y se volvía insostenible la dinámica familiar.
Hasta que un día, camino a la escuela, le dijo a su papá: “Yo quería ser nena, pero nací nene”. Y agregó una frase de la maestra del Jardín: “Lo que toca toca, pero la suerte es loca”. Se abrió un mundo con esas palabras. Hoy, tiene 11 años y un nuevo nombre: Agostina.
Los especialistas consideran que las legislaciones son claves en este contexto. Las leyes de Matrimonio Igualitario, la Ley de Identidad de Género, la ley de Educación Sexual Integral (ESI) y la de Reproducción Asistida son cuatro de las más relevantes.
Isabella Cosse, investigadora del Conicet y experta en estudios de familias, plantea que el rasgo distintivo de la época actual radica en la legitimación de la diversidad. “Esto es clave porque modifica una posición largamente sostenida por el Estado, que era reluctante a reconocer la diversidad de arreglos familiares que, no obstante, dada su envergadura, debía reconocer en las negociaciones cotidianas que involucraban las políticas concretas en el día a día. Ese retraso entre las transformaciones socioculturales de numerosísima población respecto a los marcos normativos ha cambiado”, sostiene. “La Argentina aprobó leyes que acompañan ahora ese proceso de transformación con nuevos marcos normativos y regulatorios. Es decir, el Estado estuvo a la cola, pero esto cambió”. Y agrega que nada de esto podría pensarse sin la potencia de lucha del feminismo y de los militantes LGBTIQ.
“¿Por qué nos hacés pasar esta vergüenza?”
“Para mí el punto de inflexión fue la Ley de Matrimonio Igualitario, que fue mucho más que un hecho jurídico que te habilita a casarte con alguien de tu mismo sexo: quebró un paradigma en la sociedad”, dice Tony. A partir de entonces, sintió una “legitimación social”, que se tradujo en sentirse como una persona igual a las demás: “Ya no tenés que cargar con la vergüenza con la que te educaron”.
Dice que, “en lo personal”, la ley lo habilitó “moralmente” y le permitió superar los temores a replantearse quién realmente era y cómo quería vivir. “Muy en mi interior siempre supe que era gay, pero era tal el grado de vergüenza y represión con los que viví de chico y de adolescente que a esos temas no te los permitís pensar”.
Repasa una historia de bullying que también les contó a sus hijos. Lo entristece recordarla e imaginar que aún hoy hay chicos que sufren por algo así. Por eso pide que se aplique la ESI y que la comunidad docente esté atenta.
“Tenía 9 años, iba a cuarto grado y los citaron un día a mis padres a la escuela. Yo estaba ilusionadísimo de que fuera para felicitarlos por algún logro mío, así que estaba muy ansioso esperando en casa. Y llegan y los veo con una cara medio rara. Me dicen: ‘¿Por qué nos hacés pasar esta vergüenza?’ Fue la frase más dura de mi vida, porque era de mis papás, las personas que más te quieren en el mundo. A esa edad, si ellos veían en mí algo que no estaba bien tenían razón”, dice. “Y esto venía a cuento de que yo jugaba mucho en el recreo con las chicas, que me gustaba el juego del elástico, saltar la soga, esas cosas. Fue tan fuerte que a partir de ahí empecé a generar una coraza: cambié la forma de relacionarme, cambié mis juegos, cambié probablemente hasta lo que me permitía hacer y ser”.
La coraza fue dura, aunque no inquebrantable. Algún resabio de aquello siempre intentó salir. “Cuando conozco a la mamá de mis chicos y me enamoro, me caso y nace mi primer hijo, yo estaba feliz, pero igual surgían en mis sesiones de terapia cuestiones que tenían que ver con sueños-rememora Tony. Mi terapeuta le restaba importancia y me decía siempre que él me había curado y que quería hacer una tesis, presentar un trabajo en congresos sobre mi tema. No tuve suerte, porque tal vez otro psicoanalista me hubiese hecho transitar otros caminos”.
