Con el chimichurri argentino hizo un negocio redituable en Suecia

En varios locales de Estocolmo se puede comprar chimichurri con la tradicional receta argentina. Mancilla’s Chimichurri es la marca con la que Daniel, un sueco de madre argentina y papa chileno-argentino, decidió salir al mercado con este aderezo que -según cuenta- rápidamente sedujo al paladar local. Invirtió US$200.000 en maquinaria y el pote de 210 mililitros cuesta el equivalente a ocho dólares. Tiene planes para desembarcar en Noruega, Finlandia, Dinamarca y Serbia.

En charla con LA NACION cuenta que la empresa que los fabrica es la “más personal, la nacida del corazón” de las varias que tiene y que, incluso, más factura. Tiene una compañía de alquiler de departamentos, otra de alquiler de oficinas y una consultora de proyectos de ingeniería.

Gloria y Hugo, los padres de Daniel Mancilla se conocieron en Buenos Aires y, al inicio de la dictadura, emigraron como exilados a Suecia. Él, de 41 años, nació en Eskilstuna (una ciudad en el centro del país) y varias veces viajó a la Argentina. “Me crié en Suecia con la cultura argentina, mis hijos dicen que son mitad argentinos, mitad serbios -por la nacionalidad de mi esposa, Tanja-. En casa se hablaba español y ya de chiquito sabía hacer empanadas, fugazetta, carne”, repasa.

Cuenta que su padre abrió unos restaurantes, pero “era bueno para hacer la comida no para negocios”; desde siempre escucha tango y folklore. “Cuando te arrancan de tu país te quedan las memorias; mi esposa debió irse en el ‘92 de lo que era Yugoslavia y un poco es así también. Mis papás llegaron acá sin hablar sueco, vinieron porque no tenían alternativa. Yo estoy apegado a la Argentina porque es mi identidad”.

A Mancilla, desde siempre, le interesaron los negocios. Estudió Economía e Ingeniería, pero siempre está pensando en cuál será su próximo emprendimiento. Tuvo su primera empresa a los 20 años, se dedicaba a arreglos de casas.

“Iba tocando puertas ofreciendo los servicios, antes había vendido aspiradoras casa por casa y me di cuenta de que era bueno en eso -afirma-. En el primer semestre de la constructora me quedaban cuatro dólares, porque tenía que contratar todo. Aprendí mucho y fue muy bien, hasta que decidí irme a Sudáfrica”. Al regreso abrió una de consultoría de ingeniería; trabaja con 60 profesionales en diferentes proyectos y tiene contratos municipalidades y organizaciones.

Siempre le gustó cocinar, al igual que a su esposa. Repetía las recetas de su mamá que habitualmente hacía chimichurri. Le pidió la receta y la pareja se puso a “experimentar” hasta que lograron un sabor menos picante. “Se lo servíamos a las visitas y siempre se entusiasmaban; nosotros decíamos que era como una ‘droga verde’ porque pedían más”, se ríe.

Hace casi cinco años decidieron que el hobby se convirtiera en empresa, compraron maquinaria en Alemania y China, además de algunas cosas en Suecia, para industrializar el proceso. Mancilla apunta que sus clientes son negocios de productor gourmet en donde “la gente aprecia la comida, la calidad y no se asustan por un precio más alto”.

La marca cuenta con seis productos y, desde hace unos meses, empezaron con una campaña de comercialización que amplió la cantidad de locales en donde están y sumaron restaurantes, incluso algunos con estrellas Michelin.

La línea de aderezos incluye el chimichurri básico (perejil, ajo, aceite, vinagre, pimienta y orégano); otro con un chile “bien picante”, un “chimimayo” (mezcla de las dos salsas); una ensalada rusa envasada y dos versiones de un tipo de puré de queso de feta, pimienta y un poco picante que es una receta serbia.

Mancilla comenta que a los suecos “los hace reír el nombre”. La palabra chimichurri “les da mucha gracia, pero aprecian y conocen la gastronomía de la Argentina. El problema es que a veces no saben dónde conseguirla; con la marca ya llegamos a 50 locales, hay mucho terreno para expandirse”.