Las chacras aparecen aquí y allí como pequeños oasis verdes, rodeados de una montaña de piedra azulada. Sembradíos de fruta fina y de lúpulo se alternan con los rebaños de ovejas y cabras. Así es la Comarca Andina, una comunidad de localidades hermanadas en un afán común: el trabajo de la tierra.
Todo esto sucede a un lado y al otro del paralelo 42 que marca el límite exacto entre las provincias de Río Negro y Chubut. Aquí, los pueblos se hilvanan a través de sucesivos vallecitos que surgen entre la cordillera. Ese es nuestro destino.
Desde Bariloche tomamos la asfaltada ruta 258 hacia el sur. Después del lago Steffen, el trazado de la carretera actual reemplaza al legendario Cañadón de la Mosca, un intrincado camino de cornisa, que hace unos años era la única vía de acceso hacia El Bolsón.
Podría decirse que ahí comenzó todo. Hacia finales de los años 60, el pueblo se convirtió en la meca de hippismo criollo; su mística creció con estos recién llegados, seguros de poder cumplir con el mandato sesentista de paz y amor. Eran artesanos, intelectuales y gente con espíritu artístico. Después de varios inviernos, la euforia declinó; muchos regresaron a la ciudad y otros se quedaron para siempre. Pero a El Bolsón le quedó la fama y una comunidad heredada de aquellos primeros hippies mezclada con los descendientes de los pioneros.
En los últimos tiempos, la actividad agropecuaria de la región cobró un gran impulso; hoy existen muchos emprendimientos dirigidos por una nueva generación en busca del renovado sueño de una vida diferente, más cerca de la tierra.
El Bolsón
El enclave aparece en el extremo sur de un largo valle transversal que termina en el lago Puelo. El Bolsón creció a orillas del río Quemquemtreu y al pie del cerro Piltriquitrón, cuyo nombre ?según nos cuentan? significa en lengua aborigen colgado de las nubes; así es como se ve ciertos días.
En una de sus laderas se encuentra el Bosque Tallado. Para llegar hay que manejar unos 13 km hasta la plataforma del cerro y después caminar por un sendero flanqueado de ñires y lengas. A los 1.500 metros de altura están las esculturas talladas sobre los troncos de los árboles; durante sucesivos veranos, artistas de todas partes convirtieron el bosque de lengas ?incendiado en 1978? en una galería de arte al aire libre.
Subimos un poco más, hasta el refugio, para ver todo el valle desde lo alto; dicen que los días de atmósfera transparente se alcanza a distinguir el volcán Osorno, en Chile.
Regresamos para instalarnos en Rhona-Hue, de Anabella Gorchs. La posada de campo está ubicada en Villa Turismo, un sitio tranquilo en las afueras de El Bolsón que conserva parte del bosque y tiene las cabañas más lindas para alojarse. La posada fue originalmente una pequeña chacra que perteneció a la familia de su ex marido, descendiente de los primeros galeses que llegaron a Madryn. De aquellos tiempos queda un gran parque con añosos robles, nogales, maitenes y frutales.
Nuestra anfitriona nos espera con la chimenea encendida. Enseguida nos convida una taza de té caliente y unos deliciosos scones recién horneados. También aparece una tentadora variedad de mermeladas caseras elaboradas con frutas de la región ?cassis, cereza, boisemberry, grosella?, ritual que se repetirá con cada desayuno.
La posada es una casa de troncos, ambientada con muebles rústicos, muchos de herencia galesa. Los cuartos son amplios, con grandes ventanales; dan al jardín, donde se abre una piscina.
A la hora de cenar vamos hasta Jauja, un restaurante que tiene la heladería más famosa de la región, con una lista de 70 sabores. Algunos son verdaderas excentricidades: calafate con leche de oveja; helado de cerveza; de mate cocido; de selva negra e incluso una variante de cilantro y albahaca. También están las alternativas tradicionales y las cremas heladas hechas con la fruta fina de la región. Para cenar, la carta tiene lo suyo. Todos los encuentros comienzan con una copita de Lim-sau, el aperitivo de la casa, mezcla de saúco y limón, que es un refrescante preámbulo para las tablas de quesos y fiambres regionales. Nosotras compartimos una sopa agridulce de rosa mosqueta y, después, nos tentamos con una versión de trucha con salsa de morillas, que llega acompañada con lengüitas crocantes de batata y papa.
