Martín Zorreguieta y un bistró con luminosos destellos de sangre azul
VILLA LA ANGOSTURA.- Debe de ser el único pariente de una familia real al que lo conocen como El Zorro. Delgado, con una minibarba en el mentón, Martín Zorreguieta tiene más el aspecto de un joven entrepreneur que el de cuñado del príncipe de Holanda.
Orillando esa doble condición de empresario con vinculada sangre azul, el hermano de la princesa Máxima goza de su éxito con Tinto Bistró, su más preciado emprendimiento: un restaurante exquisito, en el corazón de esta villa.
"Soy como el Ova", bromea, sentado en una de las mesas del local, al compararse con el hermano de Gabriela Sabatini.
Martín, de 30 años, era barman del Club Social de San Isidro, y Juliana, de 33, hoy su esposa, moza. Tras ahorrar planificaron un viaje juntos durante seis meses a Australia, donde se capacitaron y, desde allí, rumbearon para la villa, un lugar que los padres de Máxima enseñaron a amar a todos sus hijos.
Fantasía cumplida
"Siempre tuve la fantasía de venir a vivir acá, desde chico, y ahora se concretó", comenta. De hecho, la familia tenía una casa en el cerro Catedral, que se quemó en el gran incendio de mediados de los 90.
Antes de partir a Australia, se enteraron de la boda real, ocurrida el 2 de febrero del año último.
A los cuatro meses del casamiento, ya habían dado forma a su sueño: abrieron, el 9 de julio, el Tinto Bistró, junto con su socio y también cuñado, el chef Leandro Andrés. La idea era armar un bistró: pocas mesas, menú breve, plato del día, una gran barra y una amplia carta de vinos.
El plato predilecto son las tapas, pero su menú es ecléctico, característico de la cocina fusión, donde se combinan ingredientes que entrelazan lo mejor del bosque patagónico con las especias orientales. Por ejemplo, los clásicos ahumados de trucha o salmón con una salsa tailandesa con aceite de soja y sésamo.
Martín deja el papel de chef a su socio. Se concentra en el local, con las mesas iluminadas con candiles, antiguos cubiertos, anuncios laqueados, una vieja balanza, todo muy onda 50. No hay ni un rastro de Máxima en el nombre del lugar ni en la decoración.
Sin embargo, la fórmula del éxito resulta: calidad y servicio combinados con el exotismo de cenar en "el restaurante de Máxima", como lo llaman algunos erróneamente.
No obstante, Martín aclara: "Quien viene cinco veces y siempre está todo lleno es porque comió bien y lo atendieron bien y no porque es del hermano de Máxima", aunque reconoce que llegan al lugar, tal vez atraídos por esa curiosidad.
Para ser uno de los 35 comensales de cada día hay que reservar con 48 horas de antelación y hasta se dan el lujo de no abrir los domingos. La princesa cenó allí hace pocas semanas, durante una reunión familiar para la cual se cerró el local, rodeado de custodios.
Desde febrero del año último, la vida de Martín cambió: "Me paran para sacarme fotos. Dejé de ser un hombre privado sin haberlo buscado, y no estábamos acostumbrados".
Mesas de holandeses
La simbiosis entre sus dos condiciones tiene ventajas para la villa: "Muchas noches tenemos mesas de holandeses (llegaron atraídos por el rumor del Tinto Bistró, que cruzó el Atlántico) y nos dicen: "No conocíamos esta maravilla, que estaba acá".
"Estoy superorgulloso de Máxima, no porque se haya casado con el príncipe, sino porque tiene algo especial para estar ahí", afirma.
A Martín le dicen El Zorro, como apócope de su apellido que, en realidad, significa "punta". La que supo sacar a su pasión por la gastronomía y a su parentesco con la realeza.
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