El crimen organizado forma parte de la historia de la pantalla grande, en una compleja asociación que remite a los albores de la Meca del cine
Una de las escenas más recordadas de El padrino, una de las películas más destacadas de la historia del cine, involucra al productor de Hollywood Jack Woltz y a su preciado pura sangre Khartoum, o más bien a su cabeza. La secuencia, adaptada en el film de Francis Ford Coppola del libro de Mario Puzo, daba cuenta del poder de la mafia y del largo brazo de Don Corleone que se extendía incluso al negocio de hacer películas. Así, la ficción estrenada en 1972 reflejaba los cercanos y complicados vínculos que la industria del cine tenía casi desde su nacimiento con el crimen organizado. Un lazo que creció a la par de la fascinación que las historias de la mafia ejercían tanto en el público como en algunos de los realizadores más importantes del cine norteamericano. Del mencionado Coppola al extraordinario Martin Scorsese cuya obra forma parte fundamental del canon de los no tan buenos muchachos de la pantalla grande.
Claro que más allá de los extraordinarios relatos de ficción que el género aporta, lo cierto es que los negocios entre la industria del crimen y la del entretenimiento también provocaron sangrientos asesinatos, investigaciones del FBI e impulsaron la creación de películas que nunca se hubieran hecho sin la intervención de algún capo mafia en busca de expandir su fortuna y sus influencias. La compleja asociación entre Hollywood y el crimen organizado comenzó en los albores del cine y uno de sus mayores impulsores fue nada más y nada menos que Al Capone.
El mafioso que controlaba el bajo mundo de Chicago soñaba con conquistar la Costa Oeste y su plan era hacerlo a través de la emergente industria afincada en Hollywood. Sin embargo, su avance fue frustrado por la policía local, que en una de sus visitas a Los Ángeles le advirtió que no lo querían por allí y que tenía 12 horas para dejar el estado. Persistente, Capone envió a Johnny “Handsome” Rosselli, uno de sus más emprendedores lugartenientes a California. Instalado en la soleada ciudad Rosselli, se encargaba de manejar el contrabando local de alcohol durante la ley seca mientras se acercaba a los estudios de cine primero como actor ocasional y luego como uno de sus ejecutivos con la suficiente influencia como para moldear muchas las películas del género e incluso otras con vínculos algo más opacos con la mafia.
Uno de los primeros encargos que Capone le hizo a Rosselli fue que convenciera a los productores de la película Caracortada- la versión original de 1932 que luego adaptaría Brian De Palma en 1983-, de dejar de lado el proyecto basado en la novela de Armitage Trail cuyo protagonista, el mafioso italiano Antonio “Tony” Camonte, se rumoreaba que estaba inspirado en el don de Chicago. Según relató el guionista del film Ben Hecht en su autobiografía, los representantes de Capone fueron a visitarlo y le preguntaron por qué el título de la película era Caracortada, uno de los apodos por los que era conocido su jefe, si supuestamente no tenía nada que ver con él, como afirmaban los productores del film. “Al es uno de los hombres más famosos y fascinantes de nuestro tiempo. Si le ponemos este título, el público va a querer verla porque va a suponer que es sobre él. Es parte de los trucos que usamos en el mundo del espectáculo”, fue la respuesta de Hecht que aparentemente fue suficiente para tranquilizar los nervios de los muchachos de Chicago.
Con el tiempo, la influencia de Rosselli en Hollywood creció considerablemente. Muchos afirman que sin la intervención del mafioso, el jefe de Columbia Pictures, Harry Cohn-supuesta inspiración para el Jack Woltz de El padrino-, no habría contratado a Marilyn Monroe dándole el empujón fundamental a su carrera y que la buena fortuna de Frank Sinatra en el cine también se debía a los oficios de Rosselli. Según cuenta la leyenda, cuando Columbia empezó el proceso de seleccionar a los actores para su gran apuesta de 1953, De aquí a la eternidad, Rosselli se ocupó de convencer a Cohn de que Sinatra era el intérprete indicado para encarnar al volátil Angelo Maggio en el film. Aunque el ejecutivo se resistió a los avances del mafioso debido a un viejo encono con el cantante italoamericano, cuando Roselli se hartó de sus evasivas y lo amenazó de muerte, Cohn no tuvo otra opción que sumar a Sinatra a la película protagonizada por Burt Lancaster, Deborah Kerr y Montgomery Clift. Y, para mayor humillación del jefe del estudio, la Academia del cine estuvo de acuerdo con el mafioso: en 1954 por su papel en De aquí a la eternidad Sinatra se llevó el Oscar a mejor actor de reparto.
