Un botón para apagar Twitter y Facebook
Nota de la Redacción: el proyecto de ley que menciono en la segunda parte de mi columna de hoy, me aclaró vía Twitter Sebastián Lorenzo, secretario de industrias culturales del gobierno de Entre Ríos, en realidad fue una resolución, no un proyecto de ley. Luego del cierre de esta edición, además, supe que esa resolución, aprobada por la Cámara baja, fue desestimada por el ejecutivo de la provincia.
Fue una semana de esas. Primero, y como decenas de miles de conciudadanos, me quedé sin luz. En realidad, fue algo más que un corte. Fue una verdadera experiencia psicodélica.
En serio, y paso a explicar. Como todo argentino, podría escribir un tratado sobre los problemas del suministro eléctrico. Los vengo sufriendo desde hace, literalmente, medio siglo. Era pequeño cuando me enseñaron que si la luz se cortaba de golpe, estaba todo bien y seguramente volvería pronto. Si, en cambio, las lamparitas pasaban un rato atenuadas, de color naranja, antes de apagarse, quería decir que el corte iba a extenderse durante mucho tiempo. No sé (y no recuerdo) si esto era así, pero uno adquiere enseguida una cultura del apagón. Sin embargo, no estaba preparado para lo que vería el lunes por la noche.
Consciente de que habían empezado los cortes, volvía del diario cruzando los dedos y tratando de vislumbrar, desde la autopista, si mi barrio tenía luz. Estaba a oscuras, según pude divisar. Dada la marca térmica, empecé a experimentar alucinaciones en las que se mezclaban imágenes del Bosco con las de los víveres que había colocado, previsor, en el freezer, un día antes.
Salí de la autopista y, tras manejar varias cuadras –cuya negrura no presagiaba nada bueno–, llegué a mi hogar. Todo apagado. Todo offline. Me las arreglé para entrar el auto sin llevarme nada por delante y, luego, prendí velas, me puse una linterna en el bolsillo y soporté el escenario lo mejor que pude. Una hora después volvió la electricidad. ¡Buenísimo!
No. No tan rápido.
Voltergeist
Una de las muchas cosas que me ha enseñado una vida de cortes es que hay que esperar un rato antes de volver a enchufar los equipos. Que la luz vuelva no significa que se quede. Ah, sí, me olvidaba: lo otro que aprendí es que durante un corte conviene desenchufar todo. No sin razón.
Dejé pasar ese rato prudencial. La situación parecía normal. Conecté todo otra vez y, sintiéndome optimista, aunque algo resbaloso, me dispuse a apagar las velas. Entonces noté algo muy raro. La luz fluctuaba.
Primero, un poquito. Luego empezó a variar tanto que, por momentos, las luces se encendían y apagaban por completo. "Esto es nuevo", me dije, mientras observaba el ataque de hipo que le había dado al UPS del living. Más o menos cada dos segundos el pobre aparato alternaba entre su batería interna y la inconstante red eléctrica. Miraba la pantallita del UPS y me costaba creerlo: la tensión bajaba de golpe a unos 130 Voltios, el UPS conectaba entonces su batería interna, casi de inmediato la tensión subía, el UPS volvía a la red, dos segundos después la tensión se desplomaba, y así, sin parar. El clac-clac-clac del UPS se combinaba con las luces parpadeantes en una escena que era a la vez hipnótica, grotesca y peligrosa.
Di por sentado que el show bolichero –como lo calificó @RS65KB en Instagram– duraría sólo unos minutos hasta estabilizarse o hasta que la luz volviera a cortarse. Pero no.
Muy pronto debí admitir que no sólo estaba muerto de calor, sino que este Poltergeist doméstico (gracias, @chapigram , eso fue brillante) iba a destripar cualquier cosa que estuviera enchufada. Hice algunos videos para Instagram, porque estaba seguro de que nadie me iba a creer, y, resignado, apagué y desenchufé todo, excepto un ventilador que, estaba seguro, sucumbiría al castigo. Pero era él o yo. Con sus revoluciones aumentando y disminuyendo locamente, el sufrido aparato me trajo un poco de alivio. El subibaja voltaico duró casi 3 horas.
Al día siguiente descubrí que el pobre Linksys WRT54G, que uso para ampliar la cobertura Wi-Fi, también había quedado enchufado y, por lo tanto, hubo de soportar las 3 horas de turbulencia eléctrica. Supuse que su fuente de alimentación estaría frita, pero no, marchaba como siempre. Notable.
