Si seguimos plantando árboles
Hoy termina agosto. Puede que no sea una noticia de último momento, pero para uno, que nació despistado y necesita mirar el calendario al menos dos veces para estar seguro de que sí, es miércoles 31 del octavo mes del año 2022, es un datazo, como se dice ahora. Neologismo potente, debo admitir, pese a ser reacio a los neologismos.
El invierno fue horriblemente seco. El productor lo sabe de sobra, y duele en todo el cuerpo. Apenas hizo frío y hace meses que no llueve de verdad. Pero mañana será septiembre, y tal vez tengamos una primavera más benéfica. En todo caso, pronto tendremos una primavera. No es poco.
Esperanza. Eso es lo que les digo a los que, persuadidos de que existe algo así como la mano verde, me piden consejo para sus jardines y huertas. En esto de llevarse bien con la naturaleza la esperanza es la herramienta principal. Por eso, un poco antes de despedirnos de agosto, me permití la insolencia de plantar una higuera, un nuevo limonero y una vid del varietal torrontés. Ya tenemos una cabernet sauvignon de linaje noble. Se llama Parri. A la nueva le pusimos Rita. Es demasiado breve la vida para ponerse solemne.
Siempre quise tener una higuera, no solo por sus frutos, que me prometieron que empezará a ofrecer este mismo verano (de ser verdad, le garanticé a quien formuló tan osado augurio una caja de buen vino), sino por su valor simbólico. Buda alcanzó la iluminación meditando bajo un tipo de higuera conocida como Ficus religiosa. El ejemplar original fue destruido, pero uno de sus vástagos se plantó en 288 antes de Cristo, y hoy es el árbol vivo más antiguo cuya fecha de plantación por humanos se conoce. En rigor, es la angiosperma más antigua. Pero dejemos esos detalles. Las domésticas, de higos comestibles (Ficus carica), viven mucho menos: entre 50 y 75 años, según algunas fuentes, y entre 50 y 75, según otras.
Abruma la experiencia de ver por fin el nuevo arbolito erguido en el mundo. En unos pocos años empezará a convertirse en otro de estos gigantes gentiles en cuyo follaje reside una de las posibles soluciones para revertir el cambio climático. Las higueras crecen lento, sin embargo. Esperar, esperanza, espera.
Con el primer limonero cometí un error de principiante. Alguien sabio me dijo una vez: esto de las plantas se hace con dos cosas, agua y luz. Y resulta que, para evitarle el inquietante sol que hay aquí en enero, lo ubiqué algo resguardado, del lado oeste del campito, como llamo a mi jardín. Anoten: hay plantas que necesitan el sol de la mañana. Así que eso no terminó bien. Vamos por la toma dos, muy a mi pesar. Pero esta historia deja una lección. Proteger en exceso es una mala idea.
Con el ciprés de los pantanos, la araucaria, el ceibo, el laurel –que ya llegó a los tres metros y medio y que, poda mediante, floreció con desparpajo–, más el nuevo limonero, la higuera y las dos vides, ya estamos cerca del límite de lo que es lícito tener en un lote de estas dimensiones. Uno aprende a golpes que plantar un árbol es una acción que se ejecuta en el futuro. Es menester ejercer la imaginación y visualizarlo adulto. Si es necesario, como hice con mi araucaria, hay que medir rigurosamente las distancias como si ya fuera un árbol de cien años. Salvo casos raros, nos trascenderán, y ese tronco flaquito un día superará el metro y medio de diámetro. Así que aparte de la esperanza, es necesario ejercer la imaginación.
Hoy tenemos algo llamado internet, que no existía cuando tenía 9 años y planté mi primera semilla –un manzano–, así que recomiendo, en lugar de apresurarse a plantar, buscar el lugar correcto, considerar el porte final y averiguar los requerimientos del recién llegado, para no meter la pata. Por ejemplo, a las higueras no les gustan los fertilizantes, leo por ahí. En realidad, es un poquito más complejo. Sigo investigando, que es de lo más atractivo que tiene esto. Nunca dejás de aprender.
Termina agosto hoy. Un mal año, olvidable, arisco. Pero ya vendrán tiempos mejores. Sobre todo, si seguimos plantando árboles. Si sabemos esperar. Si usamos la cabeza. Y si confiamos en nuestra imaginación.