Su recorrido estuvo cargado de obstáculos, por eso le preocupa que otras personas no atraviesen lo mismo. “Siempre mi consejo a quien me pregunta es que haga lo posible por salir del clóset, porque estar ahí sabiendo que uno es gay te enferma de la cabeza, del cuerpo, te deja muy triste. Hay que buscar la forma de salir porque nunca te arrepentís. No conozco a nadie que se haya arrepentido”, plantea.
El paso siguiente a hablarlo con sus hijos fue contarlo en su trabajo. Lo acababan de nombrar director general en la compañía y no era sencillo afrontar esta conversación con su jefe. “Es muy importante cuando ejercés una función de líder ser legítimo y transparente. Sentía que no lo estaba siendo, por más de que era algo personal. Para mí no hay cuestiones personales y laborales cuando algo es tan importante”, afirma.
Su jefe lo felicitó por el coraje y auguró que trazaría un camino para que otras personas sintieran la libertad de expresarse. “Fue una escala ascendente que me devolvió aire, porque descubrís cosas nuevas en vos también, tu personalidad cambia porque dejás que se expresen cosas que no salían por miedo”, concluye.
“Salí del clóset en mi casamiento”
Juliana y Analía tuvieron recorridos muy distintos en cuanto a su sexualidad. Any recuerda que, a los 4 años, en el acto de la escuela de su hermano, se enamoró de una maestra. Siempre supo que le gustaban las chicas y lo dijo desde la adolescencia. La experiencia de Juliana tuvo capítulos muy particulares. “Yo salí del clóset en mi casamiento”. Había muy pocas personas que sabían de su relación con Any. Para la mayoría, ellas eran amigas. “Vivía una doble vida. En lo laboral mentía. La forma de decirlo fue mandar la invitación a todos para el casamiento”, repasa.
Juliana define su adolescencia como una etapa “muy triste”. Se dedicaba a estudiar, tenía algunos amigos, pero siempre se sintió “sapo de otro pozo”. Tuvo novios varones, pero las relaciones llegaban hasta el momento de planificar o pensar en una familia. “Yo salía corriendo”, admite.
En cambio, cuando le presentaron a Any fue “amor a primera vista”. Nunca había conocido a una mujer lesbiana, para ella era toda una novedad, y el atractivo agregado era que vivía libremente su sexualidad. “Ella quería proyectar una familia y yo tenía una lucha interna, no soportaba vivir fuera de la norma, para mí era muy difícil ser diferente”, rememora Juliana.
Nunca dudó de sus sentimientos por Any, simplemente le parecía imposible que le gustara otra mujer. Así que se separaron. “Voy a ser normal”, le contestaba a un amigo que le preguntaba si la extrañaba. Ahora se ríe de aquel proceso suyo. Seis meses transcurrieron desde la despedida y un día se animó a llamarla. “Esa vuelta ya era con otra idea, de formar algo serio”, dice. Aunque seguían sus miedos, esos que llevaba a terapia. “Cuando salió la ley de matrimonio para mí fue muy importante porque me habilitó internamente, se acortó la distancia con el deber ser. Y también me permitió avanzar en una familia, pensar en un hijo. Afuera sigue habiendo muchísima homofobia, pero legalmente algo se establecía como norma y eso fue para mí lo más importante”.
Según las últimas cifras disponibles, desde la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario, en julio de 2010, se concretaron más de 20.000 bodas entre personas del mismo sexo; sólo en la ciudad de Buenos Aires, fueron 3060.
La Ley de Matrimonio Igualitario también le cambió la vida a Fabián, aunque no se casó. “Siempre quise ser papá”, cuenta, pero ninguna de sus parejas lo acompañó en ese deseo. “En 2010, cuando se aprobó la ley, fue muy importante para mí porque ahí me animé a presentarme solo en el registro de adopción”, relata.
