Tiene algo de Lisboa, pero con el toque tropical del nordeste brasileño. São Luís, la capital de Maranhão –parada ineludible si se quieren visitar los Lençóis – llegó a ser unos de los centros culturales y financieros más importantes del Brasil colonial, cuando los terratenientes mandaban a sus hijos a estudiar a Europa y las mansiones eran verdaderos monumentos a la opulencia. Por su ebullición intelectual, además, a esta ciudad insular la llamaban la Atenas brasileña, y se dice que hasta el día de hoy aquí se habla el portugués más correcto del país.
Caminar por sus calles de empedrado brillante es un ejercicio para el asombro, una invitación a descubrir detalles insospechados: balcones con curiosas formas de hierro forjado, pesados portales, mayólicas traídas de todos los rincones de Europa. "La pequeña villa de palacios de porcelana" le decían también a São Luís a principios del siglo XIX, porque en las fachadas de sus casas se adivina lo que tal vez sea la mejor colección de azulejos de todo el país.
Origen francés
No todos son de origen portugués. Ocurre que el verdadero certificado de nacimiento de la ciudad es francés: fue un oficial naval, Daniel de la Touche de la Ravardière, quien fundó São Luís en 1612, bautizándola así en honor a su "pequeño rey de Francia", Luis XIII. Pero la conquista duró poco: tres años más tarde desembarcaron los lusitanos, después los holandeses, y de nuevo los portugueses, que finalmente consolidaron su dominio en 1644.
Los azulejos franceses se caracterizan por mostrar un diseño (sea flor, animal o figuras geométricas) utilizando cuatro piezas; los portugueses, en cambio, tienen diseños individuales, todos de 13,5 cm x 13,5 cm. En casi todos predomina el azul, ese tono "Anil" como el nombre del desmesurado río que baña la costanera.
En realidad, São Luís es una isla, sólo que tan grande que no parece. Allí empieza la transición entre el litoral y la Amazonía. Los ríos no traen tanto sedimento como en el vecino estado de Pará, pero la playa es amplia y abierta, sin palmeras.
En un paseo urbano hay que recorrer los caserones del barrio de Praia Grande, las iglesias y la catedral da Sé, consagra a Nossa Senhora de Victoria, patrona de la ciudad. Recuerda los tiempos en que los portugueses pelearon contra los holandeses en la batalla de Guaxenduba, y ella los ayudó transformando la arena en pólvora. También el teatro Arthur Azevedo, el Largo dos Amores, el beco Catarina Mina y las gárgolas de la fuente do Ribeirao, construida en un vasto patio de piedras y protegido por paredes.
Gracias al olvido
La homogeneidad del centro de São Luís no es casual, pero se trata de "una desgracia con suerte". Hacia 1850, cuando la industria del algodón empezó a decaer, la región entró en un rápido deterioro y se adueñó de la ciudad un lamentable abandono. Al olvido, justamente, se debe la preservación del acervo arquitectónico local.
A mediados de los 80, el turismo europeo comenzó a mirar el conjunto con otros ojos, y en 1997 el centro fue declarado Patrimonio de la Humanidad. Los edificios históricos –más de 3.500 (número muchísimo mayor al que puede arrojar el casco antiguo de Ouro Preto o el Pelourinho de Bahía)– comenzaron a ser recuperados.
Fiestas juninas
Las tradiciones y fiestas culturales del norte también aportaron su granito de arena en la configuración de este nuevo destino. En junio se celebra el Bumba Meu Boi. Evoca los tiempos de la esclavitud, a través de una interesante mezcla de cultura negra, música y viejos hábitos "vaqueiros". Cuenta la leyenda que en pleno ciclo del cuero de las fazendas de hace 200 años, la negra Catirina, embarazada, tuvo antojo de comer la lengua del buey preferido del patrón. Su marido, el esclavo Chico, intentó disuadirla ofreciéndole otras opciones. Pero no. Tenía que ser la lengua de ese buey, y Chico la obtuvo para ella. El animal empezó a debilitarse hasta morir y el patrón indignado, juró hacerle correr la misma suerte. Entonces Chico pidió ayuda a los curanderos, y el buey resucitó. Esta clara alusión a la pasión de Jesucristo, es representada desde entonces cada año por más de 300 grupos folclóricos locales (Mirinzal, Guimarães, Central son algunos de ellos). Cada uno se divide según el lugar del que proviene y el instrumento o "sotaque" que toca (zabumba, matraca, pandeiro, etc). Algunos pagan promesa cosiendo y bordando los bueyes (bois), otros actuando o haciendo música. Pero todos se reúnen al pie del "mourão", el árbol en el que mueren los bois, cuando son cortados en pedacitos y llevados como recuerdo por los participantes.