Dejó Ellerstina en medio de su divorcio, quería volver a sentir la adrenalina de triunfar y La Natividad le brindó lo que necesitaba. Además, recuperó los 10 goles. Lo que más rescata es la ola de cariño que recibió de la gente
Se aisló de los festejos, de la locura desatada. Diez minutos después de coronar el campeonato con un gol, el último, a pocos segundos de la campana, Facundo Pieres estaba sentado en el palenque, con sus hijos en brazos. Veía sin mirar, oía sin escuchar, con la felicidad pintada en cara como pocas veces antes, como ninguna en algo más de una década de Abiertos. Sólo él y su familia sabían de los momentos complicados que atravesó, sobre todo en el plano personal. Y sólo él era capaz de transmitir tamaña felicidad, semejante alivio, quizá no con palabras, sí con la mirada, transparente, brillosa; sí con la sonrisa, espontánea, generosa, de oreja a oreja.
Esa imagen tenía una razón, una explicación. Se la dio Facundo a LA NACION unos días después, cuando la euforia bajó, la serenidad recuperó espacio y la reflexión ganó su lugar.
“¡Fue increíble! La alegría que sentí personalmente, de tener a toda mi familia ahí, a mis hermanos. Ver a mi hermano Nico, lo emocionado y contento que estaba por mí. A mis hermanas, a mis cuñados, tener a mis hijos… Y sentir el cariño de todos ellos. ¡Ufff! Te diría que fue la misma alegría que sentí en el momento que tocaron la última campana y ganamos. Fue una de las cosas más importantes que me pasó: poder ganar otra vez el Abierto. Obviamente que ganar es lindo, pero en definitiva es ganar algo. Lo más importante es sentir el cariño de la gente, de mi familia, de mis amigos, de los que laburan conmigo. Incluso el cariño del equipo nuestro, de La Natividad, quienes eran conscientes de las cosas por las que yo estaba pasando. Sentí todo ese afecto de ellos. Era como que sabían lo que significaba para mí todo eso. Y esa demostración de afecto y cariño, te lo aseguro, es de las cosas que más contento me dejan de lo vivido este año”.
"Hubo un montón de cosas que hicieron darme cuenta que yo precisaba cambios, ¿no? Bueno, tuve un divorcio en el medio, que es de las cosas más difíciles que me tocó pasar en mi vida. Y atrás del divorcio vino el cambio del equipo, dejar a los chicos. El impacto no fue tan importante como el del divorcio, pero siento que fue igual de fuerte. Entonces me puse a escucharme a mí mismo y me di cuenta qué es lo que yo quería cambiar"
Facundo Pieres, sobre la ida de Ellerstina
–Al terminar la temporada pasada, tomaste una decisión sorpresiva: dejar Ellerstina, el equipo familiar. Una decisión compleja, considerando lo unidos que son ustedes. ¿Por qué la tomaste? ¿Te costó mucho?
–Decidí arrancar un proyecto totalmente nuevo para mí. Y a su vez, desarmar algo que teníamos desde hacía un montón de años, desde que empezó mi carrera. Tomar esa decisión y estar convencido, bien seguro de lo que estaba haciendo, me llevó bastante tiempo y me costó mucho hacerlo. La verdad, estaba atravesando una etapa de mi vida en general en la cual me di cuenta que necesitaba hacer cambios, hacer cosas distintas y buscar nuevas motivaciones. Buscaba cambios, claramente, porque yo, en mi interior, no me sentía cómodo en muchas cosas. Obviamente cosas personales, y también polísticas. Y se me vino todo junto, todo junto. Eso fue lo más duro y difícil, porque tener que hacer tantos cambios de un día para el otro me resultó durísimo y me costó cantidad. Pero bueno, siempre actué pensando para adelante, ¿no?, positivamente. Buscando cambios con el objetivo de estar mejor y con la idea de hacer las cosas mejor.
–¿Venías pensándolo o tomaste la decisión una vez terminada la temporada?
