Romper con los arquetipos oxigena
Pocos acontecimientos en la vida nos marcan tanto como el nacimiento de un hijo. Aquel encuentro inicial madre-hijo será el cimiento de un vínculo intenso y único. Asombro, desconcierto, conmoción, ajenidad, ternura e intimidad inauguran tiempos de descubrimiento mutuo, de cercanía y de disponibilidad maternal para amarlo, contenerlo, apaciguarlo y transmitirle confianza. Pero ese momento se ve rápidamente jaqueado por presiones múltiples que tironean con fuerza.
Ser madre hoy, en tiempos de convulsión y pérdida de valores, potencia la responsabilidad con las nuevas generaciones. Necesitamos ser referentes, amparo y sostén atento de nuestros hijos. Necesitamos ser productivas laboralmente y estar a la altura de las expectativas sociales, conyugales, domésticas y personales.
El siglo XX concedió a la infancia un lugar de privilegio y los lazos parento-filiales tuvieron desde entonces un protagonismo hegemónico. La abnegación, el sacrificio a ultranza y el tormento de la culpa dejaron -felizmente- de ser las únicas consignas que definen la maternidad. Hoy, la distribución de tiempos y energía tiende a repartirse preservando cierta autonomía de vuelo para madres con otros intereses que no se reducen sólo a la crianza.
Salir de la rutina cotidiana, romper con los estereotipos y hábitos de crianza no atenta contra la prudencia ni desconoce la responsabilidad de la función materna. En general, oxigena.
Necesitamos ser más permeables a las transformaciones que agrietaron los modelos clásicos de maternidad. Resulta paradojal que aún hoy el orgullo de la experiencia maternal sigue intacto, pero no excluye la genuina necesidad de las mujeres de ser algo más que madres. Este desafío mayúsculo que es el vínculo materno-filial no es sinónimo de dedicación a tiempo completo. Los hijos necesitan convivir con madres y padres que estén bien, contentos, disponibles, vitales, y, cuando eso ocurre, el beneficio es para todos.
La autora es psicoanalista especializada en crianza y adolescencia