En 2021, Cathryn Roeck empezó a sentir una intensa molestia en las pantorrillas cuando salió a correr; el problema es que años antes ya había pasado por complejas operaciones para aliviarlo
WASHINGTON.– Había sido un largo día de trabajo y Cathryn Roeck recurrió a su método favorito para relajarse: salir a correr. Cuando había recorrido alrededor de un kilómetro de aquella tarde oscura y fría de octubre de 2021, Roeck empezó a sentir un intenso dolor en las pantorrillas.
“Era una dolor que nunca había sentido”, recuerda Roeck, que ahora tiene 27 años y vive en Rochester, Minnesota. “Sentía que las piernas me iban a estallar.”
Roeck desaceleró y siguió caminando, pero hasta le costaba levantar el pie, que se había adormecido. Tratando de controlar el pánico y sin lograr comunicarse con su casa, llamó a un compañero de trabajo que fue hasta la casa de Roeck a alertar a su novia, actual esposa, para que lo pasara a buscar por el lugar donde había quedado varado.
Ya en su casa, Roeck quedó tendido en el sofá con las piernas levantadas y envueltas en un pack de hielo, sollozando de dolor y de impotencia. Se preguntaba por qué habrían fallado las complejas operaciones que le habían realizado dos años antes para aliviar su dolor en las piernas. ¿Habría hecho algo sin darse cuenta que le desencadenó semejante dolor? Pero al día siguiente, oh sorpresa, podía caminar como si nada y apenas tenía una leve molestia muscular. ¿Habría exagerado?
Roeck es coordinador de investigaciones clínicas de la Clínica Mayo, y varios meses después supo la triste verdad: todas esas cirugías previas habían sido innecesarias, porque la causa subyacente de sus problemas se les había pasado por alto. En el caso de Roeck, eso implicaba tener que volver a operarse.
“Estaba furioso”, dice Roeck, que lamenta haber aceptado sin cuestionamientos esas operaciones anteriores, que demandaron meses de rehabilitación y le dejaron múltiples cicatrices de 12 centímetros en ambas piernas.
“Estaba tan enfocado en solucionar de inmediato el problema que no pensé en el cuadro general ni me preguntó que otra causa podría tener”, recuerda.
Posible periostitis tibial
Roeck empezó a tener dolor en las piernas en la secundaria, cuando integraba el equipo de carreras de cross-country de su escuela. El dolor que le irradiaba desde la tibia hasta la pantorrilla al principio era intermitente, pero cuando empezó tercer año se volvió tan lacerante que terminar la temporada de competencias quedó totalmente descartado.
“Pensé que era un caso grave de periostitis tibial —resultado de la inflamación de los músculos, tendones y tejidos que recubren la tibia—, o tal vez una ‘fractura por estrés’, a causa del esfuerzo continuo de correr”, recuerda Roeck. “Quedaba rengueando apenas dos kilómetros después de arrancar”. Cuando corría, las piernas se le hinchaban y adquirían una tonalidad azulada o violácea, y a veces arrastraba el pie izquierdo, pero después de descansar, el dolor cedía rápidamente y la piel recuperaba su coloración normal, así que trató de ignorar el problema.
"Correr me ayudaba a no pensar en nada: me calzaba los auriculares y me desconectaba del mundo durante 30 o 45 minutos"
Cathryn Roeck
“No solíamos ir al médico muy seguido”, dice Roeck en referencia a su familia. Como con 30 minutos de descanso el dolor cedía, el problema no parecía ameritar una visita al médico. “Me acostaba diciendo que si seguía así, al día siguiente iba a ir al médico, pero a la mañana ya estaba bien.”
Para Roeck, correr era mucho más que un deporte. Desde los 11 años, correr se había convertido en parte integral de un régimen más amplio, que luego incluyó medicación, para combatir la ansiedad y la depresión.
Cuando los padres de Roeck se divorciaron, “correr me ayudaba a no pensar en nada: me calzaba los auriculares y me desconectaba del mundo durante 30 o 45 minutos”.
En 2018, ya en la universidad, empezó a entrenar para un triatlón que implicaba nadar 400 metros, un trayecto en bicicleta de 20 kilómetros, y una carrera de 5 kilómetros.
Pero de inmediato quedó claro que correr era un problema. El dolor en las piernas se hizo más frecuente y severo, y ya era inocultable. Roeck consultó con un asistente médico que lo derivó con un clínico especializado en medicina deportiva.
