Ricardo “Pinino” Orri llegó a la Patagonia en la década del setenta; en ese momento, junto a otros emprendedores, desarrolló la técnica de acercarse a los animales sin perturbarlos; desde hace años, diseña habitáculos para permanecer en las profundidades
SAN CARLOS DE BARILOCHE.- Si bien empezó como buceador en la ciudad de Buenos Aires, Ricardo “Pinino” Orri encontró en el Golfo Nuevo, al noreste de la provincia de Chubut, su lugar en el mundo. Corría la década del setenta y, como miembro del equipo de competición del Centro de Actividades Subacuáticas (Casba), viajaba mucho a distintos destinos costeros, como Mar del Plata, Comodoro Rivadavia, San Antonio Oeste y Bahía Creek.
Ricardo “Pinino” Orri
Nació en la ciudad de Buenos Aires
65 años
¿Por qué se destaca?
Es guía ballenero.Fue buzo profesional. Estuvo entre los pioneros del desarrollo del avistaje de ballenas en la Península Valdés y participó de la creación de la Técnica Patagónica de Avistaje de Ballenas, que regula la forma de aproximarse y comportarse con los animales. .
“En octubre de 1974 estaba terminando la secundaria y vine por primera vez a Puerto Madryn. Con mis compañeros, llegamos unos días antes de una competencia, para entrenar y familiarizarnos. Fue tal la fascinación que no me podía ir. Cada día era una aventura, una vivencia nueva. Cuando me quise acordar, hacía un mes que estaba en Madryn. Me sentía dentro de una película: en aquel momento, estaban los documentales de Mundo insólito, y todo lo que había de fauna ocurría en África –se ríe–. Este lugar conjugaba todas mis pasiones: el buceo, el mar, la naturaleza”.
Además de bucear con lobos marinos y maravillarse con el paisaje, en aquel primer viaje a Puerto Madryn tuvo la suerte de encontrarse en las profundidades con ballenas. Aunque volvió a la ciudad de Buenos Aires a terminar el secundario e incluso cursó un año y medio de Derecho, su destino estaba cerca del océano: en 1978 se fue a vivir al Golfo San José, en la Península Valdés, donde se insertó en la colonia de pescadores submarinos.
“¿A quién le puede interesar venir hasta acá a ver un pescado grande?”, recuerda haber oído decir a un empresario hotelero a principios de la década del ochenta
“La actividad de los buzos marisqueros era totalmente artesanal y lo sigue siendo. Era para aventureros. El equipo consta de una embarcación con dos o tres buzos y un marinero que va recuperando los mariscos bivalvos que juntan debajo del agua. En aquella época, los buzos marisqueros eran deportistas: la base de trabajo invernal de la mayoría de mis compañeros de competencia era la extracción de mariscos. A través de ellos y de un eximio buzo y pionero como es Hipólito Giménez, me pude insertar y cumplir una de mis metas, que era hacerme baqueano. Porque yo era gimnasta, atleta, nadador, pero me faltaba ser conocedor de esta geografía”, recuerda.
"Me gustaría conocer en su ambiente natural a todas las ballenas grandes. Conocí muchas. La que me interesa ver es la Bowhead"
"Pinino" Orri
Como pescador y marisquero, pasó 12 inviernos, al tiempo que completaba su año laboral con trabajos como buzo profesional en una plataforma de petróleo en Bahía San Sebastián (Tierra del Fuego). Y ya a fines de los setenta, comenzó con el avistaje de ballenas y delfines. La actividad era incipiente y “la tasa de turismo era casi cero”, dice. Durante toda la primavera de 1978, llevó 60 personas a ver ballenas: “Hoy llevás 60 personas en una hora y media, y hacés varias salidas por día al mar”, compara.
