En delicado equilibrio, la aventura y la vida cultural surfean las olas de las emociones en este destino del sur de la península de California.
Me arrepiento de haber desayunado, me arrepiento de no haber tomado el Dramamine, me arrepiento de creerle al cine. Es que surfear no es como en las películas, no. Nada de movimiento bello y fluido: tragué litros de agua salada y tengo el estómago revuelto, los codos pelados, las rodillas rojas, los ojos destruidos de tanto sol, la piel que arde, un golpe en la nariz y un cansancio que me va a durar cuatro días. Pero, entre otras cosas, fui hasta Los Cabos, México, para tomar mi primera clase de surf. Y ahí estaba, parada como podía arriba de la tabla. Casi digna. Y absolutamente feliz con mi modesta victoria. Años de ver películas donde gente bronceada se deslizaba casi flotando sobre las olas me daban la seguridad (falsa) de que tan difícil no podía ser. Tomé los recaudos del caso: me bañé en protector solar, presté mucha atención al entrenamiento en la arena en el que se ensayan las posturas, me até el leash (la soga de la tabla) al tobillo y caminé hacia el mar. A los tres minutos en el agua me di cuenta de que sería una experiencia inolvidable, en más de un sentido. Uno debe tumbarse boca abajo y remar con los brazos, con la corriente en contra. Cuando estalla una ola contra nuestra anatomía hay que despegar el pecho de la tabla y sostenerla lejos con los brazos estirados, como para no golpearse. Y vuelta a remar hasta llegar más allá de donde se genera la rompiente. La primera vez, todo bien. En la décima vuelta empecé a considerar que tenderme bajo una sombrilla, al fin y al cabo, no era una salida tan indigna. Pero seguí. A esa altura ya había aprendido que nunca hay que caer de pie o de cabeza porque hay rocas enormes y es más seguro tratar de entrar en el agua de costado, y que la velocidad de la ola obliga a ser muy ágil e intentar pararse en un solo salto. El problema es que hay que quedar en cuclillas con las piernas separadas, justo al centro de la tabla y haciendo equilibrio con los brazos, todo en un único gesto y mientras el piso se mueve. En el fragor del combate, la tabla me pegó en la cara y me sangró la nariz. Pero el agua salada cura todo, así que al minuto estaba otra vez intentando mi modesta hazaña. Después de una hora eterna de esfuerzos vanos logré algo así como sostenerme un segundo en una posición semiagazapada que llenaría de vergüenza a cualquier lugareño mayor de dos años, pero para mí fue mi diploma de surfer.
Para una primera mañana en Los Cabos, centro de la aventura y del entretenimiento en el sur de la península de California, no estaba mal. Los siguientes días me iban a demostrar que este destino (la Baja, como le dicen sus habitantes) tenía mucho más para ofrecer. Habría excursiones en bicicletas eléctricas por el desierto, stand up paddle en paisajes increíbles y tardes de sea scooters para los más activos; actividades culturales para los menos intrépidos; descanso para los que buscan relax, y chiles picosos, licores afrodisíacos y melodías invencibles para todos.
ACCIÓN
Los Cabos es un destino especial por varios motivos. Es una región mucho menos masiva que otros puntos de México, como Playa del Carmen, pero congrega dos focos turísticos (Cabo San Lucas y San José del Cabo) a los que se suma el cercano Todos Santos. Los tres pueblos son bien distintos y arman un combo interesantísimo. San Lucas es el centro de entretenimiento, con hoteles, restaurantes, boliches (les llaman antros, pero no con el concepto argento del término, claro) y actividades de aventuras. El boom en alojamiento es innegable: en los últimos dos años la oferta creció hasta superar las 16.000 habitaciones. San José, en tanto, es reconocida por sus galerías de arte, y Todos Santos suma a su propuesta cultural el atractivo de ser cuna de la canción más emblemática de la banda Eagles. En los 50 empezó el auge de Los Cabos porque fue entonces cuando comenzaron a visitar la zona grandes celebridades de Hollywood hasta hacerla conocida como la Saint-Tropez de América latina. Hoy esa tradición se continúa con su festival internacional de cine, que cada noviembre convoca a megaestrellas, con la elección que algunas stars system han hecho en sus costas (George Clooney tiene una casa cerca de El Arco), con los campos privados de golf a los que se accede por estricta invitación y con un torneo de pesca deportiva que en todos los meses de octubre premia con 5 millones de dólares al campeón mundial del marlín.
