Varias camadas de escritoras argentinas dejaron una huella imborrable en la literatura vernácula
Eduarda Mansilla, Juana Manuela Gorriti y Juana Manso son las primeras escritoras argentinas de trascendencia, durante el fértil siglo XIX. Sus temas más frecuentes –es oportuno señalarlo– fueron los de la patria y la tierra argentina. Sin embargo, de las tres solo la última recaló, a veces, en la poesía y, en este caso, sin referirla a lo telúrico. Veamos, en breve reseña, quiénes sí lo hicieron a partir de entonces.
Contemporánea de las nombradas fue la menos conocida Agustina Andrade. Era hija de Olegario V. Andrade y se dedicó a la poesía, el periodismo y la traducción de literatura italiana y francesa. Algunos de sus poemas refieren a lo nativo, como el que escribió en 1878 (tenía 17 años) dedicado al pájaro boyero: "¿Qué extrañas? ¿El sauce de frondas sonoras, / el claro arroyuelo de limpio cristal, / la tosca canoa que ataba el isleño, / con lazo de ibira, del verde juncal?" Agustina tuvo una vida breve y no llegó a conocer el siglo XX.
Sí se inició como poeta en la nueva centuria la bonaerense Isabel Cascallares Gutiérrez, que firmó con el seudónimo "Quena" y se volcó a una poesía de temática de nuestro noroeste, incluso con remedos de la oralidad coya: "Brota el ricuerdo / aunque no quero / aquí en el vaie / y aiá en los cerros; / junto a las piegras / qui’ ái en el riyo, / dentro ‘e las aguas / del riyo mismo."
En la década de 1920 la porteña Laura Piccinini –que tuvo una actividad intensa en el periodismo, la radio y el incipiente cine– se sumó a la corriente poética criollista y, en sonoras décimas se definió ella misma criolla: "Corre fecunda en mis venas, / en purísima amalgama, / sangre azul, sangre romana / y criolla sangre morena. / Puso su nota la pena / sobre mis trenzas obscuras, / y atavismo de armaduras / forjó en mi cuerpo su estampa. / Y una nostalgia de pampa / sombreó mi sien de amargura."
En los mismos años, la salteña Ema Solá (con ella cerramos las menciones a nacidas en el siglo XIX) publicó poemas de temática indígena, como "El erque" o "Los ranchitos". Dice el último: "Los pobres ranchitos que el indio trabaja, / primitivo artista de simple creación, / son como los nidos de barro y de paja, / y nidos, de lejos, parece que son."
Décadas después, la abundante generación poética del 40 sumó varias poetas . La santiagueña María Adela Agudo, vinculada al grupo norteño La Carpa, escribió, entonces, el poema "Guitarra criolla": "Mujer serás para siempre / guitarra de dulce nota; / mujer y estrella del gaucho / en la pampa trovadora."
A partir de los años 50, la canción nativa –luego llamada folklórica– dio escasa oportunidad a mujeres poetas, aunque al menos tres dejaron clásicos de oro en el cancionero popular. La catamarqueña Margarita Palacios –también intérprete y divulgadora de la gastronomía regional– escribió los versos de la muy conocida cueca "Recuerdo de mis valles", que musicalizó su hijo Kelo. Por esos años, Horacio Guarany compuso e interpretó una polca que empujó su carrera: "Pescador y guitarrero"; pocas veces se repara en que los versos pertenecen a la poeta y música Irma Lacroix (seudónimo de Irma Magdalena Abraín). Finalmente, a mediados de la década de 1960 la tucumana Marta Mendicute escribió y compuso la zamba "Que seas vos", de enorme popularidad, así como la letra de "A qué volver", musicalizada por Eduardo Falú.
Más tarde la canción popular se abrió a muchas otras mujeres letristas y poetas. Eladia Blázquez (antes de dedicarse al tango), Margarita Durán, María Elena Walsh, Suma Paz, Teresa Parodi, son algunas. Sus obras y figuras están, con seguridad, más frescas en la memoria del lector y presentes en la difusión actual.
En cuanto a las damas dedicadas al arte payadoril, no dejaremos de mencionar a Ruperta Fernández, cuya leyenda nos llega del siglo XIX; Aída Reina, a quien Gabino Ezeiza presentó como discípula en los primeros años del siglo XX, y a las actuales Marta Suint y Liliana Salvat, que encabezan una creciente nómina de payadoras.