–Lo venía pensando, pero no tanto. Una cosa me llevó a la otra, un cambio me llevó al otro... Hubo un montón de cosas que hicieron darme cuenta que yo precisaba cambios, ¿no? Bueno, tuve un divorcio en el medio, que es de las cosas más difíciles que me tocó pasar en mi vida. Y atrás del divorcio vino el cambio del equipo, dejar a los chicos. El impacto no fue tan importante como el del divorcio, pero siento que fue igual de fuerte… Veinte años jugué con Ellerstina, veinte años jugué con Gonza, diez años o doce con Nico… Y creo que una cosa me fue llevando a la otra. En cuanto cambié algo, me dije, bueno, ya que estoy aprovecho, porque realmente tengo que hacer las cosas que siento que tengo que hacer. Entonces me puse a escucharme a mí mismo y me di cuenta qué es lo que yo quería cambiar. La ficha me cayó apenas terminó el Abierto… Entendí que lo que más necesitaba yo del equipo era una motivación nueva y creí que no me la podía dar. Quería buscar algo que me llevara a estar motivado, a querer ir para adelante, a querer mejorar, a querer seguir comprando caballos, a querer montarme mejor, a querer entrenar… A todo.
–Y apareció La Natividad. ¿Cómo fue tu llegada al equipo de los Castagnola? ¿Te habían llamado o saliste de Ellerstina sin tener nada conversado?
–Lo primero que hice fue decidir que no seguía en Ellerstina, comunicárselo a mis hermanos, y entonces buscar distintas opciones, distintas alternativas para ver qué hacer. Ahí arrancó la movida. Empezaron a moverse las fichas: que este equipo se desarma, que no se desarma… En esos momentos tuve una charla con los chicos Castagnola (Barto y Jeta) y con el Lolo (su padre), porque existía una posibilidad, pero nada muy concreto. Después, ellos lo analizaron bien al asunto y les pareció una buena idea que yo me sumara. Y por otro lado yo también venía hablando con Pablo (Mac Donough, que lideró La Irenita), porque si lo de La Natividad no se concretaba, podía llegar a hacer algo con Pablo, y bueno, ahí encajaron todas las piezas. Pablo también estaba para sumarse, a Barto y a Jeta también les divertía jugar con él y se armó el equipo.
La emoción del final por la consagración
–El cierre fue de película. Tomaste la bocha a 130 yardas del arco, más o menos, y corriste hacia el arco, mirando el reloj, sabiendo que quedaban 30 segundos y que con ese gol eran campeones. El final soñado.
–Sí, obvio que sí… El final soñado. Me lo imaginé. Fue de las cosas que más me imaginé en mi vida, desde que era chiquito y soñaba con ganar Palermo… Me imaginaba poder hacer algo así, o ganar con un gol en un chukker suplementario, o ganar con una corrida como esta. Yo creo que todo jugador de polo debe soñarlo, debe imaginárselo y obviamente yo me lo imaginé miles y miles de veces. “¡Qué linda debe ser esa sensación!”, pensaba. Y me pasó, la sentí, la viví. Igual, no es más que eso, eh. En definitiva no es más que esa sensación, un muy lindo recuerdo que me durará toda la vida. Mucho más importante es la conexión lograda con el equipo, poder ganar, poder ganar con ellos, con Pablo de vuelta… Hay muchas cosas muy fuertes que me pasaron en este Abierto.
–Por lo que contás, pareciera que al ganar este Abierto sentiste distintas emociones a las sentidas en los triunfos con Ellerstina. ¿Es así?
–No, todos los triunfos son buenísimos y en todos sentís cosas increíbles. El primer Palermo lo tengo muy presente porque era la primera vez; después porque se consiguió la Triple Corona de 2010 y era nuestro último año juntos con Pablo (Mac Donough) y Juanma (Nero), ese fue también muy emotivo; el otro porque ganamos con Nico y con Mariano (Aguerre) y quedaba todo en familia. Y éste de ahora, un poco lo mismo, habían pasado once años sin que yo pudiera ganar Palermo y sentía que se me iban años muy importantes de mi carrera. Tenía la sensación que podía haber ganado más Abiertos y no se me daba. Entonces, conseguirlo una vez más, fue nuevamente una emoción fuerte. No sé si se compara con las otras, pero esta vez significó un desahogo y una alegría inmensa.
–En su momento desarmaron el equipo de 40 goles (Facundo, Gonzalo, Mac Donough y Nero) para darle la oportunidad a Nico, una decisión algo polémica, pero valiente. ¿Creés que esa decisión, que terminó con la ida de Pablo y Juanma a La Dolfina, nada menos, marcó un antes y un después en la historia de Ellerstina?
