En la literatura médica, son contados los casos que se refieren a este diagnóstico, que se lo conoce con la palabra de origen griego hemolacria
Llorar lágrimas de sangre. Lo dice la Biblia sobre la madre de Jesús viendo a su hijo crucificado. Lo dicen algunos mitos y leyendas populares sobre vírgenes y santos. Pero también lo refiere la literatura médica. El término correcto para definirlo es “hemolacria”, una palabra de origen griego que significa precisamente eso: lágrimas de sangre.
En la British Medical Journal, prestigiosa revista científica inglesa, se cuenta el caso de una niña de 11 años, que fue conducida por su madre hasta el Servicio de Emergencias de una clínica de Nueva Delhi, en India, porque lloraba lágrimas de sangre por ambos ojos, dos veces por día, durante lapsos de dos a tres minutos y desde hacía una semana. Era la primera vez que le pasaba.
–¿Ocurrió algo, recibió algún golpe, tomó alguna medicación? –preguntaron los médicos.
–Nada –afirmó la madre, preocupadísima.
Una sola vez, recordó la mujer, cuando era más chica, había tenido una pequeña hemorragia nasal.
A la niña, que aún no había tenido su primera menstruación, se le realizaron toda clase de exámenes. No tenía fiebre, ni infecciones, ni golpes. No había rastros de sangre ni en sus heces ni en su orina. Tampoco había antecedentes de hemorragias en la familia, ni había pasado por ninguna cirugía recientemente. Estaba estable y activa, pero lloraba lágrimas de sangre.
Sus ojos también estaban sanos: no sufría conjuntivitis, no los tenía hinchados, no existían movimientos extraoculares o derrames vasculares. Su agudeza visual era perfecta. Su presión ocular y sus glándulas lagrimales estaban bien.
Se le realizó un perfil completo de sangre, que incluía tiempo de coagulación y niveles de los factores que la permiten, función hepática, renal, marcadores inflamatorios. Todo era normal. También la tomografía computada de cerebro y senos paranasales. Pero durante un mes, ocasionalmente, volvía a llorar sangre. Al cabo de ese lapso, el misterioso problema, así como llegó, se fue espontáneamente.
Los médicos, al no poder definir cuál había sido la causa, dieron un diagnóstico: un caso de hemolacria idiopática.
Algo similar ocurrió tiempo después en el departamento de Emergencias Pediátricas de Riyadh, en Arabia Saudita. Un artículo de Heliyon, revista científica mensual publicada por la prestigiosa editorial Cell Press, relató que una madre llegó a la guardia con su hija, de 12 años, sana pero visiblemente ansiosa: la niña había estado llorando lágrimas de sangre durante los últimos tres días. La niña no había sufrido golpes, ni tomaba medicamentos, ni había tenido cirugías recientes.
“Sólo estuvo peleando con su hermano, se puso nerviosa y se largó a llorar, y ahí lloró sangre”, explicó la mujer, desesperada. Ningún examen médico dio por resultado algo que pudiera indicar el motivo de este raro síntoma. Quizá un cuadro de estrés, pero nada quedó definido.
Entonces, otra vez apareció este diagnóstico: hemolacria idiopática (es decir, sin causa conocida).
Un paseo por la historia
Juan Murube del Castillo, un reconocido oftalmólogo de la universidad de Alcalá, de España, es posiblemente quien más ha escrito sobre lágrimas y, puntualmente, acerca de las lágrimas de sangre. Murube, ya jubilado, tiene más de 90 años y un colega cercano, el doctor Francisco Muñoz Negrete, explica a LA NACION que el profesor de Alcalá ya no está en condiciones de atender a la prensa.
Pero en un texto que los dacriólogos (especialistas en secreción lacrimal) refieren como lo más completo escrito hasta ahora sobre el tema, publicado en 2011, en el journal The Ocular Surface, Murube desgrana la historia de este enigmático síntoma. Dice entonces que la primera referencia científica a hemolacria está en un texto de Aetiuis de Amida, un médico y escritor griego bizantino, que vivió entre el siglo V y VI, y escribió: “En el séptimo mes los niños empiezan a echar los dientes y, picándoles y aguijoneándoles como por una estaca que se abre paso entre las encías, surgen tumores de las propias encías, las mandíbulas y los tendones, por los que sobrevienen fiebres en general. Acompaña también irritación de los conductos acústicos, y los oídos se humedecen. Algunos son presa también de oftalmias y fluye sangre del rabillo de sus ojos”.