Los artesanos
Visitar alguno de los muchos talleres de la región, es parte ineludible del itinerario por la Comarca Andina.
Anabella nos había hablado de Rubén Rodríguez y Marta Tabera, que tienen su taller Había una vez en medio del bosque. Los vamos a visitar una mañana.
Marta, especialista en arte textil, es capaz de tejer lo inimaginable. Ahora está trabajando en unas lámparas con pantalla urdidas en hilo de papel. Después nos enseña unas maravillosas joyitas ?brazaletes y gargantillas? hechas en cobre y alpaca con la técnica de telar mapuche.
Rubén se dedica a la madera y convierte los restos de ramas, troncos y raíces que encuentra a orillas del lago en muebles y pequeñas esculturas.
Muy cerca está El Pitío, la casa-taller-teatro de Marcelo García Morrillo, un músico dedicado a investigar y construir instrumentos medievales que ya no existen. Sanfonas, un dulcimer, un arpa románica y un laúd árabe, son algunas de las rarezas que forman parte de su colección de instrumentos. Ahora está empeñado en armar un citol ?similar a una cítara? que vio en un fresco de la Basílica de San Francisco de Asís.
Lo suyo es un trabajo de detective. Como la mayoría de estos instrumentos desaparecieron hace siglos, su primera tarea es buscarlos en grabados, pinturas y esculturas, y diseñarlos a partir de esas imágenes. Luego imagina cómo hubiesen sonado, y los afina en un intento por reproducir el sonido original.
Cada verano, Marcelo y el grupo Languedoc ponen en escena una obra antigua y utilizan para el repertorio esos mismos instrumentos. Este verano 2005 será el turno de "Rosa das rosas", una de la cantigas del rey Alfonso X el Sabio. La obra de música ibérica está ambientada en el siglo XIII y es una propuesta interesante para las noches patagónicas.
En el centro de El Bolsón, la plaza principal vive un día de feria; decenas de artesanos y productores locales se congregan allí tres veces por semana. Recórrala con tiempo para hablar con los puesteros y hacer un poco de shopping regional.
En el centro está también la Fundación Cooperarte y dos centros de artesanía mapuche, que exhiben a diario la producción de la gente del lugar.
El contacto con la tierra
La vida cotidiana de la Comarca transcurre en las chacras. Muchas combinan el trabajo de la tierra con un emprendimiento de producción; pequeñas fábricas de dulces y conservas, de quesos, yogures o de cerveza ?que aquí ya tiene una trayectoria de varias décadas? se suman a la actividad agropecuaria.
La mayoría de las chacras se concentra en los alrededores de El Bolsón, en Las Golondrinas, El Hoyo y Epuyén. Algunas están abiertas al público.
Hacemos un primer alto en El Hoyo para conocer El Monje, la chacra de los hermanos Huisman. Son unas 40 hectáreas dedicadas al cultivo de arándanos, frambuesas, corintos, cassis y cerezas bajo la premisa orgánica. El campo tiene al cerro Pirque detrás, que, según dicen, es una reserva natural de huemules.
Alan Huisman nos guía hasta los sembrados y luego vamos hasta el vivero donde obtienen los nuevos plantines, en este caso de frutillas.
Después de la cosecha, la dulcería familiar se convierte en un agitado centro de operaciones, donde elaboran todo tipo de delicias a partir de frutas de producción propia.
Unos kilómetros hacia el sur, en Epuyén, llegamos a Pai-Hue, propiedad ubicada entre dos lomadas por donde corre el río de la Mina. La casa principal se reacondicionó para recibir, lo mismo que la casa de huéspedes. Alrededor, un jardín repleto de flores convierte el casco en un verdadero vergel.
Además de los cultivos de fruta fina de rigor, crían cabras Anglo-Nubian y Saanen-Saanen; las primeras tienen pelaje color canela rojizo moteado y las segundas son blancas. De este rebaño obtienen una rica leche que redunda en quesos de elaboración propia. También hacen dulces con lo que prodigan los frutales.
Mónica Pini oficia de anfitriona, y con ella recorremos los alrededores. Mientras caminamos, probamos las últimas murras (zarzamoras silvestres) de la temporada y visitamos la quinta, repleta de hortalizas lozanas. A lo lejos, se ve el monte de membrillos, algunos manzanos, almendros y avellanos, que quedaron de otras épocas.
