Los obreros del verano: la comunidad boliviana de Pinamar celebra sus tradiciones cerca del mar
Si se sabe a quién preguntar, en Ostende se puede comer fricasé de cerdo con chuño y maíz acompañado de un juguito de lino y limón. Pero ahí no llega cualquiera, lo de Vilma es un minúsculo entrepiso de tres mesas y ningún cartel, escondido detrás de una cortina en una feria de ropa multicolor. Ahí los platos salen bien abundantes, todos agregan salsa picante y se come por poco más de cien pesos.
La comunidad boliviana de Pinamar comenzó a formarse hace más de treinta años. Los más antiguos llegaron en los setenta y la mayoría vive en Ostende, donde tienen su propia radio, su asociación y su plaza Bolivia. La fiesta de la Pachamama que celebran en ese espacio cada primero de agosto es la fiesta más convocante del partido: tres días de baile, disfraces espectaculares y gente que llega de todas las localidades cercanas. Se estima que son como mínimo el 10% de la población de Pinamar, que ya tiene 45.000 habitantes. Pero pasan casi desapercibidos para los turistas. Aunque si se presta atención, cada tanto asoma por la orilla una chica con trenzas largas y sombrero bombín, demasiado abrigada para la playa.
Vilma Calizaya tiene 41 años y hace veinte que vive en Pinamar. Como muchos otros compatriotas, dejó Potosí a fines de los noventa y se dirigió a un lugar donde le aseguraron que había trabajo de construcción para su marido. En cuanto llegó empezó a trabajar como personal de limpieza en un hotel, hasta que el año pasado se lastimó la columna y la despidieron. Nunca estuvo en blanco. Hoy sobrevive vendiendo comidas en la Feria Los Pinos y con la esperanza de que sus hijos progresen: "El mayor está cursando arquitectura, la segunda en un año arranca la facultad y el más chico está en la secundaria y me ayuda acá. Lo único que queremos es que nuestros hijos estudien, sean mejores personas y se preparen para el futuro. La mayoría de mis paisanos siempre busca eso", dice.
A pocos metros de ahí, en el mismo complejo, funciona desde hace tres años radio Bolivia, que tiene una programación mayormente musical. "Buscamos transmitir nuestra cultura a través de la radio, que conozcan a nuestro país y a su música. Pero obviamente no nos cerramos y abrimos el espacio para compatriotas paraguayos, uruguayos y peruanos", explica José Luis Becerra, presidente de la Colectividad Boliviana en Pinamar. Hay numerosas comunidades de extranjeros en el partido, pero la boliviana es la única que tiene personalidad jurídica.
Becerra llegó desde Santa Cruz de la Sierra hace más de veinte años, cuando tenía apenas el título secundario completo. "Allá el comentario era que en Pinamar había trabajo. Dije: voy a hacer unos mangos y después sigo estudiando". Pero nunca más se fue. Aprendió el oficio de la construcción de italianos y gallegos y hasta hoy se dedica a ese rubro.
"Cuando llegué esto prácticamente era arena, no había edificios ni ruta, apenas una parada de colectivos. Los primeros bolivianos construyeron todo entrando los materiales a hombro por la arena. Así se fue construyendo este lugar", cuenta.
Según explica Ricardo Calderón, que está a cargo de la Federacion de Asociaciones Folkloricas y Culturales Bolivianas, los primeros registros de una incipiente comunidad en la zona son de la época de la construcción del estadio mundialista de Mar del Plata, que comenzó en 1975. Fueron afincándose en Mar del Plata, en Gesell y en Pinamar y se dedicaron a la agricultura quienes venían de zonas rurales, o a la construcción y el rubro textil los que llegaron de ciudades. "Hay otro fenómeno que es muy común: el boliviano es bastante nómada en cuanto ve una oportunidad económica. Hay épocas en las que si hay muchas construcciones en Gesell va a haber 10 mil bolivianos; si se paga mal se van para otro lado", explica. La comunidad de Pinamar está mayormente conformada por potosinos.
