Tres jóvenes activistas presionaron al régimen racista sudafricano en su momento más duro con la exigencia de sacar de prisión a quien se volvería líder mundial de los derechos civiles
Era fines de enero y el verano sudafricano estaba en su apogeo, con miles de personas de todos colores en las playas. No en las mismas playas. Los blancos en las suyas, los negros en otras y los “coloureds”, o mezcla de razas, en otras. Cruzar los límites era impensado, como lo era cruzar cualquiera de las fronteras que dispusieran las leyes racistas del apartheid que regían desde 1948.
En este contexto, el 25 de enero de 1980 la acción no estaba en las idílicas arenas de la costa sudafricana. Estaba en Pretoria, la capital del país y sede del poder blanco de Sudáfrica, una supuesta democracia. El Partido Nacional Afrikáner, durante sus 42 años al mando, aprobó 317 leyes para legalizar el racismo y privilegiar a la minoría blanca.
Stephen Mafoko, Wilfred Madela y Hamphrey Makhubo, tres jóvenes negros que militaban contra el apartheid, planeaban esa mañana dinamitar los depósitos de una compañía petrolera. Eran activistas del Umkhonto we Sizwe (MK, Lanza de la Nación). Pero el plan no resultó. Debieron escapar de la policía, que los persiguió por media ciudad. Acorralados y desesperados, se metieron a las corridas en una sucursal del Volkskas Bank en Silverton, Pretoria.
La historia de la imprevista toma bancaria está recreada en El asedio de Silverton, una película de Netflix estrenada en abril pasado. Este episodio de 1980 enlaza la larga lucha por el fin del apartheid en Sudáfrica. ¿Qué pedían para salir? No lo tenían claro. Para empezar, ni siquiera sabían cómo llegaron al banco. Pero ahí estaban, con clientes y personal de rehenes, unas veinticinco personas en total. Del otro lado de la gruesa puerta de entrada los aguardaba un enjambre de policías.
Había que improvisar. Fue así que exigieron, a cambio de dejar salir a los rehenes, un salvoconducto para escapar del país. Pero aprovechando la situación reclamaron, con una repentina iluminación, la liberación de Nelson Mandela, baluarte del activismo por los derechos civiles y preso político. Fue un reclamo espontáneo, quizás el primero de su tipo, para presionar por su libertad.
Mandela llevaba varios años tras las rejas, después de ser perseguido judicialmente como referente del Congreso Nacional Africano (CNA), la organización más importante del activismo negro. Estaba confinado en Robben Island, la Alcatraz sudafricana, situada frente a las costas de Ciudad del Cabo. Entrar en sus calabozos era tarea fácil: bastaba con ser negro y luchar contra el régimen. Los tribunales harían el resto. Salir era imposible.
La prensa internacional se interesó en el caso de los rehenes, una historia que al día siguiente dejó los confines de Pretoria para tomar vuelo propio.
“El comisario de policía, el general Michael Geldenhuys, se negó a revelar las exigencias concretas de los pistoleros negros”, escribió la corresponsal en Sudáfrica del Washington Post. “Pero otra fuente dijo que exigían la liberación y el transporte por vía aérea a Angola de varios presos políticos, entre ellos Nelson Mandela, que cumple cadena perpetua por sabotaje. Mandela fue presidente del movimiento nacionalista negro más antiguo de Sudáfrica, el Congreso Nacional Africano”.
Mandela no era una figura demasiado conocida en el mundo, y había que situarlo en contexto y explicar de quién se trataba. El relato añadía que los activistas tenían “rifles soviéticos”, acorde al temor de la época al comunismo. Aunque está claro que los miembros del MK, curtidos en actos de sabotaje, eran literalmente de armas tomar.
El principio del fin
Mandela solo sería liberado diez años después. Pero, según sostiene el director de la película, Mandla Dube, aquel reclamo juvenil y justiciero, más bien accidental, de los tres activistas hizo mucho por propulsar el que fuera luego un masivo reclamo mundial para sacarlo de prisión.