Si el viajero no quiere pescar, pero es buscador de aventuras acuáticas, el surf es apenas un escalón que se complementa con stand up paddle, kayak y snorkel, tanto al natural como con sea scooters. El paseo que conecta estas tres actividades empieza abordando una lancha inflable con motor, con 10 pasajeros enfundados en trajes de neoprene, necesarios porque el agua es bastante fría. El recorrido es entretenido porque Dani, el capitán, se las ingenia para hacernos ver de cerca a 6 ó 7 delfines saltarines y unos cuantos pelícanos, para cruzar olas desafiando a los de panza sensible y para dar unos giros que hacen gritar de alegría a los niños y empalidecer a un par de señoras. Leo, el guía, enseña a usar las máscaras para el snorkel y los sea scooters que le ponen adrenalina a la recorrida subacuática. Son pequeños torpedos con tres velocidades que resultan ideales si se es medio vago para el pataleo. De todos modos, no conviene acelerar a fondo porque hay demasiadas rocas. Otra de las actividades ofrecidas es el stand up paddle. A simple vista, una papa: pararse sobre una tabla, y encima con la ayuda de un remo. Bueno, no. Primero es recomendable tratar de hacer equilibrio de rodillas. Una vez que se logra cierto dominio, pararse remando alternadamente a uno y otro lado. En caso de que descubra que no nació para estos menesteres, siempre queda la opción de aceptar la propuesta del kayak, individual o de a dos. De nuevo sobre la lancha, unas galletitas y una botella de agua reponen energías. Pero lo realmente salvador es el botiquín, que contiene un remedio a bolilla y milagroso contra el ardor de las picaduras de las agua vivas. La embarcación acerca a los visitantes hasta la llamada Playa del Amor, en la que las aguas del mar de Cortés y las del océano Pacífico casi se besan: solo una franjita de arena las separa. Del lado del Pacífico la explanada es mayor, y por eso la zona tiene el apelativo obvio de Playa del Divorcio. Allí se filmó la última escena de El planeta de los simios, y muy cerca, Troya.
Ambas playas se ubican en el extremo sur de la Baja California, coronada por una formación rocosa de 30 metros de altura y emblemática de Los Cabos conocida como El Arco, adonde antes del huracán Odile, en 2014, se llegaba caminando desde la marina. Hay quienes ven en El Arco la figura de un dragón tomando agua del mar. Lo cierto es que es el último bastión de tierra firme de la península, refugio de lobos marinos hecho de granito y piedra volcánica tan erosionada por el agua y el viento que está llena de nidos. Y de misterios: en algunas cavernas se han encontrado monedas y restos de prendas presumiblemente de piratas. Es que hacia el año 1500 la zona era una concurrida ruta marítima que frecuentaban Francis Drake (quien eligió a Los Cabos como escondite durante un buen tiempo) y sus colegas. Al regresar, un fresco almuerzo sirve para recargar pilas: ceviche (pescado, generalmente pargo, macerado con limón, perejil, mango, cebolla y tomate) y nachos con queso. De beber, agua saborizada de piña con menta, o de pepino con limón.
EN BICI
Ahora, si el viajero prefiere no mojarse, una excursión con bicicletas eléctricas es perfecta porque el tour combina el ejercicio con una divertida clase de cocina que enseña a hacer salsas para quesadillas y a preparar margaritas. A 20 km del centro de San Lucas, Gustavo nos invita a subir a un viejo camión alemán, que traquetea unos cinco minutos sobre la arena hasta el lugar donde nos enseñan a usar las bicis. Que sean eléctricas no implica cero esfuerzo: el motorcito hace el 80% del trabajo pero en los 18 km que vamos a recorrer hay que pedalear siempre porque de lo contrario, no anda. Nos ponemos casco, rodilleras y coderas porque van a una velocidad de hasta 42 km/hora. Cada bici pesa 50 kilos y tiene un botón de arranque que sirve además para acelerar en trepadas o cuando queda enterrada. Pero la mejor recomendación es no perder nunca de vista al guía: el desierto se parece a sí mismo todo el tiempo. El segundo mejor consejo es bajar la potencia (las bicis tienen cinco marchas) en las curvas para no seguir de largo y estamparse contra un pinchudo cardón.
El paseo se matiza con paradas para hacer fotos hasta que se trepa una duna y ahí aparece el mar. Pedaleamos por la playa con la bici en quinta, aunque los que tienen ganas de entrenar la ponen en cuarta. Nos bajamos y subimos unas rocas al final de la playa para hacer imágenes del mar y de los cangrejos que cubren las paredes del acantilado. Gustavo explica que como en esas arenas desovan tortugas marinas, no se pueden usar otros vehículos. Las margaritas que se aprenden a preparar tras el paseo se hacen también sin alcohol para que los chicos puedan jugar a ser bartenders. La clase de coctelería se completa con un curso acelerado de elaboración de salsa para quesadillas, que son esas tortillas (masas finitas) rellenas con cosas que a veces no se parecen en nada al queso. En este caso, por ejemplo, había de chicharrón (carne de cerdo), de hongos y de manzana y chile. Para las salsas, nos explican que los ajíes verdes son los que llaman serranos, y son suaves (suaves para el paladar mexicano). Los anaranjados, en cambio, son los habaneros, los chiles más picosos dentro de los picantes. Así que a la hora de seleccionar los vegetales a machacar, fui cobardemente por los verdes. Los trituré en un mortero junto con ajo, cebolla y tomate verde (todos los vegetales ya horneados), y esparcí parte de la pasta sobre el relleno de la quesadilla. Un consejo: ponga poquito. Para sumar hay tiempo.
