Deuda de sueño: muestran que la raíz del problema está en la luz eléctrica
Un trabajo de científicos argentinos lo confirma por primera vez en un medio natural; comparan los hábitos de dos comunidades de cazadores recolectores de la etnia toba/qom
Nadie duda de que Thomas Alva Edison, el mago de Menlo Park, fue un inventor brillante. Pero al parecer desde que a Edison "se le prendió la lamparita" los humanos comenzamos a acumular una deuda de sueño que, hoy se sabe, tiene impactos múltiples sobre la salud.
Esto es lo que indica un estudio que acaba de publicar el Journal of Biological Rhythms realizado por investigadores de las universidades de Washington, de Yale, de Quilmes y de Harvard, la mayoría de los cuales son argentinos.
El estudio, que contó con la colaboración de dos comunidades de cazadores recolectores de la provincia de Formosa, ofrece la primera prueba obtenida en un ambiente natural de que la raíz de nuestra falta crónica de sueño está en el invento de Edison, la luz artificial.
"Encontramos lo que anticipaban otros estudios hechos en el laboratorio, donde manipulábamos ciertos aspectos de la exposición a la luz. Pero ésta es la primera vez que vimos que esto se cumplía en la naturaleza", dice el cronobiólogo argentino Horacio de la Iglesia desde Seattle, en Estados Unidos, donde enseña en la Universidad de Washington desde hace 12 años.
Diego Golombek, investigador del Conicet en la Universidad de Quilmes y coautor del trabajo, agrega: "Si bien hay algunos antecedentes de trabajos que estudian cómo las condiciones lumínicas modifican el sueño en el laboratorio, está claro que dormir en ese ambiente no puede considerarse una situación normal. En este estudio determinamos el ciclo de sueño en condiciones naturales, en poblaciones que están o no expuestas a la luz eléctrica. [Se trata de] una medición fidedigna del ritmo natural de los habitantes de estas poblaciones, lo que vuelve al estudio aún más relevante".
Un escenario infrecuente
Para llegar a esta conclusión, los científicos compararon dos comunidades tobas/qom de etnias y modos de vida prácticamente idénticos, pero que difieren en un solo aspecto: el acceso a la luz eléctrica. Una dispone de electricidad 24 horas por día; la otra depende de los ciclos naturales de luz y oscuridad.
Este escenario infrecuente se da en el noroeste del país, donde ambas comunidades viven a unos 50 km de distancia y donde trabaja desde hace más de una década una pareja de antropólogos argentinos que investiga en la Universidad de Yale, Claudia Valeggia y Eduardo Fernández-Duque.
Allí, ellos pudieron constatar que la comunidad que tenía electricidad dormía en invierno alrededor de una hora menos que la que no tenía, y en verano, 45 minutos menos. Los dos grupos dormían más en invierno que en verano, lo que sugiere que hay un reloj biológico en humanos que requiere más sueño en los días oscuros y fríos que en los largos y cálidos, afirman los investigadores.
"La idea de hacer este experimento surgió hace unos 20 años en una conferencia de ritmos biológicos a la que asistíamos Diego y yo en los Estados Unidos –cuenta De la Iglesia–. Allí, un psiquiatra que trabajó mucho tiempo con los efectos de la luz en humanos, pero en condiciones de laboratorio, mostró que dependiendo de si ponía a sus sujetos de investigación en un fotoperíodo que simulaba invierno o verano se modificaba mucho el patrón de sueño. En ese momento, le dije a Diego: «Tendríamos que buscar en la Argentina poblaciones que no tengan acceso a la luz para replicar esta prueba en condiciones naturales»."
Golombek hizo luego algunos estudios, pero en ese tiempo no existía la tecnología para medir actividad con la precisión necesaria y definir los patrones de sueño cuantitativamente, la actimetría, que registra los períodos de actividad y reposo.
