Psicofármacos: las causas detrás de la sobremedicación
Presiones de la vida y del mercado se dan la mano en este fenómeno actual, que lleva a un uso excesivo e inadecuado de estas drogas
Para saber si una persona es hipertensa se le mide la presión arterial, pero no hay un instrumento capaz de "medir" síntomas a nivel psíquico, y los intentos por definir a estos "objetivamente" –es decir, más allá de cualquier apreciación subjetiva– no han tenido éxito y es posible (y hasta deseable) que nunca lo tengan.
De modo que es difícil contrastar empíricamente la "sospecha" de que existe sobremedicación en esta área de la salud, sin echar mano de criterios éticos y hasta ideológicos: los fenómenos sociales son complejos, y el creciente aumento en las ventas de ansiolíticos, sedantes, antidepresivos y somníferos puede atribuirse tanto a la agresividad del marketing farmacéutico (que crea en la población la necesidad y hasta el deseo de consumirlos, como cualquier otro producto que tenga publicidad directa o indirecta) como a una situación social de crisis que acrecienta la incidencia de cuadros psiquiátricos.
Aunque la proliferación de la venta de este tipo de fármacos por Internet sin receta parece abonar la hipótesis del consumismo, tal vez no falten argumentos en defensa de una y de otra teoría. Pero, ¿cómo influye esta cultura de la medicalización en los consultorios, y qué herramientas tienen los especialistas para plantarse frente a ella?
"El criterio que aplico para medicar un paciente depende de los síntomas que presenta y de su gravedad; es decir, si padece alucinaciones, delirios, depresión mayor, cuadro de manía, impulsividad importante u otros, necesita medicación", cuenta por su parte la doctora Liliana Novaro, médica psicoanalista y psiquiatra, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA).
"También tomo en cuenta si los síntomas, aunque no sean tan ya tan graves, impiden que el paciente pueda desarrollar su vida cotidiana o no pueda trabajar en su psicoterapia por la interferencia de esos síntomas –agrega–. Aclaro que no medico pacientes que no realicen al mismo tiempo psicoterapia profunda".
Además considera importante saber si el paciente quiere o no recibir medicación, y dialogar con él sobre sus sentimientos y creencias hacia el tratamiento farmacológico de su padecimiento.
Las soluciones y los consuelos
Al psicoanalista César Hazaki, especialista en jóvenes y adolescentes y miembro del comité editorial de la revista de psicoanálisis Topía, le parece paradigmático el uso de drogas como el sildenafil –la "pastillita azul" que se prescribe para la disfunción eréctil– en jóvenes que no la necesitan en absoluto y que, obviamente, la adquieren sin receta, a modo de "garante" del rendimiento sexual: "Esta caracterización de que los medicamentos ya no son algo que se utiliza exclusivamente para resolver un problema médico, sino que se transforman en una mercancía que circula y se puede vender libremente, transforma a la salud en lo que han intentado hacer de ella los grandes grupos monopólicos".
¿No se asocia esto a que el paciente gana cada vez más terreno en el consultorio y en el cuidado de su salud, en contraposición con el modelo más tradicional donde el médico era el depositario de todo el saber?
Para Hazaki, el paradigma general de la salud como mercado es justamente "ir pasando de la medicación sugerida por los médicos a la automedicación, a sentirse libre de consumir lo que quiera, pero como consumidor: instalada esta idea de que no hay que tener dolores y que si uno los tiene debe resolverlos de inmediato, la pastilla es una droga más de esas en las que los seres humanos buscamos algún tipo de consuelo, como el alcohol o un derivado del opio, sólo que existe la convicción de que con eso estamos resolviendo algún problema de nuestra salud".
Pero en algún momento, un psicoterapeuta puede considerar necesario derivar a un paciente al psiquiatra para medicarlo aunque no tenga una patología grave, sino solamente para paliar su malestar cotidiano producto del vivir: ¿cuál es ese límite? "Hay que empezar por el principio –aclara–: la medicación no es enemiga de la terapia, es una parte de ella, siempre y cuando esté inscripta en un proyecto terapéutico, donde se entienda la cuestión multidisciplinaria y donde se entienda que somos una unidad mucho más amplia que lo que determina nuestra biología".
"Desde este lugar –señala como ejemplo–, ante una situación en que la angustia es tan desbordante que ‘toma’ totalmente a la persona hasta el punto en que no es posible lograr la capacidad de reflexión que requiere la terapia, es necesario reducir ese montante de angustia para poder promover en esa persona el pensamiento sobre lo que le está pasando".
Multitud de criterios
Novaro sostiene que el criterio para definir el punto en que es necesario medicar difiere entre los psiquiatras: "El mío puede diferir del de otros colegas psiquiatras que sólo indiquen medicación u otras modalidades de psicoterapia como la cognitivo-conductual". En ocasiones indica esta última, dice, "como complemento de la psicoterapia profunda".
En el tratamiento hay, entonces, una responsabilidad compartida, y en la medicalización también. En base a esa idea, Novaro relata una situación típica: "Muchas personas evitan reflexionar sobre lo que les pasa, comprenderlo y entonces hacer modificaciones en sus vidas. Por ejemplo, se someten a situaciones de estrés, no pueden dormir y prefieren resolverlo con una medicación hipnótica antes que modificar las condiciones de vida. Y, en paralelo, el profesional evita hablar de cosas que son penosas".
Una crítica frecuente es que los propios criterios de diagnóstico, en los que casi cualquier conducta humana es susceptible de ser clasificada como "patología", jugarían un papel importante en el fenómeno social de la medicalización.
¿Cuál es la función del DSM, el manual de diagnóstico elaborado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría? "El DSM es un manual de clasificación, ordenador de diagnósticos en un campo donde las diferentes corrientes de la psiquiatría utilizaban denominaciones y criterios muy diversos –sostiene la psiquiatra y psicoanalista–; habría que considerarlo como un manual que tiene esa utilidad. También hay que tomar en cuenta que algunos aspectos de dicha clasificación son discutibles, y por lo tanto aceptados por algunos profesionales y rechazados por otros".
El problema parece darse cuando los criterios diagnósticos hacen juego con ciertos prejuicios y "mandatos": "Si una persona tiene una pérdida afectiva o atraviesa un cambio de etapa vital, necesariamente esto implica un duelo por aquello que perdió, pero en la sociedad actual hay cierta tendencia a evitar los duelos, porque implican un cierto saludable sufrimiento, y podrían catalogarse como enfermedad, como depresión, por ejemplo".
El desarrollo y uso de psicofármacos ha permitido tratar de manera efectiva a muchas personas que de otra manera no podrían llevar una vida satisfactoria, pero hoy se coincide en que su uso es excesivo, en que la etiqueta de la enfermedad se está extendiendo sobre lo "sano" para ganar mercados: "De amplio espectro de causas de este fenómeno destaco el deseo que se observa en la sociedad, y también en los profesionales, de resolver los problemas de un modo rápido, con poco esfuerzo, casi mágico", describe Novaro.
Y contra ese pensamiento mágico, muy parecido al que alienta el sueño consumista, debe debatirse el (sano) criterio de cada uno para discernir entre lo saludable y lo que no lo es.
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