Su aparición en El clan como Arquímedes Puccio fue la cumbre del fecundo camino de transformaciones y búsquedas que el actor puso en marcha en 2008 y se mantiene hasta hoy
Hay varias razones fundadas para explicar el poder de convocatoria que obtuvo en muy poco tiempo la película argentina La extorsión. Al cerrar su primera semana llevó a las salas cerca de 200.000 espectadores, un número hasta ahora inalcanzable para el cine argentino post-pandemia que solo pudo conseguir (y superar con holgura) Argentina, 1985, cuya inmensa repercusión puede explicarse también por razones que exceden a lo estrictamente cinematográfico.
Una de las explicaciones de lo bien que funciona La extorsión es la atracción indiscutible que ejerce en el público su figura estelar. Hace mucho tiempo que Guillermo Francella es uno de los pocos nombres capaces de llevar por sí solos al público argentino al cine y llenar las funciones con cada nueva aparición. Suyo es el papel protagónico de El robo del siglo (2020), último gran acontecimiento taquillero de la pantalla nacional antes de la aparición del Covid-19, epidemia que resultó devastadora para el cine argentino de alcances masivos. Y también suyo, como vemos, es el personaje central de la película local más vista del año. Alcanzaron apenas siete días para ocupar cómodamente esa posición.
Ni hace falta señalar que la popularidad de Francella en el cine es de antigua data. Películas como Un argentino en Nueva York (1997) y Papá se volvió loco (2005) fueron éxitos indiscutibles. De sus apariciones previas en continuado para las películas de bañeros y “extermineitors” puede decirse algo parecido. Pero todas ellas pertenecen a una etapa que hoy resulta muy lejana, conectada con la primera imagen de reconocimiento masivo del actor. En ellas el cine no era más que una prolongación del prototípico personaje “francelliano” de la televisión.
El ciclo que nos ocupa tiene otras connotaciones. Y le otorgan una nueva configuración a la cada vez más valiosa e interesante carrera de Francella en el cine. Esa etapa, la más notable de su trayectoria, lleva casi quince años y empezó a comienzos de 2009, curiosamente, con el estreno de la producción mexicana Rudo y cursi, dirigida por Carlos Cuarón. “Es verdad que yo estoy en la búsqueda de contenidos diferentes, sobre todo en el cine”, le había confesado Francella a LA NACION en diciembre de 2008, cuando muy pocos tenían noción de ese nuevo tiempo que estaba por llegar.
Después de treinta años como actor y dos décadas previas de recorrido fecundo en el teatro y las pantallas (sobre todo en TV), Francella podía sentir que todo empezaba de nuevo. Pero en este caso con las características de un nuevo comienzo. “Yo me convertí en alguien muy masivo –reflexionó en aquel tiempo de cambios-. Y lo popular generalmente tira hacia la comedia. Ahí surge siempre la misma pregunta: alguien tan popular y tan masivo, ¿querrá hacer otra cosa? ¿Hará otra cosa? Los que me conocen de toda la vida saben que sí. Y ahora, todos los días me pasa algo nuevo”.
Fue en el medio de ese recorrido cuando Francella se puso en la piel del personaje que más distancia tomó de la imagen pública construida a lo largo de tantos años de exitosa presencia televisiva. No podría concebirse nadie tan alejado de Pepe Argento, Guille Benvenuto, Sambucetti o Enrique el Antiguo que Arquímedes Puccio, cabeza de una siniestra banda criminal integrada por su propia familia, responsable de horrendos crímenes (secuestros y muertes) todavía frescos en la memoria colectiva. El clan, una de las mejores películas de Pablo Trapero, fue el vehículo de esa extraordinaria revelación.
“Hace mucho que sueño con tener otra cosa en las manos, que directores importantes confíen en mí, encontrar contenidos nuevos”, decía Francella en aquel final de 2008 tan decisivo para el lugar que ocupa hoy. El primer indicio genuino e integral del cambio lo tuvimos a través de El secreto de sus ojos, la histórica ganadora del Oscar a la mejor película extranjera en 2010. Allí, seguramente por primera vez, se hace difícil reconocer al actor detrás de la máscara de su personaje, un oscuro secretario de juzgado llamado Pablo Sandoval. Allí lo vemos sin bigote, escondido tras un peluquín y anteojos de marco enorme. “Soy otro”, admitía Francella cada vez que veía esa foto.
También fue otro cuando Trapero le propuso encarnar al terrorífico Arquímedes Puccio. La apuesta era todavía más arriesgada, porque el personaje estaba en las antípodas de la imagen campechana, amable y divertida que Francella siempre se esmeró en construir. Hasta que Trapero, primero desde la pura intuición y luego a través de un trabajo de preparación muy meticuloso, encaró la transformación.
“Era un desafío para mí, para él y para el equipo –reconoció Trapero a la revista Rolling Stone en 2015, a la hora del estreno de El clan-. Yo tuve que confiar mucho en su experiencia y él, en lo que yo le pedía. No era solo un cambio de look, no es Francella teñido: eso no funciona. Hay que trabajar en la manera de caminar y en la de hablar del Arquímedes Puccio real, también”.
