A Juan Osorio se lo conoce como el primer fantasma de la Capital; sentenciado injustamente en 1535, se dice que su espíritu reparte penurias aquí y allá desde entonces
Las leyendas sobre fantasmas son moneda corriente en la ciudad, relatos que se tejen desde tiempos remotos ya sea en edificios históricos, en teatros y cines, en parques y plazas, o también en los cementerios. Algunos tienen origen en hechos reales y otros son puro mito nacido del imaginario popular. Entre ellos, existe la versión sobre el espectro de un muchacho inocente que se considera el primero de Buenos Aires, ligado a los comienzos de la historia porteña.
Cuenta Diego M. Zigiotto, periodista y escritor, en su libro Buenos Aires misteriosa (2014, Ediciones B) que Juan Osorio, capitán de infantería que formaba parte de la expedición conquistadora de Pedro de Mendoza, puede ser considerado como el primer fantasma de la ciudad. Es este joven, que se embarcó en la aventura de la conquista de nuevas tierras, quien a causa de recelos, disputas y envidias terminó sus días lejos de sus tierras y de la peor manera.
Oriundo de Cádiz, la ciudad portuaria de la región de Andalucía en España, con tan solo 23 años partió del puerto de Sanlúcar de Barrameda como parte de la expedición de más de 200.000 hombres que, según narra Zigiotto, tenía el objetivo de abrir por tierra un paso al Océano Pacífico y a la vez reconocer los descubrimientos que había hecho Juan Díaz de Solís en el Río de la Plata unos años antes. Con Mendoza –designado como el primer adelantado del Río de la Plata y capitán general de las tierras que conquistara– al frente de la flota, zarpó a poblar sitios remotos.
Según refiere el autor de Buenos Aires misteriosa, a Mendoza lo afectaba una situación en particular: “Lamentablemente estaba enfermo de sífilis. Los graves dolores que sentía le impedían desarrollar sus tareas habituales, y decidió entonces delegar algunas de ellas en sus hombres de confianza. A pesar de su corta edad, Osorio pasó así a tener el mando de la infantería de la expedición”, detalla Zigiotto. Enseguida se dio cuenta de que este nuevo cargo generaba recelos en otros dos jóvenes expedicionarios; uno de ellos era Juan de Ayolas, “en ese momento alguacil mayor de la Armada, pero anteriormente se había desempeñado como mayordomo de los Mendoza en su casa de Guadix”, y el otro era “el capitán Galaz de Medrano, encargado de la guardia”, explica.
La flota atravesó el Atlántico, pero luego de dejar atrás el cabo de San Agustín –actualmente territorio brasileño– fue sorprendida por una tormenta violenta por la que perdió uno de sus barcos junto con su tripulación. El resto se dividió en siete embarcaciones y una parte siguió hacia el sur al mando de Diego de Mendoza, hermano del adelantado, mientras que las cuatro naves restantes con Don Pedro a bordo entraron en la bahía de Guanabara –en el actual estado de Río de Janeiro– para resguardarse de las inclemencias del tiempo.
Conspiración y muerte
Ayolas fue quien, según relata el escritor, “fiel a su antiguo oficio de correveidile con el comandante”, acusó a Osorio de planear un levantamiento entre los tripulantes frente a Mendoza, que enfermo no discernía sobre la veracidad o no de los informes. Finalmente, tal como describe Zigiotto, “con la cabeza llena de falacias, Mendoza dictó sentencia contra Osorio el 29 de noviembre de 1535 y dispuso la forma de llevarla a cabo”.
La orden indicaba que “doquiera y en cualquier parte que sea tomado el dicho Juan de Osorio, mi maestro de campo, sea muerto a puñaladas o estocadas, (…) las cuales le sean dadas hasta que el alma le salga de las carnes”. De esta manera, los recelos y suspicacias, los enredos y mentiras de estos jóvenes, determinaron el destino final del capitán de infantería. “El pobre Osorio fue asesinado por Ayolas, Medrano y el capitán Lázaro Salbado, y su cuerpo abandonado en la playa de Río de Janeiro con un cartel que decía: ‘A éste mandó matar Don Pedro de Mendoza por traidor y amotinador’”, cuentan las páginas del libro de Zigiotto.
