Quilmes, el día después de la crecida: “El olor es impresionante, parece que estás adentro de una zanja; ahora queda limpiar”
Durante dos noches seguidas el Servicio de Hidrografía Naval alertó por el avance del agua, que a la madrugada ya había empezado a bajar
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“Ayer terminamos de limpiar todo y después volvió a subir. Ahora queda lo peor, la mugre”, dijo Yamila, que no quiso revelar su apellido. Está sentada en la reja de la puerta de su casa en el barrio La Ribera, en Quilmes, a unas dos cuadras del Río de la Plata. Todavía queda agua en la entrada. También en la esquina de esa calle de tierra.
“Acá se inunda siempre. Es donde primero se inunda. El agua llega antes que el río porque primero se llenan los desagües”, relata. Y sigue mientras mira a tres de sus cuatros hijos que se asoman detrás de una chapa: “Yo lo sigo siempre por un grupo de Facebook donde van publicando las alertas. Ayer, levantamos la heladera y el lavarropas, otras veces nos fuimos. Tampoco te podés ir al centro de evacuados porque después volvés y no te queda nada”, agrega.
El Servicio de Hidrografía Naval emitió anteayer a la noche la primera alerta por la crecida del río. Ayer, el barrio cercano a La Ribera se inundó y pese a que no hubo evacuados, varias calles permanecieron anegadas por el avance del agua. Ayer, todavía regía el alerta para la noche y madrugada de hoy para las zonas costeras norte y sur del conurbano bonaerense y también para la ciudad de Buenos Aires.
En Quilmes se esperaba el pico para las 23 de ayer. Aunque en un principio el río iba a superar los tres metros de altura, de acuerdo con la última alerta del organismo dependiente del Ministerio de Defensa, en el puerto de La Plata el río iba a llegar los 2,60 metros a las 21; en la ciudad de Buenos Aires; a los 2,70 metros a las 23, y en San Fernando, a los 2,8 metros a la medianoche.
“Ya estamos acostumbrados”, dice Hilda Bogado, de casi 70 años. Hace 62 años que vive en una casa amarilla sobre la calle 25 bis que está asfaltada hasta la mitad. “Me cansé de tirar cosas hasta que pude hacer arriba. Hemos perdido de todo: heladera, ropa, muebles. Ahora tengo todo arriba y me quedo ahí”.
“A veces me da lástima la gente que viene a vivir acá y hace la casa baja. Yo ya ni me quejo, estoy superada”, relataba, mientras se asomaba esquivando a sus dos perros negros. “Mi hijo me dio dos perros Rottweiler para que no entren a robar”, agrega.
Recuerda que la última vez el agua le llegaba hasta la cintura. “Sube el agua y suben las cloacas porque están conectadas al desagüe, eso es un asco. Los chicos andan dando vueltas y es infeccioso. No se pueden quedar, yo los mando a la casa de la tía. A veces si sube mucho, por tres o cuatro días no podes salir”, cuenta.
En solo diez días, la crecida del Río de La Plata volvió a afectar a varios municipios: Avellaneda, Ensenada, San Fernando y Tigre, además de Quilmes. La anterior crecida fue el 4 de febrero cuando el río superó los tres metros de altura.
A pocas cuadras de allí, están las compuertas de los desagües pluviales de la cuenca Iriarte. Mientras que una permanecía abierta, la otra estaba tapada por tierra.
“Cambiaron tanto el Gobierno que cada uno viene y hace una obra nueva. Los desastres son de los supuestos arquitectos de turno. Las cañerías nuevas hacen que el agua baje más rápido, cambiaron los caños, pero lo que es necesario es una compuerta”, describe Hilda.
Antonio Bastianini, de 73 años, vive a unas pocas cuadras, en una calle sin asfaltar, que renombraron hace poco como la 96. “Los desagües se tapan. Pero el tema es la compuerta”, coincide. Y apunta: “La compuerta está continuamente abierta, tendría que haber una persona que se ocupe de eso, se tiene que abrir y cerrar manualmente. Una persona tiene que abrir y se lo deberían dar a alguien de acá que haga el mantenimiento. Decían que había que poner a alguien, pero sigue sin nadie”.
“La compuerta vieja la dejaron abandonada, el agua también viene por ahí”, suma.
Al respecto, desde la Municipalidad de Quilmes, a cargo de la intendenta Mayra Mendoza, dijeron a LA NACION: “Cuando sube el río, las compuertas se bajan. Eso hicimos en esta crecida. Cuando baja, las abrimos para sacar el agua de la ribera interior”.
“Esta es la calle más baja que hay. Mirá los desagües: no llegan a desagotar. Nunca va a dar abasto, son cosas naturales”, dice Carlos González, que tiene una papelera en la zona.
Hace pocos meses que la instaló en un galpón, que está a mitad de cuadra sobre la calle Olavarría. “La primera inundación temblaba. Alquilé este galpón porque era el más barato que había en Quilmes. No sabíamos del agua y al principio te asusta. Llega a entrar acá y perdemos todo, es imposible mover todos los tubos. Lo controlamos constantemente, por suerte nunca llegó y el agua llega hasta acá en la entrada”.
A unos pocos metros está la casa de Ezequiel Bona a quien contrataron para hacer algunos arreglos. “Mi casa es la más baja de la cuadra, cuando pasa los tres metros, ya sabemos que va a entrar. Ayer a última hora terminamos de limpiar todo y a la noche volvió a subir. El olor es impresionante, parece que estás adentro de una zanja, ahora queda limpiar”, cuenta.
“Hay que seguir, no queda otra, nadie te va a dar nada. ¿Sabés cuántas veces fui a la municipalidad a pedir un camión? Si me dieran tierra se puede levantar mi casa, no pido más que eso”, dice.
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