1) TEHOTIHUACÁN
Los mayas y los aztecas no son lo mismo. Los tehotihuacanos tampoco. Fueron una de las culturas más importantes de Mesoamérica, que llegó a tener 170 mil habitantes y una influencia extendida a todo el altiplano mexicano. Su origen sigue siendo un enigma. También su desaparición, previa a la llegada de los españoles, hacia el año 700 d.C. Cuando los aztecas empezaron a interesarse en ellos, Tehotihuacán, la "ciudad de los dioses", llevaba siglos deshabitada.
Imposible no deslumbrarse con esta monumental ciudadela ubicada a 45 km al noreste del DF, dominada por dos pirámides –la del Sol y la de la Luna– que se conectan a través de la Calzada de los Muertos. Y por el Templo de Quetzalcóatl, con cabezas de serpientes emplumadas que salen de sus paredes y parecen moverse entre caracoles marinos.
Los tehotihuacanos, que no sabían escribir y estaban aislados en este valle, supieron diseñar sistemas de drenaje y tener conocimientos astronómicos y matemáticos sofisticados. Además, pintaron murales coloridos con figuras de pumas, pájaros con flores, coyotes y guerreros que el mismo David Siqueiros hubiera envidiado.
2) XOCHIMILCO
Para las familias locales, esta zona de lagos es una clásica escapada de domingo. Se llevan sus propios víveres y se suben en dulce montón, hasta con perros, a unas barcas de madera llamadas trajineras, pintadas de colores y con nombres de mujeres, que recorren los canales y chinampas (jardines flotantes), casi pegadas unas con otras. Hasta en el agua hay tráfico en el DF; se chocan las lanchas y se superponen las trompetas y violines de los grupos de mariachis que ofrecen sus rancheras barca a barca.
Flotan las declaraciones de amor, las despedidas de soltero o el cumpleaños del abuelo, mientras los remeros se las ingenian para abrirse paso y cuentan historias del lugar, como la de un isleño que cuelga muñecas de los árboles para estimular la fertilidad de la tierra.
Lejos de ser un paseo bucólico, es chillón y alegre, populoso a lo mexicano. Junto a las trajineras, pasan canoas de vendedores de comida, sombreros, plantas, flores y mantas. Cómo se las arreglan para preparar un plato y esquivar la marea de lanchas al mismo tiempo, es un misterio. Está prohibido nadar en los canales, pero no falta el borracho o despistado que se cae al agua.
3) POLANCO
El museo Soumaya es la excusa para visitar Polanco, una burbuja de gente despreocupada que se pasea con bolsas de marca o se baja de camionetas blindadas con guardaespaldas. Una coqueta mezcla de embajadas, delis estilo neoyorquino, hoteles boutique y los restaurantes más exclusivos de la ciudad, como los que están frente al Parque Lincoln. Para los mexicanos, Polanco es "fresa" (cheto). Caminando la avenida Presidente Masaryk, uno se siente en Miami o Beverly Hills; es normal ver varias Harley Davidson estacionadas en una misma cuadra.
El Soumaya, ubicado en la Plaza Carso, no desentona. Al contrario. Si algo caracteriza al museo del magnate mexicano Carlos Slim dedicado a su difunta esposa Soumaya Domit, es el exceso. Por su estructura metálica compuesta de 16 mil hexágonos brillantes que se asemeja a una colmena o a una ola gigante y ondulada a punto de romper. Y por su colección privada de arte, la más grande de Latinoamérica, con seis mil piezas (apenas el 10% de la total). Hablamos de unas 65 mil piezas de arte, y no de cualquier arte, que están en manos de una sola persona, del hombre más rico del mundo, cuando no lo desbanca Bill Gates.
Al segundo acervo de Rodin más importante fuera de Francia –que incluye obras cumbre del escultor francés, como Las Tres Sombras, El Beso y El Pensador– se suman esculturas de Dalí y pinturas de Diego Rivera, Picasso, Miró, Rubens, Dégas, Monet, Renoir, El Greco. Todos juntos en un mismo banquete y gratis.
4) LUCHA LIBRE
Tiemblan las gradas de la Arena de México cuando se suben al ring los enmascarados de pecho macizo y depilado, calzas e identidades secretas. Es un clima de cancha, pero más familiar. Los mexicanos alientan a sus ídolos mientras comen palomitas y toman cerveza. En una especie de catarsis colectiva, dicen acá todo lo que no se animarían a decir en su casa o en su trabajo. Pese a la advertencia del volante que reparten en la entrada con los combates de la fecha –Se prohíbe pronunciar palabras obscenas durante el espectáculo–, adentro se escuchan todo tipo de insultos y arengas subidas de tono.