Comienzos
En los inicios, los avistajes eran informales y se pensaba que el turismo en la zona solo estaba vinculado al verano y la playa. “¿A quién le puede interesar venir hasta acá a ver un pescado grande?”, recuerda haber oído decir a un empresario hotelero a principios de la década del ochenta durante una reunión turística en la Casa de Gobierno de Chubut. “Desde la promoción se decía que las ballenas llegaban en septiembre u octubre a la zona, pero nosotros sabíamos que estaban en mayo, junio, julio. Los pocos turistas que venían en invierno y primavera no nos creían. Los embarcábamos diciendo: ‘Si no ve ninguna ballena, no le cobramos’. Después, con el paso de los años y ‘a lomo de la ballena’, esos meses fueron turísticamente más convocantes que enero y febrero”, señala.
Luego de alquilar durante algún tiempo una lancha con la que hacía paseos turísticos, compró en 1979 su primera embarcación, así como una Estanciera doble tracción. En aquella temporada, recuerda haber llevado unos 200 pasajeros en su semirrígido a ver ballenas y delfines.
Con el correr del tiempo, el “capitán” Pinino –así lo conocen todos, aunque él aclara que es guía ballenero y patrón motorista profesional, además de perito naval en salvamento y buceo– fue ganando expertise, de la misma forma que la actividad turística ligada al avistaje de ballenas en el Área Natural Protegida Península Valdés fue desarrollándose y siendo reglamentada. Y él formó parte de todo ese proceso: de manera empírica, junto a otros pocos pioneros, aportó las bases para crear la Técnica Patagónica de Avistaje de Ballenas.
Gracias a eso, la actividad en la zona se hace de manera responsable, sin influir negativamente en el comportamiento de los animales. Cinco empresas comenzaron a trabajar en la década del setenta. Actualmente, son seis las operadoras habilitadas en Puerto Pirámides. Ese rincón chubutense pertenece a la Península Valdés, lugar que en 1999 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y que resulta el área de reproducción y cría de una de las poblaciones mundiales más grandes de ballena franca austral (Eubalaena australis).
Colaboración con la ciencia
Más allá del turismo, “Pinino” también hace su aporte a la ciencia. “Hubo un momento de crecimiento en que comprendimos que éramos el nexo, no los protagonistas. Las personas vienen a ver a las ballenas, no al capitán del barco. Entonces, compartimos información de todo lo que observamos, registramos cada acaecimiento y colaboramos con los investigadores. Fuimos descubriendo con los avistajes muchas cosas que después disparaban preguntas para análisis. También hemos sido ideólogos de diversos proyectos científicos, hemos financiado estudios y fabricamos equipos oceanográficos para tomar muestras de distinta índole”, cuenta.
En alguna de sus salidas, “Pinino” y su equipo pudieron, incluso, avistar y documentar a fines de la década del noventa un delfín desconocido, que denominaron “delfín raro”, un híbrido producto de la cruza entre el liso y el oscuro. El hallazgo fue publicado en 2001 en la revista BBC Wildlife por Hugo Castelo, del Laboratorio de Mamíferos Marinos del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia.
Las horas de observación que devienen de salir al mar todos los días, varias veces por jornada, durante más de seis meses al año, también le han permitido participar de distintas campañas oceanográficas y codearse con expertos. Entre ellos, con el biólogo estadounidense Roger Payne, que descubrió que cada ballena franca tiene un único patrón de callosidades que no varía con los años y que permite individualizarlas. En 1970, ese descubrimiento fue el puntapié del Programa Ballena Franca Austral. Desde entonces, se han identificado más de 3000 individuos de esta población de ballenas.
“A Payne lo recontra conozco y fue con la persona con la que más discutí, porque él sostenía que las ballenas no se alimentaban acá. Y nosotros las veíamos comer. Primero ‘me tapó la boca’, me demostró que cuando las ballenas abrían la boca estaban termorregulando. Eso es así, pero también teníamos hiperexperimentado que comían. Y con el tiempo, en 2005, lo pudimos demostrar, de la mano de la reconocida zooplanctóloga Mónica Hoffmeyer”, se enorgullece.
Pregunta
Este hombre que muchas veces se pregunta quién hace el avistaje –”¿Somos nosotros o las ballenas? A diferencia de otras especies, ellas son cooperativas, curiosas, te miran y entienden que no somos peligrosos, formamos parte del entorno”, destaca–, resulta una usina de anécdotas. Su pasión por la espeleología, la investigación de cavernas, lo llevó a vivir durante varios años dentro de una cueva tallada por la mano humana en los acantilados de Puerto Pirámides.