Pura aventura
En los alrededores de El Bolsón hay múltiples circuitos, ideales para emprender largas caminatas; pero nosotras tenemos sólo media mañana y elegimos un sendero fácil y corto que trepa hasta la Cabeza del Indio, formación así llamada porque la erosión talló ese perfil en la ladera del cerro. Al final, desde lo alto, se puede ver la Loma del Medio, el valle de El Bolsón y el río Azul, que es nuestra próxima parada.
En sus orillas, Cristián Ferrer está listo para el rafting por sus aguas.
El río Azul es un sitio soñado. Rodeado de un bosque espeso, debe su nombre al extraño color de sus aguas, que en general es casi turquesa. Hoy tiene una tonalidad verde esmeralda y luce tan transparente que podemos ver cada una de las piedras que forman el anchísimo lecho. Según Cristián, la zona fue alguna vez fondo marino, y durante la travesía nos detenemos varias veces para ver algunos fósiles sobre los paredones de roca. En los días cálidos también hay tiempo para una zambullida con snorkel.
De regreso, en el pueblo, pasamos a conocer Cerro Lindo, un restaurante que tiene una variada carta con regionalismos y alternativas para todos los gustos. El tour gourmet siguió hasta Martín Sheffield, en el viejo hotel Piltriquitrón. Allí Raquel Sheffield y su marido Fernando Alcalde cuentan las entretenidas historias del abuelo Martín, mientras atienden a los clientes que vienen en busca de una cocina casera y bien patagónica.
Nos quedamos un buen rato escuchando las aventuras de este norteamericano que llegó en 1890 enviado por el gobierno de los EE.UU. para perseguir bandidos que escapaban hacia estas tierras. Al llegar, Sheffield quedó encantado con el lugar y al tiempo se olvidó de su misión. Se casó con una india y se estableció en el lugar. Fue buscador de oro y uno de los pocos que juraba haber visto al famoso plesiosaurio del lago Epuyén, pero lo cierto es que nadie pudo comprobar su existencia.
Cholila
Bien temprano partimos con Alec Byrne de la agencia Trekways, guía experto en pesca y cabalgatas, que conoce como nadie la zona de Cholila. Manejamos por la ruta 259 hacia el sur y después nos adentramos por el puro ripio de la ruta 71. La geografía se vuelve agreste: meseta, maitenes, rosa mosqueta y retamas.
Unos kilómetros antes del pueblo, está la casa donde alguna vez vivieron Butch Cassidy y su banda; hoy es una ruina abandonada. Nos detenemos para recordar a este personaje convertido en leyenda, al que todo el mundo conoce gracias al cine. Butch Cassidy, Sundance Kid y su mujer Etta Place, fue un trío célebre por sus asaltos a trenes y bancos en EE.UU. En 1901 llegaron a Buenos Aires y compraron tierras en Cholila, donde vivieron un tiempo sin despertar sospechas, dedicados a la cría de ganado. En 1907 descubrieron su escondite. Etta huyó primero; Butch y Sundance Kid desaparecieron después vía Chile y murieron en Bolivia, en manos de la policía. Muchos desconfían de la historia oficial y aseguran que Butch escapó y vivió el resto de sus días bajo otra identidad.
Cholila, que en lengua mapuche significa valle hermoso, hace honor a su nombre. Tiene una situación geográfica privilegiada: ocupa el centro de un rosario de lagos ?el Cholila, el Lezama, el Rivadavia,el Pellegrini, el Cóndor y elCisne? que aparecen dispersos a su alrededor. Cholila es, además, el paso obligado hacia el Parque Nacional Los Alerces y una excelente zona de pesca.
Nosotras nos alojamos en La Pilarica, un lodge de pesca que acaba de inaugurarse a orillas del Río Carrileufú. Bill Gough, su dueño, comenzó a imaginar el proyecto hace unos cinco años. Nacido y criado en Esquel, pescador de pura cepa, ideó el hospedaje para que los pescadores se sientan como en una casa de amigos.
La Pilarica está ubicada en Villa Rivadavia, a 15 km del pueblo de Cholila. Fue construida en chapa y madera con una línea muy patagónica. Por dentro, tiene un confort poco frecuente en este tipo de alojamiento, y se presta para ir acompañado. Los cinco cuartos están revestidos en madera; sus ventanas se abren con amplitud hacia el campo, que termina en la orilla del río, y los baños están revestidos con una piedra poco común, traída especialmente de la meseta de Somoncurá. Por las noches, la cita es en el living, donde los huéspedes comparten la cena preparada en la inmensa estufa a leña.
