La pregunta es ¿qué nos pasó?
Cómo sociedad, ¿en qué momento comenzamos a no darnos cuenta de que estábamos utilizando una sustancia para sortear cada una de las situaciones que debemos afrontar? Medicalizamos nuestra vida. Y el alcohol... Si estamos tristes, bebemos para superarlo; si estamos contentos, para festejar, o para conciliar el sueño, o con cafeína para no dormirnos, y para desinhibirnos, o para tranquilizarnos si estamos nerviosos, o para conocer a alguien?
Algunos jóvenes que consumen presentan inconvenientes para cumplir con los horarios en la escuela, dificultades para prestar atención en clase, ausencia de motivaciones para estudiar y también pueden estar pidiéndonos ayuda sin decirlo.
Vemos alarmados que todos los fines de semana decenas de jóvenes de entre 15 y 20 años son trasladados a las guardias de los hospitales por consumo abusivo de alcohol, sin capacidad de medir los riesgos. Vemos también que todos los días llegan accidentados de tránsito y que un 30% de ellos tienen resultados positivos para alcohol y/o tranquilizantes.
Asistimos pasivamente a la banalización del consumo entre adolescentes, tolerado y solventado desde sus mismos hogares.
¿Por qué? Inmersos en una sociedad de consumo, establecemos el mismo vínculo con las sustancias. Y en torno de los adolescentes, en etapa de experimentación propia de su desarrollo hacia la vida adulta, la tolerancia o aceptación social sostiene y avala ese consumo desmedido. Consumo dirigido hacia la "pérdida del control" y amparado en la búsqueda de la "diversión".
Nos corresponde a los adultos plantearnos qué hacemos nosotros para cambiar esta realidad. ¿De qué manera cuidamos nuestra salud para ser el ejemplo de nuestros jóvenes?
Necesitamos compartir más tiempo con nuestros chicos. En actividades que incluyan hábitos más saludables y que "los" incluyan. Con límites y consignas precisas, y donde los padres asuman su rol como tales y no el de pares o amigos, para otorgarles la contención que de alguna manera reclaman con sus actitudes y los hace menos vulnerables y más fuertes.
Profesor de Toxicología de la UBA, jefe de Toxicología del hospital Fernández y director de Fundartox
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