–No sé. Puede ser… Puede ser que sí, puede ser que no. Nunca se sabe. Obviamente es difícil hablar ahora, uno se puede imaginar cosas, qué pudo haber pasado. Lo que sí te puedo decir es que nosotros estábamos totalmente felices y convencidos de darle la oportunidad a Nico, así como la tuvo Gonza en su momento, así como Gonza me la dio a mí después. Nosotros, ante todo, somos una familia, nos queremos y pretendemos y deseamos lo mejor para todos, y Nico ya estaba en condiciones de jugar. En el polo pasa mucho que uno puede ser muy buen jugador, pero también es cierto que jugar en equipos buenos y en ese nivel tan alto, te hace crecer, mejorar, y en ese momento de su vida, Nico estaba preparado para entrar en Ellerstina y necesitaba la oportunidad de jugar. Además, en algún momento nosotros le íbamos a dar la oportunidad a Nico.
¿Podríamos haber seguido un par de años más con Pablo y Juanma? Capaz que sí, uno, dos, tres, cuatro Abiertos más, puede ser: Y por ahí, Nico podría haber hecho su camino en otro lado y después sumarse a Ellerstina, pero nunca sabés qué puede pasar. Enfrente teníamos un equipazo como La Dolfina y nadie te aseguraba que ganaríamos sí o sí con Pablo y Juanma. Siempre esos partidos eran muy ajustados, parejos, no es que teníamos cuatro Abiertos más asegurados, no. La verdad, no te puedo decir eso. Y por otro lado, como te dije, yo tengo menos Abiertos de los que podría tener, pero las sensaciones y las cosas que experimenté y viví en aquel Palermo que ganamos con Nico y con Mariano, fueron tan fuertes… Son cosas que me van a quedar para toda la vida.
–Tampoco resulta tan sencillo ganar el Abierto. Hay un montón de ejemplos de grandísimos polistas que apenas ganaron uno o directamente ninguno, y vos ya llevás cuatro.
–Es muy difícil ganar, claro. Pero yo sentía que podía ganar más Abiertos de los que estaba ganando y entonces por eso también tomé esta decisión de decir: “Bueno, quiero buscar algo distinto, quiero motivarme distinto, quiero sentir de vuelta esa adrenalina de llegar a la final, vivir la semana previa a ese partido de Palermo”, que es aquel que todo jugador de polo está esperando desde que comienza el año y el que sueña todo el tiempo. Y bueno, yo quería eso, buscaba eso… Lo necesitaba.
“Con La Natividad iremos año a año”
–¿Te pusiste un plazo estimativo para jugar en La Natividad?
–No hay plazo. Nunca hablamos de nada de eso. Acabamos de decidir jugar juntos otra temporada e iremos viendo año a año. Yo creo que no debemos hacer ningún tipo de lazos que después te pongan incómodo. Ellos, Barto y Jeta, son chicos, tienen que estar abiertos a jugar al polo con quienes ellos quieran y sean felices. Hoy somos nosotros, Pablo y yo, y tenemos la felicidad de poder repetir la experiencia en 2024. Dios quiera que podamos seguir creciendo, jugando mejor y ganar otra vez… Pero la verdad, yo quiero jugar al polo y que ellos también jueguen conmigo si realmente es lo que todos queremos. Yo, encantado. Ahora, tener que jugar tres años seguidos porque hiciste un arreglo, pasó un año y no sabés si querés seguir, eso ya rompe algo en el equipo y no me gusta.
–Les tocó ganar la final, pero, si perdían, ¿hubiese sido otro golpe duro para vos?
–Es complicado hablar con el diario del lunes… No lo sé porque no pasó.
–¿Se hubiese desarmado el equipo?
–Tampoco lo sé. No tengo ni idea… Mirá… Creo que sí, que hubiese sido un golpe durísimo. Grupalmente hablando, como equipo, y en lo personal, también, sin dudas… Pero por suerte hoy la película es distinta.
–Por las redes circula un video en el que aparentemente, porque no se ve del todo bien, Adolfito saluda a todos en el podio menos a vos. Te saludó, al subir y al bajar, ¿no es cierto?
–Sí, me saludó. Creo que se ve mal en el video, porque estamos un poco tapados un jugador con otro, pero sí, nos saludamos los ocho jugadores. Al terminar el partido yo me quedé con una sensación fea por no haber podido saludarlo adentro de la cancha. En el momento de la euforia, una vez que me bajé del caballo y ya en el palenque, quedé lejos. Quise ir a saludar pero estábamos muy lejos, rodeados de una multitud, pero no pasó nada. Fue un partido muy, muy limpio, muy sano, no hubo ni un roce, nada. Además, yo tengo buena onda con los cuatro, en especial con Juanma.
–¿Te sorprendió la salida de Nicolás de Ellerstina?
