REALICÓ.- Por esas cuestiones de la Administración Pública, el mismo año que al Territorio Nacional de la Pampa Central le dibujaron definitivamente su contorno, su límite interprovincial, éste fue impuesto en aquel 1884,como Meridiano Vº de Buenos Aires. En esa condición federal que la naturaleza naturaliza, porque hace compartir aunque no se quiera, llega y pasa desde el Norte justo en ese sector, el río Quinto.
En el otro extremo geográfico, desde 1949 cuando el gobierno nacional dispuso por sobre el territorio pampeano (todavía no era provincia) la construcción en tierras mendocinas de los diques Los Nihuiles para regular el río Atuel, el Oeste poco a poco sintió resquebrajarse sus entrañas al aflorar cuarteadas en el cauce seco y ver que ramas que perdían su verdor, arrastraban en su grisura a familias, ranchos, puestos y sueños, para conformar un páramo de impotencia y olvido. Por los vericuetos de la propia historia aparece recurrente, la palabra de un viejo poblador oesteño que contaba cómo a fines de los años 30 cruzaba al bandido Juan Bautista Bairoletto en su bote y el agua le tapaba la panza al caballo. Así como cabe la mística en tanta desolación, La Pampa tradujo esa orfandad desde un principio. Pidió, recorrió estamentos oficiales e internacionales; el reclamo se hizo juicio donde se reconoció la interprovincialidad de ese río que se nutre con el deshielo de la porción sanjuanina de la Cordillera, cuyo fallo nadie respetó ni hizo cumplir hasta ahora, que devino en otro juicio a Mendoza.
Pone en evidencia el destino que la falta de peso político en el contexto nacional por no tener caudal electoral prohijó una lucha de décadas que resulta referencial; fue otra vez la sabiduría de la naturaleza, la que propone una mirada que invoca justicia. En las mediciones de este año del Atuel, en el paso de Los Vinchuqueros por donde el río ingresa en la provincia, un crecimiento con valores similares al año 2008, que "se dio en forma abrupta, intempestiva y sin aviso", complicó la situación a los puesteros de la zona. El Atuel de pronto azulaba el tono sepia del Oeste con desmesura.
En medio de tanta agua que se pierde, detrás de la ignominia que sufren todos los pampeanos, porque una parte inmensa de su territorio que tiene alma mineral soterrada está adormecida, la lluvia bautiza con sino agropecuario y emergen en la llanura espigas y mugidos con el mismo estoicismo con que se aferraron al suelo los que iniciaron el camino por sobre las rastrilladas indígenas, cobijados bajo los añosos caldenes, los que pusieron los rieles, los que ordeñaron de madrugada para dar de comer a sus hijos para pergeñar un lugar con cierta dignidad pudorosa y esquiva,casi chúcara, melancólica y a la vez generosa.
El agua está allí, por donde se la piense primero; por donde se la huele cuando sopla el viento; hasta en el ritual de chupar un pastito para saber si hay humedad. Parece un delirio pretender que se espeje en la retina un reflejo mojado donde confluyan las aguas del Este y el Oeste dispuestas a borrar los espectros del despoblamiento, quitar la sequedad de la boca, regar la simiente y desbaratar un capricho que los años no lograron doblegar. Los cíclicos devaneos del clima, con sus arrebatos y exteriorizaciones, abonan la esperanza. Sólo falta que los que deciden miren más hacia adentro.