La voz de la Cosa Nostra
Ese episodio de la carrera del viejo “Ojos Azules” se sumó a una larga historia de rumores sobre sus vínculos con la mafia. Además de la relación que su familia tenía con algunas de las pandillas de su ciudad natal de Hoboken, Nueva Jersey, muchos creían que él mismo trabajaba para los capos de las poderosas familias Gambino, Moretti, Genovese y Colombo, una suposición que nunca fue probada por más que las autoridades vigilaran todos sus movimientos.
Luego de la muerte de Sinatra, ocurrida en 1998, se supo que el FBI lo había investigado por más de cuarenta años y que su carpeta, según informó el diario Washington Post, contaba con más de 1300 páginas que incluían detalles sobre el supuesto soborno que había pagado en 1944 para evitar ser reclutado por el ejército y sus vínculos con los capos del crimen organizado de la costa este de los Estados Unidos. Los archivos describían a sus amigos como matones y criminales entre los que estaban Sam Giancana, don de Chicago, y los mafiosos de Detroit Anthony y Vito Giacalone. Más allá de las pesquisas de las autoridades, lo cierto es que Sinatra no ocultaba su cercanía con conocidos criminales y tal vez ese secreto a voces fue el que le dio credibilidad al rumor de que Puzo se había inspirado en él para crear a Johnny Fontaine, uno de los personajes de El padrino. Al menos eso es lo que creía el propio cantante que, según el autor, quiso tener una copia anticipada de la novela y lo confrontó directamente cuando supo que sería adaptada al cine.
El escritor siempre negó que Fontaine, un cantante en decadencia que le pide ayuda a su padrino, Don Corleone, para revivir su carrera en Hollywood, estuviera inspirado en Sinatra. Por eso, según contó Puzo en un artículo publicado en New York Magazine, acepto el ofrecimiento de un amigo mutuo que intentó presentarlos en un restaurante. El cantante se negó a saludarlo y cuando el autor le aseguró que la presentación no había sido su idea las cosas se complicaron: “Si fuera más joven te molería a palos”, escribió Puzo que le gritó Sinatra entre otros insultos antes de dejar el restarurant.
El cantante no era el único en oponerse a la adaptación cinematográfica de la exitosa novela. De hecho, toda la producción de la película de los estudios Paramount estuvo plagada de interferencias de algunos de los hombres más poderosos de la mafia de entonces. Según el relato de Albert S. Ruddy, el productor que adquirió los derechos del libro para el cine, el jefe del crimen organizado de Nueva York, Joe Colombo Sr, hizo lo posible por boicotear el film a través de la liga por los derechos civiles de los italoamericanos que él comandaba, y sus esfuerzos incluyeron varias visitas de matones, el robo de equipos de filmación del estudio y un par de amenazas de bombas dirigidas a las oficinas de producción de la película.
Convencido de que no podría seguir adelante con el film sin la bendición de Colombo, Ruddy fue enviado a reunirse con él. El intercambio resultó en un acuerdo: el productor prometió eliminar la palabra “mafia” del guion y Colombo dio su visto bueno para que el film se realizara. En la miniserie de Paramount+ The Offer, basada en las experiencias de Ruddy durante el rodaje de El padrino, ese encuentro comienza con el productor temiendo por su vida y concluye con el apoyo del mafioso que hasta utilizó su poder de intimidación para ayudar a que todo saliera como Coppola y el estudio esperaban.
No sólo el productor de la película se relacionó directamente con integrantes de la mafia durante el rodaje sino que James Caan, una de sus estrellas, también traspasó el límite entre la ficción y la realidad. Según contaba el actor fallecido en 2022, uno de sus amigos más cercanos desde la década del 70 era Andrew “Andy Mush” Russo, un peligroso matón de la familia Colombo. Muchos creían que su vínculo con el mafioso había comenzado cuando lo ayudó a “asustar” a su colega Joe Pesci por una deuda impaga. Y aunque ese rumor nunca fue comprobado, lo que sí se sabe es que en 2011, Caan ofreció pagar su fianza cuando Russo fue arrestado y que el criminal es el padrino de su hijo Scott.