Uno de ellos es Víctor Montoya, que llegó con su hermano hace veinticinco años a Pinamar. "Antiguamente el boliviano venia y automáticamente se metía a trabajar en la construcción, pero eso ya cambió, hoy en día son médicos, abogados, dentistas, enfermeros", cuenta. Él vino a los quince años y se sintió tan discriminado que se volvió a los tres meses. "No podías caminar por la calle después de las ocho que te pedían documentos", dice. Pero eso también ya cambió para bien. Cuando volvió se enamoró del mar y ya no se quiso volver. "Me quedé por eso, me encanta vivir cerca del mar", asegura.
Conforme a la expansión de la comunidad en la zona, se fueron amplificando sus actividades culturales. Sumado al festejo de la Pachamama, los bolivianos participan activamente del festejo de la virgen de virgen de Copacabana, en el que llevan sus trajes tradicionales y bailan en el patio de la iglesia, y comenzaron a celebrar el carnaval típico del norte en el mes de marzo.
Ever Mamani es repositor de supermercado, tiene 24 años y desde los 16 participa de Caporales San José de Pinamar, uno de los cuatro grupos de danza folklórica boliviana del partido que cada agosto inundan las calles de arena con sus coloridos trajes. Participar de la fiesta tiene su cuota de sacrificio: se ensaya, de marzo a agosto, tres veces por semana al aire libre.
"Nos preparamos todo el invierno, y viste el frío que hace acá. Y los trajes son carísimos", dice. Según cuenta, el año pasado rondaron los diez mil pesos y uno muy elaborado puede salir hasta quince mil. En su grupo se los mandan a hacer a un especialista de Buenos Aires. Y se usan como mínimo dos años. El caporal del que forma parte, y del que también participan varios familiares, cumplió 20 años. "Antes, según lo que me cuentan mis tías, solamente se participaba del festejo de la Virgen y de actos en las escuelas. Hoy hacemos seguro 15 presentaciones por año y a veces hasta nos llaman para fiestas privadas. Para nosotros cualquier oportunidad para pasar el rato está bien", comenta.
La comunicadora social Mariana Dufour, argentina, jugó un rol fundamental en el despertar cultural de la colectividad. Mientras trabajaba en el gabinete psicopedagógico de una escuela pública de Pinamar, en 1999, tomó consciencia de la rica cultura étnica que había en las aulas. "Había chicos que llegaban hablando quechua, aymará, guaraní y casi no manejaban el castellano. Misioneros, tucumanos, bolivianos, chilenos". Entonces comenzó a coordinar un proyecto pedagógico llamado "Rabo de Nube: un puente entre culturas", que se propuso rescatar sus tradiciones e integrar la cosmovisión de los pueblos originarios a la currícula de la escuelas públicas de la zona.
Duró diez años, en los que cree se lograron grandes avances en la integración. "Empieza a cambiar la mirada de ellos mismos y de los niños criollos hacia el boliviano, el charrúa, el tucumano. Eso que ellos empiezan a evidenciar lo llevan a la casa y empieza a haber un cambio ahí: la lengua que estaba prohibida se las empiezan a enseñar. Y se ven más mujeres con aguayos (tejido multicolor típico del altiplano)", explica Dufour. La primera fiesta de la Pachamama de Pinamar se celebró en 2004 dentro de la Escuela número 1. Unos años después se trasladó a la plaza Bolivia, que ya quedó chica para su festejo. La colectividad está buscando un predio más amplio para llevarla a cabo.
Entre el 2009 y el 2012, Dufour colaboró en la realización de una serie de muestras que expusieron objetos de arte y artesanías de la región andina. "La colectividad aportó tapices, joyas, objetos de cerámica, trajes, hermosos manteles. El arte para la cultura andina no se expone y disfruta desde lo estático, si no que se vivencia en lo cotidiano. Las ollas expuestas eran las que habían usado la noche anterior y las muñecas con trajes de lana eran los objetos con los que estaban jugando los hijos hasta hace poco. La gente veía la muestra y preguntaba asombrada: ¿De dónde salió todo esto? ¡De las casas de Pinamar!", cuenta la comunicadora social.
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