El médico le dijo que muy probablemente tenía algunas de estas tres cosas: periostitis tibial, microfracturas óseas por estrés, o una dolencia menos común llamada “síndrome compartimental crónico de esfuerzo”.
La parte inferior de la pierna se compone de cuatro compartimentos que contienen nervios, músculos y vasos sanguíneos recubiertos por una membrana llamada “fascia”, que en algunas personas no se estira lo suficiente. En esos casos, el esfuerzo repetido puede disminuir el flujo sanguíneo, impidiendo que el oxígeno llegue a los nervios y músculos y aumentando la presión intramuscular, que con el tiempo puede resultar perjudicial.
A diferencia del síndrome compartimental agudo, una emergencia médica que suele ser causada por una lesión traumática, el síndrome compartimental crónico es resultado del exceso de un ejercicio físico y se revierte con reposo.
Como las radiografías no revelaron signos de fractura por estrés, el deportólogo de Roeck le recetó fisioterapia de rehabilitación. En esas sesiones Roeck notó que se le entumecían y le hormigueaban los pies cada vez que activaba los músculos de la pantorrilla, por ejemplo, cuando le indicaban que se balanceara sobre una sola pierna. Después de tres meses, el fisioterapeuta informó que no había progresos y que el entumecimiento del pie sugería un cuadro de síndrome compartimental crónico.
Varias semanas después, Roeck se sometió a un estudio de medición de la presión compartimental, que consiste en adormecer los músculos con anestesia y luego insertar una aguja conectada a un dispositivo que mide la presión dentro del compartimento antes y después de correr en una cinta. Una presión elevada puede ser indicio de síndrome compartimental crónico, que puede tratarse con descanso, entrenamiento cruzado que utiliza otros músculos, y otros métodos no quirúrgicos. Otra opción es la fasciotomía, una operación que consiste en cortar la fascia que rodea los nervios y músculos para aliviar la presión acumulada.
Le hicieron el estudio sin anestesia: el médico le dijo que no era necesaria, pero Roeck recuerda que el dolor era insoportable. Los resultados revelaron síndrome compartimental mínimo, con presión apenas por encima de lo normal. Roeck fue derivado a un cirujano ortopédico que ya una vez le había operado el hombro después de un accidente automovilístico.
“El médico dijo: ‘Si tenés síntomas te podemos operar’,” recuerda Roeck sobre aquella cita de febrero de 2019 con el ortopedista. Si no se operaba, seguiría sintiendo dolor al correr, le aseguró el médico.
Pero Roeck estaba decidido a seguir corriendo, así que dos semanas después le operaron los cuatro compartimentos de la pierna izquierda, una cirugía llamada fasciotomía. Tres meses después, le realizaron la misma cirugía en la pierna derecha.
La rehabilitación llevó meses. Roeck tenía la pierna izquierda totalmente hinchada, y en julio de 2019 experimentó una súbita rigidez en el tobillo que le provocó una caída. En noviembre, el ortopedista realizó un tercer procedimiento, limpiando el tejido cicatricial de una antigua lesión de fútbol que tenía en el tobillo derecho.
Seis semanas después, y después de una pausa de casi un año, Roeck pudo correr un rato sin sentir dolor. Al parecer, el problema estaba resuelto.
Pero el dolor volvió…
El alivio duró poco. A mediados de 2021, cuando Roeck se mudó a Minnesota y empezó a entrenar para otra carrera de 5 kilómetros, el dolor en la pantorrilla regresó. Y no solo eso: también empezaron a dolerle las piernas cuando estaba parado en el trabajo.
“Pensé que se trataba de periostitis tibial”, recuerda Roeck.
El episodio de dolor con el que empezó esta nota se produjo pocos meses después, en octubre de 2021, y fue más fuerte que ninguno de los que había sufrido anteriormente. Roeck consultó con un médico clínico de la Clínica Mayo, que lo derivó con el especialista en medicina deportiva.
En diciembre de 2021, ese especialista analizó los estudios previos y los informes de las cirugías y ordenó otra serie de mediciones de la presión compartimental —esta vez, con anestesia—, así como una evaluación del estado de las arterias en piernas y tobillos.
"Tenía emociones contradictorias: por un lado, ahora sabía por qué no me había curado la primera vez, pero eso implicaba tener que empezar todo de nuevo"
Cathryn Roeck
Los resultados parecían apuntar a un dolencia poco común: síndrome de atrapamiento de la artería poplítea (PAES, por su sigla en inglés). Como los resultados de las primeras mediciones de la presión compartimental habían dado al límite de lo normal, el especialista le dijo a Roeck que no debería haber sido candidato a las cirugías de fasciotomía que le habían practicado. El deportólogo entonces lo derivo con la flebóloga Jill Colglazier para una evaluación más profunda.
