De los fracasos también se aprende
La caída de un ídolo duele fuerte en la infancia. Todos los chicos quieren ser Messi, todos necesitan uno para admirar. Y en el imaginario colectivo de la niñez de hoy es Messi el que ocupa el lugar del ideal.
Su talento, su personalidad, la magia de su juego y sus infinitos goles son fuente de admiración y hasta de idolatría.
Y como no podía ser de otra manera, su renuncia apresurada produjo en sus pequeños seguidores una conmoción. Se trató para ellos de un acontecimiento imprevisible y que no estaban dispuestos a aceptar.
El 10 lloró con angustia y decidió sacarse la camiseta de la selección argentina. La reacción masiva a través de las redes sociales fue una vía de expresión genuina de la resistencia a dejarlo ir. Los chicos cantaban en los recreos escolares "no te vas y Lio no te vas".
Pero de estas experiencias de alto impacto también se aprende. Porque de los fracasos se aprende. Hasta los ídolos pueden errar un penal. Es cierto que cuando las expectativas se frustran es difícil de soportar. Pero las ilusiones, a veces, se desvanecen porque los humanos somos falibles.
También es una oportunidad para pensar cuánto nos duele la frustración. Aquí se hace evidente una paradoja: a mayor presión y autoexigencia, la capacidad de soportar frustraciones es menor. Es decir, cuanto mejor nos va, peor toleramos la derrota.
Y para los más chicos, que entendieron que Messi se va porque erró un penal y perdimos la final, es un golpe duro de aceptar y casi imposible de comprender. En la vida, la posibilidad de satisfacción nunca es plena, siempre tiene un límite. La frustración es, pues, un eje desde la primera infancia, y su destino dependerá, entre otras cosas, de las posibilidades de "metabolizar" el límite a lo largo de la vida.
Hay que ayudar a los chicos a humanizar a los ídolos. Si entendiéramos eso, incluso le dolería menos a Messi. El gran problema surge cuando son los adultos los que necesitan superhéroes.
Y cuando tenemos un tropiezo, una derrota, es importante no tomar decisiones apresuradas. Hasta el 10 tendría que dejar que todo se enfríe, descansar y después decidir. Sin embargo, eso no quita que para un chico sea útil ver de cerca el sufrimiento de un adulto. Que los ídolos también lloran y que a veces los errores y las frustraciones son duros de soportar.
Ojalá los más chicos descubran que un héroe como Messi puede cambiar de idea. Y que el ídolo decida patear nuevamente la pelota con nuestra camiseta, en lugar de patear el tablero.
La autora es psicoanalista, especialista en niñez y adolescencia