Años después, Robert De Niro -tan identificado no solo con El padrino sino también con la filmografía mafiosa de Scorsese- tuvo que explicar su supuesta amistad con gánster Anthony “Fat Andy” Ruggiano. Es que durante la filmación de la comedia Analízame, en la que el actor interpretaba al capo Paul Vitti, un rumor empezó a circular respecto al cercano vínculo de De Niro con el conocido criminal al que supuestamente le había pedido acceso para ayudar a modelar su personaje en el film. Algunos estaban aseguraban que Ruggiano había estado presente en el set. Con el tiempo, las habladurías se disiparon hasta que en 2009, un década después del rodaje del film, durante un juicio relacionado con la mafia apareció como evidencia la foto de De Niro con un brazo sobre los hombros del infame Ruggiano. En ese momento, el representante del actor explicó que De Niro no recordaba esa visita y que nunca revela su método de preparación para el papel que le toque interpretar.
Muerte en el club
Una década después de lidiar con la mafia delante y detrás de las cámaras, Coppola volvió a involucrarse con ella en Cotton Club, la película sobre un centro nocturno en el que se reunían los jefes de la Cosa Nostra en el Harlem de finales de los años 20. Centrado en el músico de jazz que interpretaba Richard Gere, el film parecía marchar sin interferencias del crimen organizado y su problema más acuciante era un presupuesto que no dejaba de crecer. Sin embargo, el productor Robert Evans, el responsable de Paramount al tiempo de la realización de El padrino, creía que tenía otro gran éxito en sus manos y solo necesitaba de fondos extra para conseguirlo. Así, se asoció con Roy Radin, un promotor de conciertos al que había conocido a través de Lonie Jacobs, su novia y la proveedora de cocaína de ambos.
Con el proyecto en marcha, Jacobs creyó que los dos hombres la estaban dejando afuera del negocio y le encargó a sus asociados que secuestraran y asesinaran a Radin como revancha. En pánico, Evans tuvo que salir en busca de otro apoyo financiero y lo encontró en los hermanos Douman, dueños de un hotel de Chicago con conocidos lazos con la mafia. Así, aunque nadie más fue asesinado en el proceso de filmación de Cotton Club, el set del film se transformó en un punto de reunión de matones que amenazaban constantemente a los realizadores con el objetivo de proteger la inversión de sus jefes. Un ambiente no demasiado propicio para el florecer de la creatividad que quizás haya influido en el rotundo fracaso de taquilla del film.
En términos de recaudación, otra película hecha con el dinero de la mafia tuvo mucha mejor suerte. Y hasta se convirtió en un clásico de culto sin que la mayoría del público supiera cómo se había financiado. Se trata de The Texas Chainsaw Massacre (o El loco de la motosierra, como fue estrenada en la Argentina), el film de terror dirigido por Tobe Hooper sobre un grupo de amigos que intentan escapar de una familia de caníbales liderada por el legendario villano Leatherface. Cuando los aportes de la comisión fílmica de Texas se iban agotando para poder terminar de realizar la película, sus productores hicieron un acuerdo con la compañía distribuidora Bryanston Distributing Company, propiedad de los hermanos Louis “Butchie” Peraino y Joseph Peraino, que habían manejado el estreno del film para adultos Garganta profunda y buscaban la forma de participar en la industria cinematográfica “legítima”. Lo que no muchos sabían en ese momento es que los Peraino eran hijos de uno de los jefes de la familia Colombo, a la que le tributaban parte de las ganancias de sus contratos. Y que sus vínculos con el crimen organizado los ayudaban a sortear la ley cuando se trataba de cumplir con los acuerdos asumidos. De hecho, los distribuidores nunca le pagaron su parte del contrato al equipo de producción ni a los actores de la película de horror- que ya lleva varias secuelas y reversiones-, que se quedaron con las manos vacías cuando los demandaron ya que los Peraino se declararon en quiebra. Claro que, como si se tratara de la trama de una de esas películas de mafiosos que el público consume con avidez, Butchie, Joseph y su padre no pudieron escapar de la revancha de la Cosa Nostra por mucho tiempo: cuando los jefes de la familia Colombo descubrieron que los Peraino falseaban sus cuentas para entregarles menos dinero de lo acordado, orquestaron un ataque a los tiros que terminó con Joseph muerto y su padre Anthony gravemente herido.
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