El público sabe a quién querer y a quién odiar y los luchadores se hacen cargo del rol que les toca. Están los "rudos" y los "técnicos". Los primeros son los villanos, crueles y arrogantes. Su función es ganarse el desprecio. Los segundos son los héroes, los moralmente correctos. El Santo, Blue Demon y Mil Máscaras fueron los luchadores más legendarios. El ídolo de esta noche es Atlantis y, oh casualidad, resulta el ganador. El más silbado es el árbitro, un panzón de un metro cincuenta de alto con enterito negro de lycra brillante y cara de pocos amigos.
La lucha tiene componentes de melodrama. Hay tensión constante, el bien versus el mal, peligro de muerte y un morbo que aumenta con cada piña, acrobacia y salto fuera del ring.
No es puro teatro; no ganan siempre los buenos ni se retiran de la batalla sin un raspón. Más de una vez se dan tan fuerte que salen con la máscara ensangrentada. Dicen que un luchador perdió un ojo y otro se murió sobre el ring.
La máscara es todo para un luchador. Cuando se la sacan, se supone que no se la pueden volver a poner. A El Santo lo enterraron con la máscara puesta. Ahora sigue peleando su hijo. La dinastía luchadora no se detiene.
5) PASEO DE LA REFORMA
En El Ángel se festejan los triunfos de la selección mexicana de fútbol. Se sacan fotos las quinceañeras en sus escalinatas y los domingos se cierra la rotonda que lo rodea durante el "ciclotón", para que los ciclistas hagan suyo el cemento que siempre es de los autos.
Símbolo de la capital, se llama Monumento a la Independencia, una columna estilo romana de 90 metros de alto rematada por una estatua hueca de bronce con las alas abiertas. Lo inauguró el ex presidente Porfirio Díaz para el centenario de la independencia mexicana, en 1910. El Ángel es el corazón del Paseo de la Reforma, un bulevar ancho y elegante rodeado de edificios espejados, bancos, hoteles de lujo, monumentos y jacarandás.
6) MERCADO DE SONORA
Hay que vivirlo más que explicarlo a este zoco de la colonia Merced Balbuena. También se lo conoce como el "mercado de los brujos", porque su especialidad son las hierbas y los productos esotéricos. Sus pasillos huelen a palo santo y yuyos, caminados por santeros en túnica blanca que ofrecen pócimas infalibles para atraer el amor o para curar algún mal.
En este rincón surrealista también una señora le prueba a su hijito un traje de Shrek y los vecinos compran nopales y verduras. Se intercalan puestos de cotillón, cerámica y antigüedades. El sector central está dedicado a la venta de animales vivos: gallos de riña, pollitos, ratas, palomas, tucanes, loros, patos, conejos, hámsters y ovejas, mezclados con cachorros de raza amontonados en jaulas y peceras enormes. Sensibles a los olores, mejor abstenerse.
En la zona de "los místicos" hay lociones contra la envidia, serpientes secas, polvos "destrancadores", velas anti todo, flores de buganvilia para la tos, hierba de sapo para el colesterol y ojos de venado para protegerse del mal de ojo. "Vienen a consultar por el amor, para conseguir pareja o para romper una unión", cuenta Fausto "el chamán", uno de los más buscados. Le dicen, por ejemplo, "mi marido me está engañando, pero quiero que se quede conmigo". Cobra cien pesos mexicanos la consulta detrás de una cortinita y dice que hasta ahora no ha tenido quejas, pero nunca revela sus métodos.
7) LA LUPITA
¿Por qué el principal santuario de México está al pie del cerro Tepeyac y no en el centro histórico de la ciudad? Fue acá donde el indio Juan Diego vio la imagen de la Virgen de Guadalupe, la Virgen Morena o La Lupita, la gran adorada de este pueblo.
El verdadero milagro es que la antigua Basílica se mantenga en pie. Varios terremotos le hundieron el piso, le dejaron su fachada barroca inclinada hacia adelante, las puertas torcidas y la torre del campanario hacia un costado, como la Torre de Pisa.