Valmeggia y Fernández también eran compañeros de Golombek y De la Iglesia, y conocían a estas comunidades que viven en las afueras de Ingeniero Juárez. "Eso me llevó a viajar en 2012 –cuenta De la Iglesia–. Los tobas/qom estuvieron de acuerdo y todo lo que hicimos fue mínimamente invasivo. El actímetro es como un reloj común."
En total, estudiaron a unas 40 personas en varias campañas, hombres y mujeres desde los 12 años en adelante. "Dado que fueron seguidos durante varios días, los datos son altamente significativos", asegura el científico.
"Hace ya varios años –recuerda Golombek–, nuestro laboratorio realizó un estudio similar en una población mapuche sin luz eléctrica a través del análisis de diarios de sueño en alumnos de escuela, y si bien no resultó tan completo como en este caso, en donde sí tomamos datos a través de actimetría, encontramos la misma variación estacional muy marcada entre verano e invierno. Esto era de esperar en una población patagónica, pero es aún más interesante el hallazgo de estos cambios en una situación subtropical como Formosa, donde los cambios anuales no son tan apreciables. Más allá de eso, el hallazgo principal es algo que quizá suene lógico o de sentido común: la luz eléctrica induce una disminución de las horas de sueño, particularmente porque la gente se va a dormir más tarde. Pues bien: la ciencia a veces tiene que ponerle números al sentido común y demostrarlo de manera racional. Edison ha sido, entre otras cosas, un gran ladrón de sueño."
Demostración definitiva
Como además de agregar horas de luz al día, la electricidad hace posible usar iPads, monitores, aparatos de TV y otros poderosos estímulos, los científicos opinan que el estudio representa una subestimación de la carencia de sueño que padecemos y que en las grandes urbes sería mayor.
Un detalle importante es que no todas las clases de luz actúan del mismo modo. La luz artificial blanca actúa como la luz solar para sincronizar el reloj biológico. Pero la más eficiente para atrasar e inhibir nuestros relojes internos es la luz azul que integra en gran medida nuestra luz artificial y emiten las pantallas de los dispositivos electrónicos.
"Una de las medidas para contrarrestar estos efectos es tratar de conseguir luces con mayor longitud de onda e intentar exponerse lo mínimo posible durante la tarde y noche a luz de color azul o muy intensa –aconseja De la Iglesia–. Ya hay apps que eliminan el azul después de cierta hora."
Para el doctor Daniel Cardinali, director de Docencia e Investigación de la Facultad de Medicina de la UCA y autor de ¿Qué es el sueño? (Paidós, 2014), que no participó en la investigación, "este tipo de trabajos con mediciones objetivas es muy interesante, porque hay una cierta disparidad entre lo que muestran las encuestas y lo que está indicando la actimetría en grandes cantidades de personas. Estos resultados están planteando que la presencia de la luz fue un factor fundamental para reducir y compactar el sueño. Me parece fantástico poder analizarlo en el medio ambiente natural –agrega–. Además Golombek y De la Iglesia son dos cronobiólogos de primer orden."
Según afirman los científicos, un beneficio colateral del trabajo es que, como los tobas/qom todavía son en cierto grado cazadores recolectores, poder registrar sus patrones de sueño-vigilia fue como ver en vivo y en directo la transición que experimentó la humanidad al pasar de modos de vida ancestrales a urbanos, un proceso en el que el sueño se fue reduciendo progresivamente.
Dice Golombek: "La demostración definitiva del efecto de la luz eléctrica en el sueño debía provenir de un estudio detallado y comparativo entre poblaciones similares desde el punto de vista cultural y genético, como ocurre en este trabajo. No alcanza con medir nuestro propio sueño con o sin luz, ya que hay demasiadas variables que pueden confundir los resultados. Nuestro estudio viene a agregar datos muy concluyentes de algo con lo que venimos insistiendo desde la cronobiología: que la vida contemporánea nos está privando de valiosas horas de sueño y que las consecuencias no son sólo estar cansados, sino que pueden tener impactos múltiples sobre el rendimiento, el estado de ánimo y la salud en general".
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