En el extremo sudeste de la isla de Tierra del Fuego, es uno de los sitios más inaccesibles, desconocidos e inhóspitos de la geografía argentina, apenas visitado por unos pocos viajeros
Es el verdadero fin del mundo. Una geografía inhóspita en la que los mapas parecen despeñarse en los mares del olvido. Una tierra en la que la soledad apenas es ultrajada por unos cuantos caballos salvajes corriendo con sus largas crines al aire, restos de viejos naufragios desparramados en playas sin nombre e inconcebibles herencias de un antiguo tiempo de buscadores de oro. Ubicada en el extremo sudeste de la Isla Grande de Tierra del Fuego, la Península Mitre es uno de los sitios más inaccesibles del vasto territorio argentino. Un lugar al que sólo algunos conocen y casi nadie llega.
Sólo hay dos formas de llegar hasta Península Mitre. Sin caminos y huellas que marquen un rumbo cierto, las opciones se reducen a recorrerla a lomo de un caballo o sobrevolarla con un helicóptero. Las cabalgatas parten de la ciudad de Ushuaia, son extremadamente duras y demandan alrededor de diez días para completar la travesía por toda la zona. Por su parte, los helicópteros parten también de la capital fueguina y hacen un itinerario de casi cuatro horas que sigue primero por el litoral peninsular que en el norte bordea las aguas del océano Atlántico y luego sobrevuela las márgenes del sur de Mitre que dan a las aguas del Canal de Beagle.
Los vuelos a Península Mitre los lleva a cabo la empresa Heliushuaia, que suele usar para el recorrido helicópteros Robinson 44, de cuatro plazas e ideales para el turismo por la perfecta visibilidad que permiten sus amplios ventanales frontales y laterales. Sujetos al capricho de las inclemencias meteorológicas que son una marca registrada del extremo oriental fueguino, los vuelos a Mitre suelen hacerse sólo durante los meses del verano. El clima adverso, las lluvias, los vientos fuertes y los bancos de niebla son muy habituales en la zona peninsular y constituyen factores de alto riesgo para los helicópteros. Atento a ello, Heliushuaia lleva a cabo no más de tres o cuatro vuelos mensuales en el período que va de diciembre a marzo. Más allá de esos meses, las excursiones a la desolada geografía de Mitre son casi una quimera.
Invariablemente, el inicio del vuelo hacia el confín oriental de Tierra del Fuego es el viejo aeródromo de Ushuaia, ubicado sobre la bahía que le da nombre a la ciudad. Con los tanques de combustible a tope como para tener una autonomía de vuelo de más de cinco horas, el helicóptero comienza tomando un rumbo noreste para atravesar la cordillera de los Andes por la brecha que abren el Valle de Tierra Mayor y el Paso Garibaldi. Dejado atrás el macizo andino, el vuelo llega a Cabo San Pablo, ya sobre el océano Atlántico. Sobre la playa se ven los restos oxidados del Desdémona, un buque naufragado en 1985 que prologa las leyendas que desde allí comienzan hacia el sur, siguiendo la orilla marina que lleva hacia Península Mitre.
De naufragios y buscadores de oro
Tras dejar atrás los restos del Desdémona, el recorrido sobrevuela un camino de ripio que lleva hasta la Estancia María Luisa, en la que los peones suelen saludar desde sus caballos al ver pasar el helicóptero. Y luego, en medio de un paisaje de pastos ralos, el camino se evapora. A partir de allí, nace la Península Mitre.
A algo más de treinta kilómetros de la Estancia María Luisa se encuentra la desembocadura del río Luz, en cuyas cercanías se puede disfrutar de la postal más buscada del paisaje peninsular. Sobre una playa, viejo e inmóvil, se desparrama el esqueleto de maderas del Duquesa de Albany, un barco naufragado en una noche de tormentas del 13 de julio de 1889. En ese sitio, si la bajamar lo permite, el helicóptero hace un aterrizaje para ver de cerca los vestigios del viejo velero. Un ancla asoma entre lo que parece haber sido la proa, hay pedazos de un mástil deshecho al que las algas han atacado por completo y resulta inconfundible el olor a madera muerta, húmeda, putrefacta.
Aún más al sur, siempre siguiendo la línea costera, se levantan las ruinas de la Estancia Policarpo, fundada en 1903 y abandonada sesenta años más tarde. El lugar es un amasijo de cimientos y chapas oxidadas alrededor del que suelen correr libres los caballos salvajes, herederos directos del ganado equino que alguna vez perteneciera a la estancia. Y, a corta distancia de los restos de Policarpo, el vuelo llega a Bahía Sloggett, un rincón remoto y propicio para las leyendas, donde en el final del siglo XIX el rumano Julio Popper forjó una gran fortuna como buscador de oro.
Como un insólito recuerdo de esos tiempos de Popper, una descomunal draga aurífera de más de cuarenta metros de largo se levanta en medio de la nada misma. Operable a vapor, esa draga fue abandonada allí cuando la fiebre dorada llegó a su fin, ya en el comienzo del siglo XX.
El último tramo del viaje sobrevuela el litoral austral de la península, sobre las aguas frías del Canal de Beagle. Es una zona de lengas, que se extiende hasta un paraje conocido como Poste Fierro en donde se levanta la Estancia Moat. Allí, el helicóptero suele hacer un nuevo descenso. Es la última parada del recorrido, justo en el sitio en el que se muere la península. Es la escala final del vuelo, que marca el epílogo del viaje a ese confín llamado Mitre.
Para esta excursión, es necesario reservar con anticipación y las salidas están sujetas a las condiciones climáticas. Existen además otras opciones de vuelo a otros varios sitios de Tierra del Fuego. www.heliushuaia.com.ar.