Un imponente palacio con corazón de oficinas
Con su contundente portación de imagen , pocos lugares de la ciudad pueden alardear de ser tan mirados. No sólo el vistazo fugaz. Es capaz de convocar interesados en una observación más detenida.
En el límite entre los barrios de Recoleta y Balvanera, ocupa la manzana que forman la avenida Córdoba y las calles Riobamba, Ayacucho y Viamonte. El Palacio de Aguas Argentinas, inaugurado en 1894 con el nombre de Palacio de Aguas Corrientes, fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1997.
Desde 1993, pasó a ser sede administratriva de la empresa privatizadora Aguas Argentinas, después de haber pertenecido a Obras Sanitarias de la Nación (OSN).
Quien desconozca este dato puede creer que los ambientes interiores se corresponden con la magnificencia de la fachada, que hay en ellos una boiserie de alto nivel, espléndidos salones alfombrados, refinados muebles europeos, piezas de decoración y ricos tapices y pinturas.
Sin embargo, al trasponerse el artesanal portón de madera que da a Córdoba, lo único que se ofrece a la vista son oficinas, personas que esperan su turno para hacer trámites, situadas frente a cajas, dispuestas a regularizar boletas atrasadas. Ni el menor indicio de que se está en un palacio. Los techos a gran altura no alcanzan para otorgar ese rango.
Es que nunca tuvo ese objetivo, sino uno menos, vinculado a lo suntuoso: sencillamente, proveer de agua potable a la ciudad.
Claro que se pensó en grande, por inspiración de una urbe que a fines del siglo XIX se insinuaba ya como futura gran capital de América latina, y así lo expresaban los primeros palacetes de la Recoleta, muy influidos por la Escuela de Bellas Artes de París.
La "onda" también se extendió a muchos edificios públicos. El de la ex OSN adquirió un relieve único en el continente.
Las obras se iniciaron en 1887, dirigidas por el ingeniero sueco Carlos Nystromer, mientras el espléndido exterior quedó a cargo de su colega noruego Olaf Boye, que utilizó como revestimiento más de 300.000 piezas de cerámica esmaltada, traídas de Gran Bretaña.
Al fabricárselas, se las identificó con un número y una letra, lo que permitió un fácil ensamble, a la manera de un gigantesco mecano de alta precisión.
Después, se agregaron otros ornamentos, como cariátides de hierro o los escudos de las provincias (con la sigla OSN), más los de la Nación y de la Capital.
Museo en el museo
Paredes de ladrillos, enormes tanques, caños, tuberías, piletones, columnas y escalerillas de hierro enmohecido, paneles con múltiples llaves o palancas de indescifrable objetivo, cañerías, relojes, medidores.
Todo esto constituye la planta alta del edificio. En el recinto impera una luz de penumbra, sólo atenuada por el rayo de sol que se filtra por algún resquicio. Cuesta pensar que afuera corre la avenida Córdoba o que a cinco minutos está la City. Parece una densa escenografía del cine impresionista alemán. "Metrópolis", de Fritz Lang, por ejemplo.
Aunque se trata de la estructura real del palacio, su corazón y sus pulmones son el motivo por el cual fue construido -en el que entonces era el sitio más elevado de la Capital- a lo largo de dos años, por unos 400 obreros. Elementos clave eran sus 12 tanques, que contenían 72 millones de litros de agua potable, suministrada por más de medio siglo a Buenos Aires.
La tecnología moderna tornó obsoleto el sistema de bombeo, que además había dejado de ser funcional al perder la zona su altura original.
A la afortunada imposibilidad de desmontar toda esa parafernalia -se vendría todo abajo, como un castillo de naipes- se debe que la megaestructura se haya convertido en una suerte de museo in situ . Si el frente del palacio es atractivo, este sector "detrás de bambalinas" ejerce una fuerte fascinación, más aún entre estudiosos, técnicos y especialistas.
Hay un reservorio, el Museo del Patrimonio, inaugurado en 1995 -mediante un convenio con el Conicet- y ampliado en 2001. Su antecedente fue el Museo Técnico de Artefactos Sanitarios, creado por OSN en 1958.
Con entrada por Riobamba 750, sus archivos contienen los planos de toda vivienda -conventillo, casa chorizo, mansión o lo que fuere-, presentados entre 1894 y 1992, porque una copia debía quedar en oficinas encargadas de autorizar el servicio, previa aprobación de las instalaciones. Esto ha permitido "rastrear" no pocas historias familiares.
En un ambiente vedado al público por refacciones, hay una colección insólita de inodoros (unos 50), algunos con sellos parecidos a escudos de armas. Llama la atención particularmente un bidet de 1910. La familia porteña que lo donó no tuvo reparos en que se colocara su apellido al pie.
El museo -actualmente dirigido por el arquitecto Jorge Tartarini- está abierto de lunes a viernes, de 9 a 12, con entrada libre y gratuita.
Tartarini, excelente cicerone de LA NACION durante la recorrida por el palacio, apunta un inesperado dato: "Ciudadanos de países del Primer Mundo, al ver los antiguos sanitarios del museo, se muestran sorprendidos por lo higiénicos que somos los argentinos".
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