Antes, no había nada que se lo impidiera legalmente, pero con la ley se sintió avalado. Recuerda que, aunque la legislación estaba en vigencia, se tuvo que exponer a formularios en los que pedían que firmaran él y “su señora”. Un año después de haber presentado todos los papeles, como no lo llamaban, decidió ir a una convocatoria pública en Lomas de Zamora, en la provincia de Buenos Aires, adonde estaba viajando con frecuencia para cursar su doctorado en Filosofía. En esas convocatorias hay listados de niños que esperan ser adoptados y suelen incluir grupos de hermanos, chicos con enfermedades crónicas o discapacidad y preadolescentes.
“Me presentaron a Rodrigo, un niño con muchísimos hermanos, de una familia totalmente desintegrada. A los 6 o 7 años había quedado solo en esa situación, no tenía a nadie que lo cuidara”, reconstruye Fabián. El pequeño tiene un retraso mental moderado, que le provoca dificultades para la comprensión abstracta de las cosas. Cuando se conocieron, Rodrigo no hablaba, solo se comunicaba por señas. El mismo día que se vieron pronunció las primeras palabras. “Estábamos viendo unas fotos que yo había llevado y, cuando vio a Tom y Jerry, los nombró en voz alta. Nadie le conocía la voz. Ahí me empecé a quebrar”, recuerda Fabián. En ese momento Rodrigo se acercó a abrazarlo. “Yo me largué a llorar. Mientras tanto sentía las palmaditas de él en mi espalda”. Así empezó el vínculo de padre e hijo.
“Pasamos a ser mal vistos en algunos lugares”
A la familia de Silvia, Sebastián, Agostina y Nacho la Ley de Identidad de Género les allanó el camino. Cuando empezaron a investigar las actitudes y manifestaciones de su hija dieron con profesionales como Adrián Helien (referente en el Hospital Durand) y Valeria Pavan (activista y coordinadora del Área de Salud de la CHA) que les hablaron de la posibilidad de una hija transgénero. “Les llevamos dibujos, porque ella planteaba a la familia y se dibujaba como una princesa, su hermano Nacho era el príncipe y estábamos sus padres”, cuenta Silvia.
Ambos profesionales les dijeron que lo que había que hacer era aceptar a su hija, hacerle saber que la querían tal como era, que la dejaran jugar con lo que quisiera y que pusieran a disposición ropas que le gustaran. Eso les cambió la vida. “Fue increíble cómo empezó a comer mejor, a dormir mejor, se terminaron los problemas en la piel y los temas respiratorios”, enumera su mamá.
La transformación la vivió todo el grupo familiar. “Para la mirada de muchas personas nosotros somos los culpables de algo. Pasamos a ser mal vistos en algunos lugares”, admite. “Yo soy feliz de tener a mi hija y nos abrió la cabeza, nos vino a sacar una venda en los ojos sobre el respeto por las diversidades”.
El acercamiento al grupo de Xadres, familias sin moldes, que convoca a personas con familiares trans, por ejemplo, les representa un espacio de integración amorosa para su hija, quien encuentra allí una contención entre pares.
El Estado avanzó meses atrás en el reconocimiento de identidades no binarias, lo que implica que en el DNI además de la opción de sexo femenino y masculino también esté disponible la posibilidad de la equis (X). El decreto (N°476/21) se enmarca en la Ley de Identidad de Género, que desde su sanción ya supera los 10.000 cambios registrales, según las últimas cifras.
El licenciado en Psicología de la Universidad de Buenos Aires y especialista en diversidad sexual Alejandro Viedma señala: “Toda la humanidad y, por ende, nuestra sociedad, es diversa y, paradójicamente, aún habitamos en un mundo que tiende a normalizar, a estandarizar desde las infancias y a generar violencias contra las diferencias”. Agrega que, en ese sentido, es necesario que haya más concientización, por ejemplo, en capacitaciones y formación para docentes y profesionales.
En el nuevo paradigma planteado, el concepto de familias no solo remite a los lazos biológicos. Como dice Viedma, “el conjunto de decisiones que se tomen en función de la construcción de una familia será singular, personal y subjetiva de cada adulto responsable y, por ende, intransferible”.
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