ART WALK
San José es un encantador pueblito en el que las calles están surcadas por papel picado (llaman así a las guirnaldas hechas con papel calado, recortado), en el que las vidrieras rebasan de Catrinas, esas figuras celebratorias de la muerte y con las que los mexicanos satirizan a los tilingos que son piel y hueso pero se creen millonarios, y en el que el aire huele a arte. Hay 15 galerías en un circuito que tiene cinco lustros y en el que cada semana se desarrolla el Art Walk, una caminata que permite descubrir las nuevas muestras. La galería de Patricia Mendoza, por ejemplo, también es museo y se especializa en artistas mexicanos (pintores, dibujantes y escultores) hiperrealistas, figurativos y abstractos. Exhibe también tallas en piedras volcánicas, y las piezas cuestan entre u$s 100 y u$s 60.000. Pero, además de las galerías, en San José hay arte hasta en los negocios que en otro lugar serían de souvenirs en serie. Eulogio Martínez Hernández es artesano huichol, etnia que generación tras generación se luce pegando –con cera de abejas– mostacillas y lanas coloridas sobre madera, cerámica o calabazas. Una iguana de unos 20 cm totalmente recubierta con esta técnica le demanda tres días de trabajo, de ocho horas cada uno. La vende en un local que se llama La Sacristía a u$s 200. "Vivimos en las montañas, en el norte del país. Somos una comunidad de unos 50.000 indígenas. Uno de nuestros símbolos más importantes es el peyote, pero también honramos a los ciervos, las flechas, los escorpiones, los tambores, las tortugas, las flores, los sapos, el sol, los pájaros, el maíz", enumera.
Claro que no todo es ancestral. También hay tecnología vinculada con el arte, por ejemplo en la galería en la que se exhibe la obra de Iván Guaderrama, donde hay obras interactivas basadas en mensajes religiosos. A un par de cuadras nos recibe Edgar Villavicencio, director de Corsica. Esta galería representa a más de 50 artistas contemporáneos mexicanos. "Tenemos 12 años aquí en Los Cabos. Las caminatas de los jueves empezaron cuando éramos solo cinco, pero año tras año la movida crece. Esos días las calles del circuito se vuelven peatonales, hay cócteles en cada nueva muestra y se crea un ambiente muy padre", describe.
Si pensás viajar...
Septiembre y octubre son los meses menos propicios por la incidencia de eventuales huracanes.
CÓMO LLEGAR
AEROMÉXICO EZE-México DF- San José del Cabo. Al regreso son tres tramos: San José del Cabo, Los Ángeles, México DF, EZE.
DÓNDE DORMIR
Riu Santa Fe Cabo San Lucas . Bahía Cabo San Lucas Km 4,5. Santafe.cabosanlucas@riu.com Restaurantes a la carta con cocina italiana, mexicana, asiática y japonesa, más steak house. Enormes piscinas a pasos del mar, gimnasio, sauna.
Riu Palace Cabo San Lucas. Ideal los que no quieren preocuparse más que por descansar. Bebidas alcohólicas y room service incluidos.
Hotel Melia Cabo. Playa El Médano, Cabo San Lucas.
Hilton Los Cabos. Carretera Transpeninsular Km 19.5.
Cabo Azul Resort. Paseo Malecón, Lote 11, San José del Cabo.
Hotel California. Benito Juárez entre Morelos y Márquez de León, Todos Santos. Colorido hospedaje de 11 cuartos con historia musical. Jardín, piscina, restaurante, bar y megastore para fanáticos.
DÓNDE COMER
Nota: Las propinas son casi obligatorias: en un restaurante pueden perseguir hasta el estacionamiento al turista que no la haya dejado. Se estipula entre el 10% y el 15%.
El Mirador by Guaycura. Camino al Mirador Restaurant 1, Todos Santos. Espectacular vista del atardecer en la playa desde la terraza del restaurante.
Fattuna Blvd. Lázaro Cárdenas 32, Cabo San Lucas. Angel Carbajal, experto en cocina japonesa en fusión con ingredientes mexicanos, propone mejillones con chorizo español, pulpo a la parrilla marinado en salsa con paprika y aceite de lima y filete de costilla de 8 horas de cocción con puré con chile serrano.
PASEOS Y EXCURSIONES
Transcabo. Traslados en combis desde Cabo San Lucas hasta Todos Santos (no hay transporte público).
Cabo Adventures. Snorkel & Sea Adventure: paseo en Zodiac, snorkel, sea scooter, stand up paddle, kayak, visita a El Arco y almuerzo con ceviche. Electric bike beach adventure. Otras actividades: paseos en camellos, flyboard, nado con delfines y tiburones, tirolesa y rappel.
High Tide Clases de surf. Incluye tabla, instructor, traslado, traje de neopreno.
Wirkuta Jardín Botánico. Glorieta del Pescador, San José del Cabo. u$s 8 los adultos, u$s 4 los niños. Alquiler de bicicletas, tours guiado a pie. De lunes a sábado, todo el año, excepto en septiembre si hubo huracán.
Patricia Mendoza Art Gallery. Á. Obregón e Hidalgo s/n°, San José del Cabo . Entrada libre a esta galería/museo que exhibe obras de artistas mexicanos hiperrealistas, figurativos y abstractos.
MÁS INFO:www.visitaloscabos.travel