Por desgracia, el martes, mientras estaba en el diario la luz volvió a cortarse y no volvió sino hasta el otro día a la tarde. Pero me considero afortunado; al cierre de esta edición, había personas que llevaban cuatro días sin luz, muchos también sin agua. Lógicamente, mis víveres del freezer no soportaron 48 horas de canícula, pero eso fue nada comparado con lo que perdieron muchos comercios.
Estado de sitio Web
Aparte de los cortes, lo realmente malo de esta semana fue el proyecto de ley del legislador entrerriano Rubén Oscar Almará para exigir a las empresas proveedoras de servicio de Internet "el bloqueo de las redes sociales en toda la Provincia de Entre Ríos durante el tiempo que fuese necesario, para restablecer el orden público ante la instigación a cometer delitos que atentaran contra el orden institucional y la vida democrática".
Para mi más absoluto estupor, el proyecto obtuvo, por unanimidad, media sanción de diputados. Pero claro, en su fundamentación habla de saqueos, de muertos, de ciudadanos expuestos al delito. ¿Dicho así, quién se atrevería a votar en contra? Enumerar los derechos civiles que semejante ley atropella recibe siempre una refutación de esta clase: "¿Entonces vos estás a favor de se incite a la violencia por Twitter?"
Tampoco importa que incitar a la violencia y al delito siempre constituye delito, sea por Internet o por señales de humo. Ni siquiera ayuda el que, al usar Facebook y Twitter, los delincuentes están dejando rastros que pueden ayudar a identificarlos, mediante la orden de un juez.
La idea detrás de este proyecto de ley parece ser algo así como un estado de sitio online, y, luego de los trágicos saqueos de hace 15 días, ir contra Twitter y Facebook es políticamente tan oportuno que nadie se atreve a decirle que no. De allí la unanimidad en la votación de la cámara baja.
Por eso, voy a simplificar el planteo. El proyecto de ley para exigir a los ISP que bloqueen redes sociales no sólo atenta contra la libertad de expresión, sino que además es inútil. No sirve para nada. Y, en el peor escenario, puede volverse en contra de las víctimas que pretende proteger.
Para demostrarlo voy a contarles dos historias.
El día que Egipto se apagó
Obligar a los proveedores de Internet a bloquear ciertos servicios es lo que hizo el gobierno egipcio, al principio de la Primavera Árabe. Lo hizo con la ley en la mano, además. Sujetos a un error de perspectiva que le costaría carísimo al pueblo egipcio, habían promulgado una ley para obligar a los ISP a cortar servicios o, llegado el caso, toda comunicación con Internet.
El primer servicio que mandaron a bloquear fue Twitter, la más políticamente activa de las redes sociales, el 25 de enero de 2011. Lo que no tomó en cuenta el gobierno egipcio es que Internet no es como la tele. No es el sistema de telefonía fija. Internet no es euclidiana; es del siglo XXI, no del XIX. ¿Qué ocurrió, pues, cuando cortaron Twitter? La gente se fue a Facebook. Sin comprender todavía la futilidad de su maniobra, el gobierno egipcio procedió a bloquear Facebook.
Así, durante las siguientes horas, los ciudadanos de ese país buscaron –y encontraron– otros modos de transmitir al mundo las imágenes de la represión. En Internet siempre hay una forma de comunicarse; y si no la hay, la programás en 30 minutos.
Acorralado, el gobierno de Hosni Mubarak llegó a una conclusión obvia: la única manera de acallar el activismo online era apagando Internet. A las 10 y cuarto de la noche del 28 de enero de 2011 Egipto se esfumó de la Red. También tuvieron que cortar el servicio celular, para evitar los SMS. Las consecuencias fueron catastróficas en varios sentidos.
Primer problema: ninguna economía más o menos normal funciona hoy sin Internet. Así que el apagón egipcio pasó de confiada medida autoritaria a papelón global. Duró sólo 5 días y medio.
Pero hay otra cosa, todavía peor. Cuando un país (o una provincia, para el caso) desaparece de Internet, la percepción desde afuera es que ese territorio ha sucumbido al caos más absoluto; desde adentro, la sensación es de mayor incertidumbre y más caos. Lanzados a una era pretérita en la que las personas estaban aisladas y amordazadas, la paz social se hunde sin remedio y las víctimas se multiplican.