“La cueva estaba abandonada y propuse reciclarla con la intención de utilizarla como sala de espera en el preembarque de los pasajeros. Luego, nos trasladamos a un local en la Primera Bajada y convertí la cueva en hogar: tenía heladera, sillones, una mesa, teléfono y hasta un flipper. Adelante medía 1,60 x 6 metros y, más adentro, tenía 6 x 8 metros, más o menos”, rememora.
Cuando esa cueva se derrumbó, se mudó a otra que estaba más abajo. Era una suerte de refugio de mar y podía albergar hasta cuatro personas. A diferencia de la anterior, tenía baño, pero si subía la marea y había viento sur, había que cerrar la puerta de barco que Pinino le había colocado y esperar adentro a que el agua bajara.
Y hay más historias que lo describen enteramente. Cuando era chico, leyó y recortó en una revista de ciencia un artículo que hablaba sobre el explorador francés Jean-Louis Étienne, legendario por sus expediciones polares y antárticas. “El hombre de hielo”, como lo describían en aquel artículo, pasó por Puerto Pirámides a principios de la década del 80.
"Me gustaría conocer en su ambiente natural a todas las ballenas grandes. Conocí muchas. La que me interesa ver es la Bowhead, la ballena de Groenlandia. Son ballenas barbadas que habitan en el Ártico"
"Pinino" Orri
“El tipo vino en un barco muy moderno, preparado para ir a la Antártida. Lo dejaron fondeado y aparecieron en la playa con un supervelero. Étienne viajaba con un equipo de documentalistas. Si bien no le reconocí la cara, cuando empecé a escucharlo, me di cuenta de que era el ‘Hombre de hielo’. Yo estaba fascinado. Había contratado como guía a Mariano van Gelderen, el “Rey de la ballena”, un pionero de la zona, pero pasaban los días y Mariano no aparecía. Yo le decía a Étienne: ‘Soy el príncipe, pero sin apuro’, porque quería que me contratara. Y terminé trabajando de guía para uno de mis héroes”, se emociona.
Las múltiples conexiones que ha generado a partir de su vínculo con las ballenas y el mar también le dieron la posibilidad de viajar varias veces a la Antártida, como jefe de buzo y jefe de desembarco en distintas campañas de relevamiento de antiguos asentamientos de la actividad ballenera que se desarrolló en el continente blanco. Mientras buceaba en barcos hundidos o desembarcaba en playas recónditas en las que descubría arpones (esos que alguna vez se usaron para cazar ballenas), “Pinino” sentía que se había preparado toda la vida para esas experiencias únicas.
Uno de los sueños de este naturalista es vivir en el fondo del mar. “El océano es mi género de vida. Dispara muchas cosas, como vivir en el mar, vivir del mar y desarrollar elementos técnicos para que eso sea posible”, dice.
De hecho, en estos años, “Pinino” ha desarrollado habitáculos para vivir en el mar. En el primero, que se llamó Aquavida I, hicimos una permanencia de 25 horas en el fondo del mar. Después desarrolló el Aquavida II, que en una primera instancia estuvo 17 días sumergido y luego 70 días: “No pudimos habitarlo por la cantidad de restricciones, pero pasábamos muchas horas por día ahí. En 2015 incluso organizamos un concierto submarino: Javier Calamaro tocó dentro de la burbuja, a 10 metros de profundidad. Y el Aquavida III, que es un habitáculo para cuatro personas, ya está construido pero no hemos podido usarlo por los laberintos burocráticos que genera Prefectura”.
–¿Te queda algún pendiente?
–Me gustaría conocer en su ambiente natural a todas las ballenas grandes. Conocí muchas. La que me interesa ver es la Bowhead, la ballena de Groenlandia. Son ballenas barbadas que habitan en el Ártico, como la franca, pero mucho más grandes. Verlas de cerca es una de mis asignaturas pendientes. Y otro sueño, que creo que no lo voy a poder cumplir por las reglamentaciones argentinas, es pasar varios días en el Aquavida III en el fondo del mar.
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