Tiempo después, cuando las carabelas de los dos hermanos se encontraron en el Río de la Plata, al enterarse Diego de Mendoza de lo ocurrido exclamó consternado: “Dios quiera que la ruina de todos no sea un justo pago por la muerte de Osorio”. “¡Y cuánta razón tenía!”, advierte el escritor, porque los hechos que sucedieron luego dieron origen a la leyenda del primer fantasma de Buenos Aires, quien acompañó a la expedición desparramando infortunios y pesares.
¿Una maldición eterna?
El 3 de febrero de 1536, Mendoza dispuso las bases del asentamiento de Santa María del Buen Ayre, en la zona que la mayoría de los historiadores sitúan en el actual Parque Lezama. Si bien en un primer momento los conquistadores tuvieron un trato amigable con los pobladores del lugar, con el correr de los días los indígenas desistieron de su actitud conciliadora. Entonces, el adelantado reaccionó violentamente y se produjo un primer enfrentamiento que tuvo como saldo el fallecimiento de su hermano Diego cuando una flecha atravesó su garganta y de dos de sus sobrinos, además de una parte considerable de la expedición.
“El rostro de Don Pedro se transformó con una amarga mueca cuando escuchó la noticias, mientras sentía el grito de ‘¡Osooorio! ¡Osooorio!’, que le retumbaba dentro de su cabeza”, dice Zigiotto. En julio de ese año, Mendoza envió una partida de 300 hombres para enfrentarse con los querandíes, los indígenas que habitaban la zona comprendida entre el río Salado en la provincia de Buenos Aires y el río Carcarañá en la provincia de Santa Fe. Sin embargo, su capitán, Diego de Luján, fue otro de los miembros de la expedición que encontró la muerte, esta vez en la batalla a orillas del río que hoy lleva su nombre.
Con el tiempo, la población del primer asentamiento mermó a raíz de los ataques indígenas, de animales salvajes, de las peleas internas y de la escasez de alimento. “El hambre hizo estragos entre los conquistadores. Todo les servía de alimento: culebras, sapos, roedores y hasta las propias botas que llevaban puestas. Incluso, dos soldados se comieron la carne de los cuerpos de dos ajusticiados, que habían sido condenados por matar a un caballo. El hecho está magistralmente narrado por Manuel Mujica Lainez en su cuento “El hambre”, que forma parte de su libro Misteriosa Buenos Aires.
Se cumplía así la profecía de Diego de Mendoza: “El fantasma de Osorio se había ensañado con los primeros pobladores de la ciudad”, cuenta Zigiotto. En ese momento, Pedro de Mendoza decidió autorizar a Ayolas a iniciar la búsqueda de tierras más tranquilas y con una mayor disponibilidad de alimentos. “Ayolas recordó las palabras de los veteranos de la expedición del navegante veneciano Sebastián Caboto de hacía unos años: ellos hablaban de la presencia de otros indios más pacíficos, los timbúes, que habitaban en las orillas del río llamado Carcarañá”, detalla el autor. Al poco tiempo, el alguacil mayor moría en un pantano en la zona del Chaco, atacado por los guaraníes. “El fantasma de Osorio y sus gritos lo acompañaron hasta sus últimos días, resonando en sus oídos”, continúa el relato Zigiotto.
La paz nunca llegaría para algunos de los miembros de la expedición. El poblado frente al Río de la Plata fue atacado por los indígenas, y tal fue el desastre que hicieron que la poca gente que quedaba huyó a refugiarse en los barcos frente a la costa. Finalmente, en abril de 1537, Mendoza emprendió el regreso a España, ya muy enfermo. “No lo logró: falleció en altamar y su cuerpo debió ser arrojado por la borda de la nave. (...) fue Domingo Martínez de Irala quien, luego de cuatro años de penurias, decidió mandar prender fuego a lo que quedaba de Santa María del Buen Ayre y trasladar a sus pobladores a Asunción del Paraguay”, sostiene Zigiotto.
La maldición de Osorio sobre los expedicionarios que le habían dado muerte se había cumplido. Y se cree que, aunque sin tanta virulencia, sus andanzas aún no han terminado: el fantasma habita Buenos Aires y hace de las suyas para llenar de contratiempos a sus pobladores.
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