El mecanismo es así: cuando a un pueblo asustado y en crisis le quitás Internet le sugerís que la nación está acéfala y que la infraestructura básica ha colapsado; con esto, lo forzás a salir a la calle, lo que aumenta el peligro para la integridad física de las personas y, además, constituye un fenómeno que se retroalimenta sólo, sacando cada vez más ciudadanos de sus casas. Es lo que ocurrió en Egipto, me confía una fuente, tras el apagón de Internet.
Al final, hubo más de 840 muertos y casi 6500 heridos. Dicho fácil: bloquear Internet en un estado de conmoción interior equivale a apagar el fuego con nafta.
Se podría argumentar que la ley propuesta en Entre Ríos no habla de "apagar Internet", sino de "bloquear Facebook y Twitter, entre otras redes sociales". El asunto es si esa frase tiene algún sentido. Y no, no lo tiene.
Internet es una tecnología, también conocida como TCP/IP, que permite conectar redes entre sí. Facebook y Twitter son servicios que se ejecutan sobre Internet. Muy bien, hagamos una simulación de lo que podría ocurrir, si la ley se promulgara.
En caso de conmoción interna, se les ordenaría a los proveedores de Internet bloquear los números IP de Facebook y Twitter. Ahora, ¿qué pasaría si los vándalos empezaran a organizarse por medio de listas de distribución? En ese caso habría que bloquear el correo electrónico, otro servicio de Internet. ¿Y si empezaran a usar blogs? Se mandaría a bloquear sus dominios. Pero sería infructuoso, porque aparecerían otros nuevos, y a tal velocidad que al final deberían suspender todo el acceso a Blogspot, Wordpress y Tumblr (entre otros) y luego, como los malvivientes podrían usar cualquiera de los miles de foros que pueblan la Red, tendrían que bloquear la Web entera. Con eso, casi todo lo que conocemos de Internet se habría evaporado. Y entonces los saqueadores, impertérritos, se irían al IRC. O a Whatsapp. O al BBM. Etcétera.
Políticamente se pueden hacer chicanas de lo más decorativas, pero técnicamente, no. "Bloquear redes sociales" conduce inexorablemente a bloquear toda la Internet, más allá de los motivos que se esgriman.
Por eso no me he tomado la molestia de analizar estos motivos. Da lo mismo si se trata de un gobierno represor que quiere acallar al activismo online o un legislador que cree de verdad que bloquear las redes sociales puede ayudar a restaurar la paz social. Lo que cuenta es que el proyecto de ley carece, técnicamente, de todo sentido.
"Están empezando a saquear en mi barrio"
Apagar Internet tiene todavía otra consecuencia muchísimo más grave. La segunda historia servirá para ilustrar este punto.
El 27 de febrero de 2010 un espantoso terremoto de 8,8 puntos en la escala de Richter golpeó Chile. Causó 525 muertos y la devastación fue tal que casi la única forma de comunicación que quedó en pie fue Twitter (vía celulares) y Radio Cooperativa. Como muchos otros tuiteros, me mantuve en línea durante el sábado y el domingo para colaborar con la difusión de las comunicaciones de la Cruz Roja chilena y con la búsqueda de personas presuntamente desaparecidas. Hacia el mediodía del sábado ya había un blog con la lista de personas buscadas, compuesta a partir de Twitter; esa lista sería propalada más adelante por Radio Cooperativa.
Fue un admirable esfuerzo de solidaridad online. Pero, como era de prever, cuando cayó la noche, llegaron las alimañas y empezaron los saqueos a casas particulares. Imaginate. Todo colapsado, sin luz, sin ningún teléfono que responda y con malvivientes merodeando.
Hace 30 años, estabas perdido. En 2010 los pedidos de auxilio encontraron su camino en Twitter, cuyo efecto multiplicador, ese mismo que el proyecto de Almará condena, permitió que, en medio del desastre, esas personas solicitaran ayuda de la policía. Fue muy perturbador leer tweets como "están empezando a saquear en mi barrio". Pero todavía les quedaba Twitter. Y nuestros retweets.
Así que, ¿de verdad ayuda bloquear las redes sociales en tiempos de conmoción interior? Más bien todo lo contrario.