Trapero, que soñó durante muchos años con hacer una película junto a Francella, pudo confirmar todas sus intuiciones gracias, entre otras cosas, a la ayuda de un actor reconocido por propios y extraños por su disciplina, su concentración y su manera metódica de trabajar con cada personaje.
Sin embargo, los detalles que el director señala como menos importantes (lo que dice del cambio de look) son los primeros que el público tiene en cuenta. El clan no es solamente el primer acercamiento desde la ficción al sórdido mundo de los Puccio, símbolo además de los peores vínculos entre los sótanos de la política y la crónica policial en el tramo que va desde el final de la dictadura militar hasta los primeros años del alfonsinismo. También era una gran prueba de fuego en el arriesgado camino de cambios, descubrimientos y nuevos estímulos que se propuso Francella para enriquecer su carrera como actor.
Ese nuevo look deja bien a la vista lo que el actor parece haberse propuesto. Con la cabellera más raleada y completamente blanca, el rostro afeitado y la ausencia del brillo habitual en sus ojos clarísimos, Francella se transforma por completo. Si lo vemos renunciar con plena conciencia a cualquier rasgo que pueda asociarse con sus personajes previos es porque quiere llevar al máximo de la convicción el retrato de una persona abominable. “Un psicótico enigmático y siniestro que entiende la paternidad como chantaje e inquieta por lo que deja latente: una faceta monstruosa que puede anidar en los lugares menos sospechados”, agrega Alejandro Lingenti en la crítica de la película publicada en LA NACION.
El Francella de toda la vida en el teatro o en la tele es divertido, compinche, ocurrente. En El clan, por el contrario, aparece un Francella que por primera vez mete miedo. Hay que verlo mientras habla en tono amenazante, sin perder jamás el control de sus nervios, y no aparta ni un segundo la mirada de su interlocutor. Una escena cercana al desenlace de la película que transcurre entre las rejas y pone frente a frente a Arquímedes con su hijo Alejandro (Peter Lanzani) es seguramente la mejor demostración de esa metamorfosis.
“Es lo más lindo que le pasa a un actor, poder hacer cosas bien heterogéneas entre sí. Cuanto más antagónicas sean, es ideal”, contó en ese momento con indisimulado orgullo. Y el público respaldó de la manera más contundente la apuesta no exenta de riesgos en la que confió Francella. El clan sumó en su paso por los cines argentinos en 2015 nada menos que 2.610.000 entradas vendidas y solo fue superada entre las películas nacionales más vistas de las últimas dos décadas por Relatos salvajes, con casi cuatro millones de espectadores en 2014.
Antes y después de El clan y más allá de los números, el anhelo de Francella encontró unas cuantas posibilidades de realización y así pudo diversificar su talento en el cine. La galería incluye a Juan Marziano (protagonista de una película casi desconocida de Ana Katz que merece una urgente reivindicación), al desesperado Antonio Decoud en Animal (2010), al elegante marchand de Mi obra maestra (2018); a Mario Vitette, uno de los cerebros de El robo del siglo (2020) y al escurridizo protagonista de El encargado (2022).
En la mayoría de estos personajes aparece siempre algún rasgo del “viejo” Francella, ese que un público agradecido reconoce y vuelve a aplaudir una y otra vez en el regreso teatral de Casados con hijos. Y al mismo tiempo otra mayoría nos sugiere que hay un “nuevo” Francella, más inquieto y abierto a personificar seres que detrás de una apariencia calma y amable esconden algún secreto bien guardado. Con el tiempo, el actor se convirtió en un experto en disimular a la vista de todos los enigmas que permanecen ocultos tras las máscaras exteriores de sus interpretaciones. Todo gran actor es al mismo tiempo un excelente jugador de póker.
Esta cualidad acaba de reaparecer en el segundo thriller hecho y derecho que Francella hizo en su carrera cinematográfica. Por supuesto, el primero es El clan, una película que no se podría permitir en ningún momento el guiño irónico o humorístico. Es demasiado grave y sombrío todo lo que se cuenta allí y el Arquímedes Puccio de Francella lo expresa con toda plenitud. En cambio, aunque la trama nos lleve al mundo subterráneo de los servicios de inteligencia, hay lugar en la trama de La extorsión para que el actor retome el timing innato que tiene para estimular la risa del público, inclusive en situaciones muy serias. Esos momentos tan festejados también ayudan a recuperar el contacto del cine argentino con su público natural.
Para entenderlo hay que volver a 2008. En aquella charla con LA NACION dejó una reflexión sobre su carrera que con el tiempo se convirtió en profética. Ya tenía en claro lo que iba a cambiar y estaba seguro del éxito de la apuesta. Dijo en ese momento que nunca pensó su carrera como si se tratara de una partida de ajedrez, donde cada movida se hace después de una evaluación larga y sobre todo muy calculada.
“Al principio –decía en ese momento- lo que quería era trabajar y solo buscaba continuidad. Ahora sí puedo decir que hay una búsqueda, porque estoy metido en contenidos que siempre quise tener como actor. Y sin renegar de nada, porque ante todo soy un comediante y nunca sentí que la risa tuviera que estar reñida con la calidad”. El tiempo le sigue dando toda la razón.
El clan está disponible en Star+.
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