Bill propone una flotada en balsa por el Carrileufú para conocer los alrededores desde el agua, y allí vamos. Nos quedamos un largo rato en el río y regresamos con la última luz de la tarde.
La mañana siguiente, Alec organiza una cabalgata por las veranadas de Cholila, al norte del pueblo. Vamos hasta el puesto de Coco Ruiz, que tiene los caballos listos para salir. Tomamos por un camino polvoriento de meseta y subimos hasta los 1.300 metros flanqueados por el cordón del Rivadavia. De tanto en tanto, aparecen algunos mallines y el sendero se vuelve repentinamente verde. Al final, hacemos un alto para contemplar todo el valle y distinguimos a lo lejos el espejo azul del lago Rivadavia y más allá, el Pellegrini.
Después de almorzar decidimos pasar la tarde en el sitio exacto donde confluyen el río Carrileufú, el Pedregoso y el lago Cholila. Muy cerca está la Hostería del Pedregoso que congrega a pescadores de tiempo completo. Allí mismo sirven el té ?con reserva previa? a los que llegan a contemplar el atardecer.
El Puelo chileno
Nuestro último destino es el lago Puelo Inferior, en Chile. La zona, pura selva valdiviana, pertenece a la comuna de Cochamó. Su acceso no es nada fácil, por eso conserva el encanto de la soledad, ese que nos devuelve la posibilidad de disfrutar la naturaleza casi a solas.
Salimos con Jorge Ruppel, en Villa Lago Puelo, dispuestas a remontar el lago en su semirrígido, poniendo rumbo al límite con el vecino país. Aquí la montaña termina en abruptos acantilados sobre el agua, que tiene un tono turquesa verdoso. Alrededor, los arrayanes, cipreses y coihues forman un espeso marco de verdes.
El lago Puelo está unido al Puelo Inferior por el río homónimo, donde se suceden una serie de rápidos que no todos los botes pueden atravesar. Por eso, hacemos ese tramo a pie bordeando la orilla y volvemos a navegar hasta La Cabaña Lodge, construida en una bahía del lago.
Cuando llegamos, Alberto ?Triqui? Arroyo ya tiene el asado listo. Descubrió el sitio hace unos años para pasar los fines de semana en familia y con el tiempo abrió la casa para recibir. El lugar es perfecto para pescadores y para aquellos que lleguen con ánimo de andar y se animen a las largas caminatas, a las salidas a caballo y a los paseos en lancha.
La cabaña es de madera y tiene una amplia terraza que balconea sobre el lago, donde se sirve el desayuno con dulces y tortas caseras. Por las noches, es el mejor apostadero para espirar las estrellas.
A primera hora de la tarde salimos acompañadas de Miguel Bruno, guía de montaña que conoce hasta el último rinconcito de Cochamó. Una navegación rápida nos lleva hasta la cabecera norte de lago; desde ese punto caminamos hasta Segundo Corral, un caserío perdido en la cordillera chilena.
De regreso, mientras disfrutamos de un bien merecido pisco sour, planeamos el recorrido del día siguiente: un itinerario de 18 km con rumbo noroeste.
Empezamos bien temprano en la cabecera sur del lago Las Rocas y navegamos en gomón hasta su extremo norte. El lago está encerrado entre dos cordones montañosos que parecen resguardarlo del mundo exterior. Como no hay brisa, el agua se muestra imperturbable con un tono azul profundo. Una vez en tierra, caminamos el sendero que une este lago con elAzul y después ponemos rumbo hacia la selva de Ritcher, un relicto de selva valdiviana que se ha preservado, intocado por el hombre. Allí, la vegetación se hace más espesa y los árboles parecen cerrarse sobre sí mismos. La atmósfera se vuelve húmeda, fría y oscura. Arrayanes, pitras, coihues y laureles crecen cubiertos de líquenes, hongos y helechos y, por momentos, adquieren un aspecto fantasmal.
Regresamos bien entrada la tarde, casi al límite de la lluvia. Mientras preparan la cena, vamos hasta el lago. Las primeras gotas dibujan círculos perfectos sobre el agua con un sonido suave y redondo. En el aire se percibe el aroma dulce y cítrico de las pitras. Más allá, la última luz de la tarde deja ver el perfil azulado de la montaña que desaparece en las aguas del Puelo.
Por Gabriela Pomponio
Fotos de Denise Giovaneli
Publicado en Revista LUGARES 106. Diciembre 2004.