Aunque desde hace dos décadas no ofrece funciones con público, la imponente sala Lassalle mantiene su sofisticada arquitectura; el recuerdo de Arturo Puig, que se “crió” entre sus pasillos y las fotos de un pasado de bronce
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Sobre el frontispicio que da a la calle Tte. Gral. Juan Domingo Perón al 2259 se lee “Constancia”. Casi un guiño a la siempre empeñosa hazaña del teatro, aunque, en realidad, la inscripción tallada en la piedra refiere al nombre de la asociación espiritista propietaria del bellísimo edificio que es sede de sus actividades.
Para el peatón desprevenido, nada hace pensar que detrás de las puertas de cristal que ocupan la planta baja se esconde la que fuera una de las salas más importantes que formaran parte del circuito teatral porteño.
Hasta hace algunos años, un enorme letrero luminoso, que hacía tiempo ya no encendía sus neones, anunciaba pomposamente la existencia del preciado espacio escénico. “Lassalle” decían esas letras gigantes en posición vertical que se veían casi desde Callao y que se destacaban en esa zona limítrofe entre Congreso y Once, entre el ajetreo parlamentario y el bullicio de los locales mayoristas que se desparraman hasta la avenida Pueyrredón.
Curiosa historia la de este teatro levantado en 1932. Lo fundó una dama francesa que profesaba el espiritismo, fue el patio de juegos de un niño que se consagraría como Arturo Puig, por su escenario desfilaron figuras como Rosa Rosen y Norma Pons y debutó un grupo de ingenioso humor llamado Les Luthiers.
Durante los setenta, la irreverencia rockera lo convirtió en un templo del género donde se ofrecieron conciertos de Sui Generis, Vivencia, Pedro y Pablo, Serú Girán y tantos más. “Todo tiene un final, todo termina”, determinaba Vox Dei. Una profecía aplicable al Lassalle, aunque su deceso no puede ser definitivo. Si los espíritus existen y sobre eso se da fe en los resplandecientes pisos superiores del edificio, en la planta baja sobrevuela el aura de tantas figuras que profesaron su arte. A ellas habrá que implorarles una posible reapertura.
“El Lassalle fue mi vida, mi segunda casa, pasé una parte muy importante de mi vida allí. Mi papá lo manejó desde 1940 y lo tuvo hasta 1985″, recuerda Arturo Puig ante la consulta de LA NACION, sin ocultar el dejo de nostalgia que implica recordar aquellos tiempos donde correteaba entre camarines y jugaba a las escondidas detrás de los bastidores de las escenografías acompañando a su padre y construyendo la vocación que lo acompañaría durante toda su vida.
Ensueño
Ingresar al Lassalle es sumergirse en un viaje en el tiempo. Allí reposan sus 450 butacas marrones, listas para esperar al público, aunque, una posible reapertura del lugar implicaría una inversión millonaria en acondicionamientos generales y, sobre todo, en la instalación de los mecanismos de prevención de incendios de acuerdo a las normativas de seguridad vigentes en la ciudad que fueron instauradas luego de la tragedia acontecida en la disco Cromañón, hace dos décadas, donde un incendio dejó casi dos centenares de jóvenes fallecidos.
Por allí se ve un reloj detenido. Metáfora de la parálisis de la sala que bajó su telón definitivamente en la década del noventa. Los cristales de las puertas de ingresos, opacos por el paso del tiempo, prologan un foyer de enormes dimensiones enmarcado por la boletería y el guardarropa. El Lassalle contaba con todos los “chiches”.
“Lo primero que hice en el teatro fue atender el guardarropa y, de más grande, también estuve al frente de la boletería”, recupera datos Arturo Puig, agilizando su memoria.
Los pasos resuenan firmes. La soledad y el silencio del lugar hacen retumbar cada pisada generando una atmósfera especial. Si los vitraux y los mármoles de las escaleras que conducen al pulman impactan en la planta baja, en el primer piso se destaca lo que fuera un enorme salón de recepción que funcionó como elegante bar y espacio de tertulias de entreactos. Los sillones de pana y el piso de parquet de Roble Eslavonia hablan de la envergadura del lugar.
Generosidad
“Clotilde Baltierrez de Lassalle, quien era una persona de dinero y espiritista, mandó a construir este edificio para la Asociación”, explica Nilda Brunetti, presidenta y miembro de la comisión directiva de Constancia, entidad, sin fines de lucro, fundada en 1877 y que hoy cuenta con un padrón de doscientos socios.
La idea de contar con una sala enorme tenía como finalidad ser utilizada para conferencias y el local anexo fue sede de la imprenta que generaba libros y los ejemplares de la revista de la institución, pero, con el transcurso del tiempo, la sala fue destinada a la actividad teatral. Desde hace algunos años, la imprenta dejó de funcionar debido a los cambios de tecnología, aunque Constancia sigue editando la revista.
“Mi padre fue el creador del teatro, ya que, hasta ese momento, la sala había sido utilizada como salón de baile. Él construyó los palcos y mandó a hacer el declive de la platea”, recuerda Arturo Puig en torno a la tarea incansable de su progenitor, empresario de la sala y fundador de una casa que alquilaba elementos escenográficos.