–No. Lo de Nico es un poco parecido a lo mío. Yo creo que está bueno que él pueda encontrar lo mismo que encontré yo afuera de Ellerstina: una motivación distinta, que pueda juntarse con jugadores jóvenes y armar un proyecto, como pude hacerlo yo. Lo que pasó conmigo, en realidad, pasó con los tres. En Ellerstina formamos un equipo con el cual siempre estuvimos peleando cosas importantes y de repente se nos empezó a poner cuesta arriba el camino. Ya la conexión adentro de la cancha, entre nosotros, entre los tres, juntos, no entre Gonza y yo o Nico y yo, entre los tres, se fue desgastando un poco. A lo mejor por no conseguir tantos resultados, cosa que no nos hacía bien, ¿viste? Hablo de perder finales. Y eso nos fue desgastando. Por eso creo que a Nico le pasó algo así, como a mí.
Nico necesita buscar algo nuevo y yo creo que Gonzalito también: una motivación diferente, algo nuevo, jugar con gente que les divierta, pasarla bien. O armar equipos para ganar. Le va a venir bien a Nico y a Gonza también. Después, viste como es esto… Hoy los proyectos son cortos, no sabés cuánto duran. Ojalá que sean largos. Ojalá que Nico pueda armar un buen equipo con Beltrán Laulhé, Lorenzo Chavanne y Mati Torres Zavaleta, y jueguen seis, ocho, diez años, quince años, lo que sea, y lo disfrute… Quiero que a Nico y a Gonza les vaya bien y que estén contentos. Eso es lo que más quiero.
–¿Nunca pensaron en hacer dos Ellerstina, equipos alternativos, para no salir de la organización?
–Al ser hermanos nunca lo habíamos pensado. Pero sí, podría haber sido una opción durante algún tiempo, incluso pudo haber sido una solución a varias cosas. Lo que pasa es que en el mundo del polo, y por nosotros mismos, los jugadores, se habla de una palabra, presión, y nos presionamos un poquito, ¿eh? Me da esa sensación. Nosotros, obviamente, éramos Ellerstina, con todo lo que implica una organización de punta, y estábamos como obligados a salir campeones, pero la realidad es que cuando se arma La Dolfina, con Adolfito, Pelón, Pablo y Juanma, se arma un equipazo total. Ahí se habían juntado cuatro de los mejores cinco, seis, siete mejores jugadores del mundo, y competir contra ese equipo, para nosotros, fue muy duro, muy difícil. Y eso que estuvimos más de una vez cerca de ganarles, lo hicimos en algún Tortugas, en Hurlingham…
Si yo tiro la película un poco para atrás, me pongo a pensar y digo: “La verdad, contra ellos perder era lo normal, haberle hecho tan buenos partidos varias veces y ganarles en ocasiones, se tendría que haber vivido y disfrutado con otra alegría, ¿no?”. Como equipo que éramos, te digo, personalmente no porque yo quería ganar. Pero como equipo creo que ahí se fue un poco injusto con Ellerstina y nosotros también, ¿eh? Como estaba armado Ellerstina, si no ganabas, internamente se vivía como un fracaso y eso estaba mal, no era un fracaso, nunca debió vivirse como un fracaso. Porque las veces que les tocó a otros rivales enfrentarlos, perdieron por más diferencia, y nosotros, quieras o no, siempre les hacíamos partido, muy equilibrados y con definiciones en chukker suplementario. Hubo dos o tres finales que las podríamos haber ganado. Y personalmente, me pasaba que después de haber perdido tanto, once años sin ganar el Abierto, tenía una sensación de incomodidad y quería cambiarla. Por eso busqué los cambios.
Barto y Jeta, pero de compañeros
–Verlos a Barto y a Jeta desde afuera es una cosa y enfrentarlos es otra. ¿Cómo es tenerlos de compañeros?
–Es un lujo. Tenerlos de compañeros es un lujo y lo disfruto. Las cosas que hacen adentro de la cancha no se pueden creer. Pero con lo que más me quedo es cómo disfrutan. Los veo jugar y me hacen acordar a mí, a las sensaciones que yo tenía a los 20 años, que eran un poco las mismas sensaciones: estás jugando al polo, que es lo que te gusta, y lo disfrutás al máximo. Porque a esa edad no tenés presión y sentís que te vas a comer el mundo. Esa sensación siento yo, que es la que ellos sienten. Ellos viven en Cañuelas, Pablo y yo en Pilar, y tener que empezar a viajar muchas veces para Cañuelas, a jugar prácticas, a juntarnos, para mí era un programón, era divertido, porque no nos veíamos todos los días. Esa parte me pareció muy buena y ayudó a armar el equipo. Yo estaba acostumbrado a otra cosa, a estar en Ellerstina y verme con mis hermanos todos los días, todo el tiempo. Esto de La Natividad fue distinto y también creo que me hizo muy bien. Me gustó mucho la sensación de subirme a un auto con Pablo, tomando mate, e ir a juntarnos con ellos allá, una o dos veces por semana. Es como que todas las prácticas y las reuniones las hacés con ganas, ¿entendés? Y los chicos Castagnola sienten eso, lo sienten así al polo.
