La importancia de rescatar a los cannabicultores solidarios
El hombre se relaciona con la planta de cannabis desde hace al menos 10.000 años, mucho antes del concepto moderno de "droga". Curanderos y chamanes ayudaban a purgar demonios (la enfermedad antes de la ciencia) o conectar con otras dimensiones espirituales desde el sacrificio o el rito con la planta. El primero que mencionó la marihuana como valor terapéutico fue el emperador chino Shen Nung, en el herbario Pen Ts'ao Ching, un libro publicado hace más de 5000 años, donde la recomendaba para "debilidad femenina", gota, reumatismo, malaria, constipación, beriberi o problemas de concentración, entre otras.
La planta atravesó muchos siglos sin recibir los latigazos del prejuicio. Se usó como materia prima en la confección de telas y sogas y fue un valor clave para los navíos de las potencias europeas en sus colonizaciones más allá de Europa, a donde también se mudaron los otros usos.
La persecución criminal es una cuestión moderna. Nació en EE.UU. en el siglo XX, tras la ley seca, menos por razones sanitarias que económicas, raciales e industriales. Esa línea demonizadora se instaló en la Argentina sobre todo desde los 70 y se mantuvo en parte hasta ayer, cuando los senadores marcaron un quiebre, ya que se espera que los enfermos accedan a la marihuana del brazo protector del Estado.
Pero el hito es relativo, ya que se ignoró el papel fundamental que jugaron en estos años de lucha social los cultivadores solidarios, quienes llevan un seguimiento del efecto de cada genética sobre cada patología, e incluso de cada persona que la usa. A Josefina Vilumbrales -la nena de Gesell con epilepsia- le hace bien el aceite que a Adriana Funaro, presa por cultivar su medicina, no le sirve para su artrosis.
La nueva legislación demorará mucho tiempo en implementarse porque será necesario producir suficientes variedades, quizá cientos. Y mientras tanto el acceso quedará limitado a la importación. Por eso seguirá habiendo cultivadores y, de mantenerse esta línea, habrá más allanamientos y gente presa.
La idea de que un cannabicultor es un potencial narco es antagónica con la realidad. Cada persona que tiene su planta deja de recurrir al mercado negro. El Estado podría armar un registro de cultivadores, como en Uruguay, o regular clubes de cultivo, como en España.
La legalización del cultivo, de hecho, es una amenaza para el narcotráfico. Un informe de la revista Time del año pasado lo dejó claro: los ingresos de algunos carteles mexicanos dedicados a vender cannabis en Estados Unidos mermaron considerablemente desde que se legalizó en varios estados. Sí, hablamos del mismo país donde hace 90 años se la trató de "planta asesina de la juventud".
Autor del libro Marihuana. La historia, de Manuel Belgrano a las copas cannábicas
Fernando Soriano
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