“Aquí hay jóvenes que fueron perseguidos por la policía, entraron a un edificio y fueron lo suficientemente innovadores para decir: ¿Saben qué? No queremos el dinero. Vamos a liberar a Nelson Mandela. Eso encendió el movimiento para la liberación de Mandela. Menos de diez años después, estaba libre. Los jóvenes tienen que entender de dónde vienen y que sus historias son muy importantes”, dijo Dube en una entrevista sobre su proyecto.
A lo largo de los años 80 Mandela pasó a ser el ícono de la defensa por los derechos civiles, ya no solo en Sudáfrica, sino en el resto del mundo. Fue el referente universal de la lucha por la libertad, la igualdad y la justicia de grupos discriminados. Se rebautizaron calles y parques con su nombre. Se hicieron canciones, estatuas y grafitis.
Si bien la película solo trata de la toma del banco, el sitio South African History Online señala que el incidente, así como otros similares, tuvo consecuencias directas en el avance de los derechos civiles. “El asedio condujo a un juicio, un juicio que se convirtió en una plataforma para la resistencia. El juicio y sus veredictos inspiraron a su vez otras protestas y acciones, que acabaron allanando el camino hacia el acuerdo negociado en Sudáfrica”.
La comunidad negra cobró fuerza en esos años en su lucha contra la segregación. La comunidad internacional se solidarizó con la causa. Pero el asedio de Silverton fue también, para algunos de quienes lo vivieron, una cuña en la resistencia monolítica de los blancos. Así lo explicó una de las rehenes años después, cuando Mandla Dube investigaba los detalles para su trama.
“Esos tipos cantaban canciones de libertad, y nos enseñaron a cantar canciones de libertad –recordó la mujer-. Una vez que nos dimos cuenta, como rehenes, que no habían entrado ahí para robar el banco, que en realidad estaban luchando por la libertad, nos vimos atrapados entre la espada y la pared, porque crecimos con la enseñanza de que existe ese peligro negro. Los terroristas negros van a atacarnos y a quitarnos nuestro país. Y estos chicos no estaban tratando de quitarnos nada. En realidad, luchaban por la libertad de todos nosotros, blancos o negros”.
Los diez años que tomó la liberación de Mandela fue lo que demoraron en demoler la resistencia del régimen las distintas acciones en el país y la campaña exterior en su nombre. La lideraron el CNA y otras organizaciones, en particular el Movimiento Anti-Apartheid, una ONG británica en el centro de la oposición al régimen vigente en Sudáfrica.
La campaña fue una estrategia deliberada que personalizó la lucha contra el racismo en la figura de Mandela. Cuando Mandela fuera libre, los millones de sudafricanos sometidos serían libres. Y fue así como sucedió: Mandela salió de prisión en 1990 y fue elegido presidente en 1994. En cuatro años, las leyes del apartheid eran historia.
David Kenvyn, miembro del Movimiento Anti-Apartheid durante 36 años y actual vicepresidente de Acción por Sudáfrica, situó el caso del banco en su contexto. Ya había habido en el pasado intentos de campañas centradas en Mandela. Pero no fueron nada como lo que vendría después, esa ola mundial que arrastró al régimen. ¿Cuál fue el verdadero rol de los tres militantes de Silverton en este entramado de luchas y de resistencia?
Según explicó Kenvyn a LA NACION, “el asedio de Silverton puede verse como un ejemplo del sacrificio de muchos soldados del MK que lucharon para hacer ingobernable el país después de 1976 y crearon las condiciones para que Nelson Mandela fuera el centro de la campaña internacional del CNA, intensificada a mediados de los años 80, como símbolo de la naturaleza injusta del apartheid”.
Como se lo quiera ver, los activistas de Silverton quedarán asociados para siempre a la historia de la liberación de Mandela y sus compatriotas. Si el apartheid se derrumbó, fue también porque ellos hicieron su parte. Y todo por un sabotaje frustrado y un grito improvisado de libertad.
“Basado en hechos reales” es una serie de notas que describe el contexto histórico detrás de ficciones internacionales. En este link podrás acceder a todos los artículos.
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