Por eso se construyó al lado una nueva iglesia en 1976, diseñada por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, el mismo que hizo el Estadio Azteca. Moderna y de planta circular, como una gran carpa de circo, tiene una sola nave central sin columnas. A un costado está la imagen de La Lupita, un lienzo enmarcado que se ve desde una cinta transportadora que pasa por abajo que obliga a avanzar. El "apuro" a los fieles tiene sentido: el templo es el segundo más visitado del mundo, después del Vaticano.
8) LA CASA AZUL DE FRIDA
Entre los muros de la Casa Azul de Coyoacán, Frida Kahlo (1907-1954) construyó su mundo y expandió su espíritu creador, enfrentó sus sufrimientos y vivió un amor turbulento y profundo con el gran Diego Rivera, 20 años mayor y el doble de talla que ella.
El accidente sufrido a los 18 años con un tranvía que le dejó roturas en la columna y 30 operaciones que no pudieron evitar su invalidez, también le abrió la puerta al arte. La pintura fue su canal para sublimar la angustia de la inmovilidad y las heridas. Se dedicó a plasmar su vida en el lienzo. Sus cuadros son su biografía. Aunque la mayoría está en manos de coleccionistas, acá quedan algunos de los más significativos con sus dos grandes obsesiones: el autorretato y la infertilidad.
Fue comunista, fumadora y bebedora de tequila. Le encantaban los perros aztecas y los chistes subidos de tono. Fue bisexual y entre sus amantes estuvo León Trotsky. Pero su gran amor fue Rivera. Le llegó a perdonar una infidelidad con su propia hermana, Cristina. Después de estar separados por un año, volvieron a casarse. En el comedor de la casa hay dos relojes pintados por ella que reflejan esos momentos. El primero dice "se rompieron las horas" y el otro marca la hora del reencuentro. Frida decía que sufrió dos accidentes en su vida; uno, el tranvía, y el otro fue Diego.
Tal como ella los dejó, están su cama con espejo en el techo, la biblioteca, su silla de ruedas, los pinceles y el caballete de madera que le regaló Rockefeller. Su último cuadro también se exhibe. Son unas sandías cortadas y tienen la inscripción "Viva la vida".
9) MUSEO DE ANTROPOLOGÍA
Todos querrían tener un museo así en su ciudad. Ni la escuela ni los libros les deben haber transmitido a los chicos que vienen de excursión la grandeza de los mayas y los toltecas como lo hacen las piezas arqueológicas que se concentran en este edificio, proyectado por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez.
Acá pueden mirar de frente a la máscara de jade del gobernante maya Pakal y el tesoro de su tumba, la piedra del sol que identifica a los mexicas (mal llamado calendario azteca), la cabeza colosal olmeca o a Coatlicue, la diosa madre, la Pachamama.
Además de un poco de envidia, este museo suele generar un enorme respeto. Por las culturas que habitaron esta tierra, por su legado, su diversidad y por el pueblo mexicano que supo honrarlo. Viva México, sí.
La multiculturalidad está vigente. No se quedó en estas piedras milenarias. Hoy siguen existiendo 59 etnias en el país. Sólo en Oaxaca y Chiapas viven 37. Y en el museo se representan todas, éstas y las de antes.
10) EL ZÓCALO
Cuesta imaginar que en este mismo lugar se levantaban los templos de Tenochtitlán, la capital azteca. La modernidad se fue imponiendo y los principales vestigios de este imperio se hallaron mientras construían el subte. La gran parte quedó enterrada. El Palacio Nacional está encima de lo que fue el palacio del emperador Moctezuma y ahora alberga los espléndidos murales de Diego Rivera. Lo que sobresale es el Templo Mayor, en donde se realizaban sacrificios humanos.
Pero el asedio y la destrucción de los conquistadores no acabaron con la voluntad de un urbanismo superlativo. Prueba de ello son edificios como el Palacio de Bellas Artes con su telón de vidrio diseñado por Tiffany o los dos mejores ejemplos del Art Nouveau, el edificio central de Correos y el Gran Hotel.
Además de las muchedumbres que van y vienen, los turistas y los vendedores ambulantes, hay dos protagonistas fundamentales de este paisaje urbano: los lustrabotas y los organilleros. A los primeros se los llama "boleros". Siempre hay al menos uno por cuadra y aprovechan los tolditos que cubren los sillones para poner publicidades. Organilleros hay menos, es un oficio en extinción. Se los ve en las esquinas girando la palanquita de los intrumentos, que son como una gran caja musical. Esas pocas melodías que transportan a la infancia y resuenan a cada paso son una postal nostálgica que acompaña bien la recorrida por estas calles históricas.