Los habitantes del cementerio y otras curiosidades egipcias
El siguiente relato fue enviado a lanacion.com por Lucio Vega Iracelay. Si querés compartir tu propia experiencia de viaje inolvidable, podés mandarnos textos de hasta 5000 caracteres y fotos a LNturismo@lanacion.com.ar
Desde mi adolescencia tuve el sueño de conocer Egipto, sus pirámides, sus momias, su historia. Ese libro de Historia de primer año me tatuó en el inconsciente una flecha que marcaba inexorablemente al noreste de África: el delta del Nilo y todo su recorrido.
La vida me hizo mirar hacia otros nortes, pero un día apareció la inquietud de conocer Jerusalén y esos territorios por donde se cuajaron las principales religiones monoteístas. Y volvió Egipto a mi mente como un aire que necesitaba respirar. Siempre me interesó la historia, y en los últimos años empecé a necesitar entender el derrotero del ser humano sobre la Tierra.
La historia del homo sapiens tiene una huella profunda en las tierras costeras del Nilo, proclamado desde siempre como el río más largo del mundo (recientes estudios científicos apuntan al Amazonas). Sin dudas son las aguas que han visto la historia profunda de la humanidad. Religiones, edificios, costumbres, alimentos, vida, muerte, todo ha transcurrido a la vera de sus aguas que además crecían según la época del año.
El limo del río ofrece un excelente abono para los cultivos en sus márgenes, ya que un poco más allá el desierto planta su escenografía implacable. También las crecidas habrían ayudado a construir en altura, explicando algunas de las preguntas abiertas sobre el sistema constructivo de los monumentos egipcios, donde las pirámides aparecen en primer lugar. Una navegación por el Nilo muestra en un caleidoscopio todo esto. Me sorprendió la transparencia de sus aguas, donde pude bañarme y conocer desde adentro ese río histórico, aunque sé, gracias a Heráclito que no es el mismo río de los faraones.
Caminando los más de 5000 años de evolución e involución del pueblo egipcio aparecen las primeras escrituras: los jeroglíficos que recién a fines del siglo XIX se pudieron descifrar. También contaban con un sistema de contabilidad y cálculo. Habían dominado la biología en cuanto a la putrefacción de los cadáveres, no de cualquier muerto, sino de aquellos que consideraban sagrados. Organización social blindada donde la religión ofreció una perfecta herramienta de dominación y estructuración en la gente. La creencia de una vida más allá de la conocida entre el nacimiento y la muerte apareció como una prolongación de nuestra experiencia en este plano.
Por el costado menos turístico
Egipto me mostró los orígenes de muchos de nuestros mitos, creencias, armas culturales que son interpretados y utilizados por casi toda la civilización. Además, su historia me expuso cómo las dominaciones militares solían convertir lo existente en otros fenómenos: desde obligar a la conversión religiosa del credo imperante, destrucción o adaptación de los edificios, eliminación de costumbres, etc.
La memoria colectiva del pueblo egipcio los entretejió desde el Dios Sol y la Diosa Luna, Ra e Isis, sus respectivos hijos faraones, hasta la imposición del cristianismo en el norte del país hasta la conversión compulsiva, y casi excluyente hacia las enseñanzas de Mahoma.
Las llamadas a la oración durante todo el día invaden sonoramente la brisa caliente del desierto y el río. Las mezquitas siembran todo el territorio. Los minaretes o torretas apuntan al cielo con su media luna y estrellas, perforando el firmamento imaginario.
Mi curiosidad me hizo recorrer El Cairo, su capital, por las zonas no turísticas, para entender una pizca de como sería vivir allí. Me sorprendió la gran cantidad de edificios habitados que muestran sus exteriores sin terminación. Los cairotas no reconocen ese pequeño gran detalle. La vestimenta responde a las sugerencias de la religión, tanto en mujeres con sus rostros cubiertos en buena parte de ellas, como en los hombres con largas camisas y sandalias. Los varones suelen caminar tomados de la mano.
La vida transcurre en un bullicio urbano, en un orden desordenado del tránsito donde motos, bicicletas, peatones junto a buses y automóviles danzan un ritmo asimétrico y donde generalmente hace que todos lleguen a su destino.
Pero quería conocer más. Justo unos días antes de mi viaje, había leído en el diario El País, de España que había personas en El Cairo que vivían en un cementerio. Encontré un taxista que conocía el lugar y nos llevó a mi mujer y a mí hacia allí. Entramos en un camposanto gigante. Consideremos que esta ciudad es una de las más pobladas del globo, por lo que la cantidad de fallecidos debe estar en relación directa. Tumbas de distintos presupuestos constructivos.
Nos detuvimos en una calle interna del lugar, mientras pasaban cabras pastoreadas por un vecino del barrio. Visitamos una construcción funeraria de dos módulos: una abierta y otra techada. Nos recibió una familia de tres personas bien vestidas. Nos explicaron que vivían allí desde hace unos años, gracias a que los familiares de un sepultado les propuso que a cambio de un pequeño pago mensual cuidaran la tumba. Las razones de que miles de personas vivan allí, no es porque sea un barrio tranquilo, con poco ruido, sino la enorme distancia entre la oferta y la demanda de vivienda en la megalópolis cairota. La joven de la familia nos contó con orgullo que estaba cursando la universidad y se sentían a gusto con nuestra visita casi alienígena.
Mi nuevo y recurrente descubrimiento en esta experiencia ha sido que el ser humano se adapta a sus circunstancias.
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