“Tenía emociones contradictorias: por un lado, ahora sabía por qué no me había curado la primera vez, pero eso implicaba tener que empezar todo de nuevo”, recuerda Roeck.
El síndrome de atrapamiento de la artería poplítea o PAES causa síntomas similares o concurrentes que a veces son difíciles de distinguir. Pero tiene diferencias importantes con la presión compartimental: el PAES es un problema vascular, y la operación para solucionarlo es distinta a la fasciotomía. En algunos casos, el paciente tiene síndrome compartimental y PAES al mismo tiempo.
El PAES se produce cuando la arteria poplítea —la que corre por detrás de la rodilla e irriga la pierna inferior—, queda comprimida por un músculo de la pantorrilla, reduciendo el fujo de sangre y produciendo dolor durante el ejercicio físico. Cuando el cuerpo descansa, el músculo retrocede y alivia la presión sobre la arteria. Esa compresión repetida de una arteria puede causar su estrechamiento, conocido como estenosis, y en los casos más graves puede dejar daños permanentes en el nervio y los músculos. En casos muy raros, incluso puede terminar en amputación.
La dolencia es más común en deportistas adolescentes y veinteañeros, especialmente entre corredores y ciclistas que hace entrenamiento de alta intensidad para desarrollar músculo rápidamente. Algunas personas nacen con alguna atrofia de los músculos de la pantorrilla —esos casos se clasifican como congénitos, no funcionales—, pero en la mayoría de los casos es una patología adquirida. Y esos son los casos más difíciles de diagnosticar, ya que no hay una anormalidad anatómica visible.
Los cirujanos dicen que cada vez se encuentran con más de adolescentes que desarrollan demasiado los músculos de la pantorrilla por la práctica de fútbol y atletismo, sobre todos las carreras de velocidad.
Y según observan los expertos, los diagnósticos erróneos son frecuentes. La flebóloga Colglazier dice que suele ver pacientes como Roeck, que fueron sometidos a una cirugía equivocada, a menudo una fasciotomía por síndrome compartimental, simplemente porque no les realizaron un estudio multidisciplinario.
“Hay muchas razones por las que estos pacientes pueden tener dolor en las extremidades inferiores”, apunta Colglazier. “La medicina y la cirugía se han vuelto tan especializadas que actualmente es importante que los médicos nos reunamos para evaluar cada caso”. Desde hace años, la Clínica Mayo hace que los pacientes con dolor en la parte inferior de la pierna se sometan a una evaluación que incluye a expertos en medicina deportiva, ortopedia y cirugía vascular.
Colglazier se reunió con Roeck en febrero de 2022. Allí Roeck le habló de su ferviente deseo de seguir corriendo y le dijo estar dispuesto a someterse a nuevas operaciones. La médica advirtió que Roeck también sufría dolor mientras estaba de pie en el trabajo.
“Quería estar absolutamente segura de que su problema era ese”, señala Colglazier, que en ese momento también ordenó la realización de un angiograma. Cuando la flebóloga colocó su mano en la punta de cada pie de Roeck y le pidió que presionara lo más fuerte posible, notó obstrucciones en ambas piernas, lo que confirmó el diagnóstico de PAES.
En abril de 2022, le practicaron una cirugía en la pierna derecha, seguida un mes después por la pierna izquierda. Durante el procedimiento, que se hace con anestesia general, el cirujano realiza una incisión en la parte interna de la pantorrilla o en la parte posterior de la rodilla para aliviar el exceso de presión y dar más espacio a la arteria.
La rehabilitación fue más difícil de lo que Roeck esperaba y demandó ocho meses de fisioterapia. Hoy Roeck ha vuelto a correr unos tres kilómetros por vez, que suele alternar con caminatas y trayectos en bicicleta.
“Ojalá no hubiera no me hubiera aguantado el dolor durante tanto tiempo, hasta llegar a ese estado crítico”, se lamenta Roeck. La experiencia le enseñó a hacer preguntas y evaluar la información médica con ojo más crítico.
“Ha sido un verdadero viaje”, dice. “Y me alegro de haber llegado a buen puerto.”
(Traducción de Jaime Arrambide)
Por Sandra G. Boodman
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