También el Lolo, Camila, la madre… Y son unos compañerazos. Barto es impresionante lo que juega. Siempre quiere más, es un poco el más exigente del equipo y estimula al resto y nos lleva a que todos estemos con los dientes apretados y que juguemos mejor. Todo eso a mí me encanta. Y Jeta… Jeta es un poquito más tranquilo, en ese sentido, pero hace unas cosas impresionantes. Lo tenés en el equipo y sabés que cuando llegan los momentos decisivos del partido, el tipo puede hacer cualquier cosa. Entonces, tenerlo de compañero, es espectacular.
–¿Les vino bien perder aquel partido contra La Hache, en Palermo por la semi de Hulringham?
–No es que nos vino bien, te diría que fue la clave. Fue el momento bisagra de nuestra temporada, porque nos hizo darnos cuenta de muchas cosas. Nosotros veníamos jugando las prácticas de equipo y ya todo funcionaba y andaba bien. Entonces se decía que éramos un equipazo, imbatible, y se había generado como una burbuja. Y una pelota de presión o de cosas que por ahí no eran positivas para el equipo. Jugábamos con la carga de, “sos La Natividad, tenés que ganar”, “ganan seguro”, “son buenísimos” “si no ganan son un fracaso”… Y la realidad es que encaramos aquel partido contra La Hache pensando que lo íbamos a ganar y después nos dimos cuenta de que no. “Pará, pará, pará… Tenemos que trabajar mucho más para ganar, tenemos que trabajar mucho más para ser un equipo, porque jugando así a La Dolfina no le ganás, La Hache te gana y muy probablemente La Ensenada, en Palermo, también”. O sea… Había que jugar bien al polo y había que tener un funcionamiento y un sistema, y desde ese día lo empezamos a laburar muchísimo más. Cambiamos las posiciones, rotamos, y ahí empezó a andar el equipo
–En los cambios intervinieron Lolo y Nacho Novillo Astrada, el coach, ¿no?
–Sí. Todo fue entre los seis: las posiciones, cómo jugar, a qué jugar y qué es lo que cada uno tenía que hacer en la cancha.
"Obviamente que es muy lindo tener 10 goles, la sensación es muy linda, porque un 10 goles es un 10 goles, pero bueno, yo personalmente lo que más quería lograr era ganar Palermo. Y el handicap no me va a cambiar la vida. Yo quería sentir cosas adentro mío, cosas distintas y lo logré todo este año. Sólo voy a decir que así pude cerrar un año soñado."
Facundo Pieres y su ascenso a 10 goles
–¿Esperabas tu suba a 10 nuevamente?
–Mirá, te digo la verdad, así como en el momento en el que me bajaron no quise hablar, lo mismo me pasa ahora. Son decisiones que no dependen de mí y para serte ciento por ciento sincero, obviamente que es muy lindo tener 10 goles, la sensación es muy linda, porque un 10 goles es un 10 goles, pero bueno, yo personalmente lo que más quería lograr era ganar Palermo. Y el handicap no me va a cambiar la vida. Yo quería sentir cosas adentro mío, cosas distintas y lo logré todo este año. Sólo voy a decir que así pude cerrar un año soñado.
–A nivel personal, se te vio muy bien junto con Zaira Nara, que te acompañó en la mayoría de los partidos y de alguna manera fue parte de este nuevo ciclo. Y de a poco se fueron animando a los posteos en las redes.
–Estoy muy bien con Zaira, estamos juntos y contentos, disfrutando y pasándola bien, yendo de a poco porque los dos tenemos hijos y queremos ir de a poco por ellos.
Y Facundo cerró un año soñado. Feliz, aliviado, contenido, desahogado… Con la mirada transparente, aún brillosa. Con la sonrisa espontánea, generosa, todavía de oreja a oreja. Como la tarde de la consagración, cuando una corrida suya, de taqueo pulcro y un toque corto contra el arco del reloj, acabó con una década de frustraciones y le abrió un presente luminoso.
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