Curiosidades
Miguel Ángel Fidalgo, también miembro de la comisión directiva, reconoce que “en el Lassalle se presentaban espectáculos líricos dada su acústica impecable”. En parte, esta característica técnica se debía a la presencia de un foso acústico de agua, hoy ocultado en desuso. “El foso estaba destapado y, de acuerdo al tipo de obra que se presentaba, se iba llenando con diversos niveles de líquido”, describe Omar Hamud, otro de los miembros de la comisión directiva. Las voces de Mercedes Sosa y Horacio Guarany dieron cuenta de las características de la sala. El foso acústico se encontraba en las cercanías de los camarines compartidos que podrían albergar a una compañía numerosa.
También desde el subsuelo se podía acceder al foso de la orquesta, el espacio destinado al apuntador que socorría a los artistas que olvidaban sus parlamentos y a las “trampas”, los dispositivos móviles, que ascendían y descendían desde el escenario, y permitían que los personajes subieran y bajaran de la escena, todo un artilugio de avanzada para la época. “Durante muchos años fue sala de comedias donde figuras como Darío Víttori hicieron varias temporadas”, recuerda Nilda Brunetti.
Con una memoria prodigiosa, afloran en Arturo Puig esos datos que quedaron grabados de manera definitiva y tiñen sus retinas de gratas remembranzas: “Panorama desde el puente, con Pedro López Lagar, fue un suceso de dos años. En el Lassalle también trabajó mucho Rosa Rosen, quien encabezó los elencos de varias obras, de hecho, trabajé con ella en La mujer del domingo y luego en El tema eran las rosas, pieza que se dio paralelamente en Estados Unidos y ganó el Premio Pulitzer, en esa versión mi papel lo hizo Martin Sheen”. El maestro Agustín Alezzo también fue uno de los profesionales que recurrentemente pisaban esta sala en la que Palito Ortega se dio el gusto de cantar una canción dentro de la trama de una comedia.
El escenario desolado luce impactante, con su telón original recogido y la “parrilla” del techo esperando que vuelvan a pender “tachos” de luz. Bambalinas encorvadas y trastos laterales, las viejas “patas” donde se “escondían” los personajes a medio colocar.
“Me encantaba ver cuando los maquinistas subían el telón a mano, siempre los ayudaba porque me fascinaba levantar el telón. También solía ir al ´puente´ y mirar las obras desde arriba, o me escondía en una moldura donde nadie me veía y ahí observaba las funciones, conocía todos los recovecos”, se ufana Arturo Puig. Volteretas del destino, en la sala trabajó Carmen Vallejos, la deliciosa actriz, madre de la talentosa actriz Selva Alemán, esposa de Puig recientemente fallecida.
A un costado del escenario, un pequeño espacio permitía “esconder” al personal de bomberos que -a modo preventivo- debía permanecer durante el desarrollo de los espectáculos. Sobre el techo, un óvalo imponente enmarca la altura de la sala principal. Todo está como entonces, pero teñido por la opacidad del no uso y el deterioro inexorable de la falta de mantenimiento, lo cual hace aún más dolorosa la recorrida.
Como en casa
Las salas teatrales suelen contar con leyendas, no demasiado fundamentadas, en torno a la presencia de espectros, apariciones y hasta sonidos infrecuentes. ¿Fantasmas? El teatro Del Globo, el Maipo, el Regio y tantos otros pueden atestiguar estos cuentos.
“Lo que para otros lugares es algo inusual, extraordinario, para nosotros no lo es y está canalizado a través de las actividades de nuestra Asociación; nosotros tenemos contacto directo con lo que vulgarmente se conoce como el más allá. Acá hay actividades de ´mediums´ a través de las sesiones semanales”, sostiene Carmelo Torelli, naturalizando las actividades que ocupan a Constancia.
“Hubo un tiempo en el que funcionó el teatro independiente La Máscara”, afirma Arturo Puig. También la actriz y docente Dora Baret intentó desplegar en este solar las labores del Actors Studio. Durante sus últimos años de actividad, el Lassalle contó con producciones de Javier Faroni, como la pieza Flores de acero que fue protagonizada por un elenco estelar en el que figuraban nombres como Norma Pons e Irma Roy.
Se buscan inversores y mecenas. “Se necesitan sponsors que sientan amor por el teatro”, afirma Omar Hamud. “Algunas fundaciones y bancos se han interesado, pero, cuando llega el momento de poner el dinero no se concreta” cierra Nilda Brunetti. El telón del Lassalle merece volver a levantarse.
La Ley N° 14.800 dictamina que “en caso de demoliciones de salas teatrales, el propietario tendrá la obligación de construir en el nuevo edificio otra sala con las mismas características”. Una luz de esperanza para un edificio que está de pie y espera ser habitado. “Constancia” se lee en el frontispicio. Vehemente fe de las almas que no dejarán morir a su teatro.
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