Europa enfrenta los riesgos de tener su moneda fortalecida
La baja inflación y el euro están en la mira, mientras avanza una desigual recuperación
BRUSELAS.- Cuando Bill Gates entra a un bar, todos los parroquianos se vuelven estadísticamente millonarios; con la presencia de Gates, su renta per cápita sube de forma exponencial. La Comisión Europea presentó sus previsiones de primavera, en las que destaca ese mismo efecto Bill Gates: la recuperación se afianza en el continente -aunque es aún tímida y apenas da signos de mejora en lo laboral-, pero la salida del túnel va por barrios. La fractura norte-sur es cada vez más profunda.
La economía europea cuenta una historia de dos reactivaciones. Alemania y sus satélites viven una crisis estupenda; la periferia, a la que Francia e Italia empiezan a acercarse en algún capítulo, presenta cifras más grises, un alivio desesperadamente lento y un horizonte cargado de nubes. Tanto esos pronósticos de la Comisión como la reunión del Eurogrupo giraron en torno a algo parecido a meter un dedo en el ojo del jefe del BCE, Mario Draghi: el Ejecutivo comunitario y los socios del euro alertan sobre los efectos del largo período de baja inflación que viene y del fuerte tipo de cambio del euro, sobre la recuperación de baja intensidad.
Dentro de esa macedonia confusa que son las previsiones de la Comisión, cabe espigar media docena de cifras. La recuperación toma cuerpo (la eurozona crecerá 1,2% este año y 1,7% en 2015), pero esos números siguen lejos de los de EE.UU. "La reactivación ha echado raíces: los déficits bajan, las inversiones repuntan y lo más importante, la situación del empleo comienza a mejorar", dijo el vicepresidente económico, Siim Kallas.
Frente a ese lenguaje sedante, el informe admite que la salida de la crisis está plagada de obstáculos, desde las dudas sobre la banca hasta los efectos de la desaceleración de los países emergentes, la crisis de Ucrania o la futura reestructuración de la deuda en Grecia. Y llega por fin a Europa tras una cura de austeridad sensacional que ha provocado una doble recesión, pero llega prácticamente sin empleo, con la deuda pública disparada (roza el 90% del PBI, al haberse aplicado recortes en plena recesión y por las ayudas a la banca) y con grandes dudas sobre el nivel de precios.
La Comisión es la última de una larga lista de instituciones internacionales obligadas a revisar a la baja las previsiones europeas de inflación, que no deja de dar sorpresas negativas desde noviembre. El índice de precios subirá apenas 0,8% este año y 1,2% el próximo, por debajo de los pronósticos de otoño y lejos del objetivo del BCE. Bruselas ni siquiera descarta el riesgo de deflación, que considera "muy lejano". A las tensiones a la baja atribuibles a la débil demanda, los precios energéticos o los problemas en los emergentes, se suma un euro fuerte que levanta ampollas en algunas capitales: Bruselas calcula que la apreciación de la moneda única en 2013, de 6%, restó tres décimas a la inflación. Eso es lo más cerca que puede estar la Comisión de presionar al BCE, que no acepta consejos de ningún tipo escudándose en su sacrosanta independencia.
Pero lo preocupante de esas cifras es lo mucho que difieren en Berlín o Amsterdam respecto de las de Madrid o Atenas, y ya incluso a las de París o Roma: eso dificulta el papel del BCE y las recetas de política económica.
Justo antes de que explotara la crisis, en 2008, la Comisión publicó un extenso informe en el que presentaba al euro como un símbolo de unidad política y de convergencia económica. Hoy los datos cuentan otra cosa; explican con claridad por qué Europa está dividida en dos frentes: un grupo de acreedores capitaneado por Alemania al que le va estupendamente (Berlín crece a 2%, tiene un paro de 5%, un superávit comercial de 7% del PBI y la deuda pública cae a 70% del producto) y un grupo de países con otras cifras. España, por ejemplo, tendrá un desempleo de 24% y una deuda pública de 104% en 2015.
Pero incluso las grandes economías se enfrentan a un camino espinoso. Francia crece la mitad y tiene un paro que duplica el de Alemania; Italia crecerá este año tres veces menos que Alemania y su deuda no bajará de 124% del producto en 2015. Berlín ha conseguido imponer sus intereses y su particular lectura moral de la crisis, pero la situación de París y Roma anticipa nuevas batallas: Francia ha reavivado el debate sobre la necesidad de interpretar las estrictas reglas fiscales europeas con más laxitud, y encabeza la presión sobre el BCE para que cambie su política.
Los debates sobre la baja inflación y el imponente tipo de cambio del euro, aparentemente técnicos, esconden una guerra de guerrillas de alto voltaje político por las recetas más adecuadas para esta fase de la crisis. Y, junto con la probable reestructuración en Grecia, marcarán la agenda continental de los próximos meses.
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