Mil años después, en otro texto científico de Antonio Musa Brasavola, se cita en 1541 el caso de una monja que, en vez de tener menstruación, tenía hemorragias oculares y auriculares mensualmente. En 1581, el médico y botánico flamenco Dodonaeus citó un caso similar, de una joven de 16 años “que descargaba su flujo sanguíneo por los ojos en forma de gotas de sangre, en vez de hacerlo por el útero”.
Revisando literatura científica, el oftalmólogo español encuentra apenas cinco textos sobre hemolacria en el siglo XVII y pasa inmediatamente al siglo XIX, donde cita 31 referencias. Relata luego un caso que le tocó atender personalmente: una adolescente andaluza de 13 años del pueblo La Carolina, en España, que lloró lágrimas de sangre después del entierro de un compañero de escuela, en 1991. Tampoco encontró anormalidades en la paciente, que durante la consulta, cuando el mismo Murube le preguntó más sobre el problema, protagonizó una crisis nerviosa, incluido llanto con lágrimas de sangre.
El diagnóstico del profesor Murube al médico de la familia de la joven tampoco fue demasiado esclarecedor: “Probable reacción histérica (sic) relacionada posiblemente con su primera menstruación, sin daño aparente al aparato ocular...”.
"Se ha asociado a personajes vinculados con lo divino, lo religioso, como Rosa María Andriani, que vivió entre 1786 y 1845, y la Sierva de Dios Teresa de Neumann, que murió en 1968"
Omar López Mato
Murube también apunta a las emociones y el estrés y al misticismo o éxtasis de santos e “iluminados” como posibles causas de llorar lágrimas de sangre. Y, en este último sentido, hay un caso documentado en el Journal of Forensic Sciences, de 1998, que solo suma misterio: una estatua italiana representaba a la Virgen María en la que se hallaron lágrimas secas que aparentaban ser de sangre, de origen desconocido. Analizadas por el profesor Raffaelle Palmirotta y equipo mediante el moderno método de reacción en cadena de la polimerasa (PCR) resultaron efectivamente ser sangre de origen humano, y de una mujer.
Lo divino y lo profano
Omar López Mato, oftalmólogo e historiador, afirma que la hemolacria es de rara presentación en los consultorios médicos. “Se ha asociado a personajes vinculados con lo divino, lo religioso, como por ejemplo Rosa María Andriani, que vivió entre 1786 y 1845 y la Sierva de Dios Teresa de Neumann, que murió en 1968. Teresa, además, tenía los estigmas de Cristo”, afirma López Mato, oftalmólogo e historiador.
“En otros casos –agrega el especialista–, el origen pueden ser problemas médicos como un tumor vascular que se rompe y sangra o una conjuntivitis muy severa. También hay casos de menstruación vicaria, que ocurre cuando el tejido endometrial, cuya extensión debería limitarse al interior del útero, se disemina, llega a la glándula lagrimal y se lloran lágrimas de sangre. Y a pesar de que no se nota a simple vista, el 18% de las mujeres fértiles tienen trazos de sangre en sus lágrimas; el 7% de las embarazadas y el 8% de los hombres. En las mujeres menopáusicas, en cambio, no se han hallado estos trazos. Posiblemente, están vinculados con la actividad hormonal, que una extravasación de glóbulos rojos hacia la mucosa lagrimal, que en la clínica no se ve, pero que si se busca, está”.
Rodolfo Vigo, jefe de Oftalmología del Hospital Universitario Austral y especialista en cirugía plástica de párpados (óculplastia), órbita y vías lagrimales, comenta que la hemolacria no es un trastorno que se presente con frecuencia en su especialidad.
“Si viene un paciente con este tipo de sintomatología se busca descartar posibles causas de ese lagrimeo asociadas a alteraciones en los ojos o alrededor de los ojos, como por ejemplo nariz y senos paranasales –dice Vigo–. La literatura médica refiere que existen pocos casos y pueden ocurrir por conjuntivitis, traumatismos, tumores, hipertensión. Es frecuente que los casos reportados sean en niñas púberes en Arabia Saudita, India, no queda claro por qué. Cuando es idiopática se resuelve generalmente en forma espontánea. Lo importante es señalar que un lagrimeo inusual no es para restarle importancia. Puede ser algo banal pero también un problema serio como un tumor de saco lagrimal, por ejemplo. Por eso la recomendación es consultar con un especialista en oftalmología”.
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